La bicicleta parada

Durante los últimos diez días, la crisis financiera ha llegado a una especie de paroxismo, y en este momento nos encontramos en un equilibrio muy incómodo, que no puede durar. Tratemos de ver qué ha sucedido y cuáles son las posibles salidas.

Es bien sabido que el problema del sector bancario norteamericano es más de confianza que de liquidez, ya que ésta es abundante, pero el mercado interbancario está paralizado y algunas entidades se van ahogando por falta de financiación. El plan del secretario del Tesoro americano, Henry Paulson, consistía en comprar activos dudosos de la banca para eliminar esa desconfianza y volver a poner el sistema en marcha. Es lógico que los representantes del ciudadano corriente se resistieran a aceptarlo, ya que colocaba todo el riesgo sobre las espaldas del contribuyente y otorgaba al Tesoro un margen de discrecionalidad sin precedentes en su actuación.

Las críticas al plan Paulson siguen dos líneas: unos lo atacan por ser injusto; otros, porque creen que no dará resultado. Los primeros son los más numerosos, y la ayuda solicitada al contribuyente es tan enorme, que en este caso no vale hacer la clásica separación entre eficiencia y equidad, diciendo "ya sabemos que no es justo, pero es necesario para que el sistema siga en pie": el ciudadano se resistirá a aceptar que aumenten sus impuestos sin obtener ninguna garantía a cambio, y esto explica la resistencia de los demócratas de EEUU. Por otra parte, una intervención masiva para salvar una entidad privada supone un cambio radical en las tradicionales relaciones entre el Gobierno y las empresas privadas, y la resistencia a ese cambio explica la negativa de muchos republicanos a apoyar el plan. Algunos, sin embargo, sugieren que el plan puede producir efectos contrarios a los deseados. Veamos por qué.

En este momento, la parálisis del interbancario se debe a que muchos de los activos de la banca están en el limbo: no tienen precio, porque nadie los compra ni los vende. Si los compra el Tesoro, ¿qué precio les pondrá? Si uno muy alto, se le acusará de regalar el dinero a los bancos; si uno muy bajo, empeorará la situación, ya que los bancos se verán obligados, por los principios contables, a aplicar el mismo precio a los activos que se queden, y eso puede hacerles incurrir en pérdidas: habremos transformado un problema de liquidez en otro, mucho peor, de solvencia.

Hay alternativas. Expongamos una, interesante por original: partamos de la base de que la crisis de fondo la crea el sector inmobiliario, en cuya financiación la banca está implicada hasta las cejas. El plan Paulson quiere empezar por arreglar la banca para que esta termine por arreglar el sector inmobiliario.

Una alternativa consiste en arreglar el sector inmobiliario --haciendo que el Estado compre las casas sobrevaloradas y las alquile-- y esperar a que los propietarios de viviendas, más tranquilos, vuelvan a depositar su dinero en la banca y mantengan esta a flote. Esta no es una propuesta práctica, pero no nos engañemos: el plan Paulson, en su versión original, tampoco lo es, por dejar demasiados cabos sueltos a discreción del Gobierno. Es solo para que el lector no crea que ese plan es lo único que hay: o lo toma o lo deja.

Pero alguna alternativa habrá que adoptar, más o menos cercana a la propuesta de Paulson: el sistema financiero no puede seguir así. Puede que sea urgente hacerlo. No lo sabemos: estamos ante un mercado enorme, con muchos actores distintos, y con una dinámica literalmente imprevisible. La probabilidad de que ocurra lo peor puede ser muy baja, pero ya sabemos que lo improbable ocurre, aunque no sea muy a menudo.

Hay otra razón para darse prisa: lo más seguro es que las autoridades norteamericanas hayan de acudir a sus mayores acreedores --Asia y Oriente Medio, quizá también Rusia-- para llegar a una solución, porque las cifras de capital que puede necesitar la banca norteamericana en su conjunto son astronómicas: financiarlas imprimiendo dinero --el plan Paulson-- podría resultar en un derrumbe del dólar, que los grandes tenedores de activos en dólares no aceptarían de buen grado. Habrá que admitir que los acreedores tienen cierto derecho a cambiar su papel por activos reales (acciones de empresas, por ejemplo). El mayor deudor del mundo debería dejar de comportarse como si fuera el mayor acreedor.

¿Y nosotros? El lector no será tan ingenuo como para pensar que EEUU vaya a hacer algo más que tratar de salvar sus cosas. Pero las nuestras, las de los europeos, pueden no estar mejor, y hemos de prepararnos para que así sea. Ahí estamos en desventaja, por carecer de las instituciones capaces de formular y poner en práctica un plan conjunto. Los primeros pasos en este sentido --propuesta francesa rechazada por Alemania-- son poco prometedores. Sin embargo, debería ser posible que el eurosistema (BCE y bancos centrales nacionales de la zona euro) diseñara un plan y lo sometiera a la consideración de las instancias políticas (Consejo de Ministros), tal como se haría en el ámbito nacional.

Es en interés de todos que se sostenga el sector; en esta ocasión, hacer algo por Europa sería en beneficio de todos.

Alfredo Pastor, profesor del IESE.