La bioseguridad es seguridad nacional

Si un ciberataque derrumbara a la economía global, desconectara efectivamente a ciudades importantes como Nueva York y pusiera millones de vidas en riesgo, los gobiernos y las instituciones en todo el mundo sin duda responderían invirtiendo profusamente en capacidades defensivas. Reforzarían su ciberseguridad, instalarían nuevas salvaguardas y recopilarían datos e inteligencia sobre futuras amenazas –como muchos ya lo hacen en respuesta a actos de guerra cibernética.

Sin embargo, cuando se trata de la pandemia del COVID-19, igualmente destructiva, la respuesta ha sido mucho menos decisiva. En tanto nuevas variantes devastan la seguridad sanitaria y económica de la población del mundo, las medidas de bioseguridad –las tecnologías de alerta temprana y monitoreo destinadas a prevenir la propagación de enfermedades infecciosas- todavía no son tan estratificadas, generalizadas o extraordinarias como los sistemas de ciberseguridad que utilizamos para contener y mitigar las actividades de los piratas informáticos.

Pero como nos sigue recordando el COVID-19, la salud pública y la bioseguridad son vitales para la seguridad nacional. Los virus biológicos, al igual que los virus informáticos, atacan los sistemas vivientes. Son ubicuos y, aunque no siempre podemos evadirlos, sí podemos estudiarlos y aprender a defendernos. Las nuevas biotecnologías son comparables a los parches de software que nos protegen de los ciberataques. Las vacunas ARNm contra el COVID-19 son un ejemplo. Los científicos que las desarrollaron programaron a las células para producir un código “bueno”, dándoles a nuestros organismos instrucciones para neutralizar el código “malo” del virus.

Las vacunas contra el COVID-19 demuestran el potencial de la biotecnología para salvar vidas, pero las vacunas son sólo una parte de nuestra defensa contra futuras pandemias. Tenemos las herramientas para predecir la próxima pandemia y combatir las diversas amenazas sanitarias para los individuos y las comunidades. Necesitamos apalancar esta nueva era de tecnología de salud pública y construir una infraestructura de bioseguridad que refleje nuestra estrategia en materia de ciberseguridad en términos tanto de inversión como de compromiso.

Para salvar la mayor cantidad de vidas posibles, los gobiernos deben reforzar las inversiones en sistemas y tecnologías de bioseguridad. El foco debería estar en expandir los sistemas de monitoreo para descubrir las amenazas a la bioseguridad antes de que se propaguen.

Hace falta más innovación. Un futuro más seguro conlleva un giro estratégico hacia un testeo regular en lugares no tradicionales como escuelas y aeropuertos para detectar amenazas de enfermedades infecciosas antes de que nos superen. Los pacientes con síntomas respiratorios comunes –a quienes rara vez se testeaba en busca de enfermedades infecciosas en la era pre-COVID-19- deberían ser testeados como rutina para obtener un diagnóstico definitivo. Los detectores de patógenos deberían ser más asequibles y su disponibilidad, mayor. Al incorporar estos datos, un “mapa del tiempo” de las enfermedades infecciosas globales –concebido y creado como un sistema estratificado y ágil que evoluciona en respuesta a la variedad de amenazas que enfrenta la humanidad, al igual que los sistemas de bioseguridad- ayudaría a las ciudades, a los estados y a los países a entender las potenciales amenazas.

Antes de la crisis del COVID-19, los gobiernos y las instituciones complacientes no invertían en sistemas de vigilancia de enfermedades infecciosas de gran escala. Si bien el COVID-19 sigue siendo el centro de atención, en varios continentes hoy está teniendo lugar un aumento perturbador de los casos de viruela del mono y recién empezamos a entender las causas principales del incremento de casos de hepatitis pedriática agudos que habían confundido a los expertos médicos.

Luego está la inminente amenaza de nuevas cepas de la gripe aviar y otros virus que mutan y se adaptan para infectar a los seres humanos inclusive con mayor facilidad. Necesitamos mejorar nuestra capacidad para anticipar futuros brotes y entender dónde están surgiendo las nuevas variantes. Más importante, necesitamos detectar los nuevos patógenos antes de que muten en una pandemia.

La pandemia actual todavía está lejos de haber terminado. A fines de mayo, un estudio publicado en MedRxiv, un servidor donde se reproducen publicaciones inéditas, sugirió que el sub-conteo de casos de COVID-19 puede ser 30 veces más alto de lo informado. Según los Centros de Estados Unidos para el Control y Prevención de Enfermedades, los casos son casi seis veces más altos de lo que eran a esta altura el año pasado, principalmente debido al surgimiento de nuevas variantes. Esto es particularmente preocupante porque las vacunas actuales ARNm reducen el riesgo de una hospitalización y de muerte, pero son menos efectivas a la hora de prevenir el COVID largo. Informes recientes indican que la enfermedad persistente puede afectar al 20% de los pacientes con COVID. Las consecuencias económicas son asombrosas, tal como pone de manifiesto la inflación impulsada por el COVID que amenaza a la economía global y a las redes de suministro.

Los líderes del sector de la salud pública advierten que la creciente amenaza de enfermedades infecciosas, ya sea que se producen de manera natural o son provocadas por el hombre, significa que no podemos permitirnos el ciclo negligencia-pánico-negligencia que ha caracterizado la era del COVID-19. Los patógenos son implacables en su capacidad para adaptarse, mutar y sobrevivir; no les importa la “fatiga del COVID” o nuestro deseo de regresar a la antigua normalidad. Para impedir futuras pandemias, debemos estar tan concentrados en adaptarnos y sobrevivir como los virus. Debemos encarar nuestras vulnerabilidades financiando tecnologías que nos ayuden a identificar y combatir virus peligrosos y desarrollar nuevas defensas contra potenciales brotes.

De la misma manera que la llegada de la era de la información subrayó la necesidad de ciberseguridad, el rápido crecimiento de la biotecnología y la creciente amenaza pandémica deberían fomentar inversiones significativas en bioseguridad. Hoy es el momento de constituir nuestro kit de herramientas de salud pública para combatir futuras amenazas virales.

Matthew McKnight leads biosecurity at Ginkgo Bioworks. Neil Maniar is Professor of Public Health Practice and Director of the Master of Public Health Program at Northeastern University.

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