La bondad excesiva

La ciudad de Essen, en la cuenca del Ruhr, fue una de las cunas de la minería y de la industria pesada de Alemania. Allí comenzó el ascenso del poderío industrial alemán. La familia Krupp, que en 1826 tenía un pequeño taller de fundición, poseía en 1885 la siderurgia más grande del mundo, con 19.000 obreros. El pueblito Essen había sido fundado por monjes en el siglo IX sobre un gran mar de carbón. Eso lo convertiría mil años después en una próspera y orgullosa urbe alemana. Aquella ciudad ya no existe. Los bombardeos sobre este objetivo industrial culminaron en una terrible tormenta de fuego el 11 de marzo de 1945, cuando ya no había industria que destruir ni enemigo que derrotar. Como Dresden, Essen quedó reducida a escombros en el 94% de su superficie urbana. Emergió de sus cenizas gracias a sus mujeres. En cuanto dejaron de caer bombas, salieron de sótanos y refugios y se volcaron a limpiar ladrillos para reutilizarlos en la reconstrucción. Las «mujeres de los escombros», «trümmerfrauen», eran la única fuerza laboral en ciudades sin hombres, todos ellos lejos, en cautividad o bajo tierra. Compaginaban esa labor legendaria de reconstrucción con la colecta de comida y su reparto para niños, ancianos y tullidos, muchos de ellos llegados del este, alemanes que habían perdido todo en su huida ante el ejército rojo. La labor social tiene larga tradición allí en Essen.

En los años de expansión de posguerra trabajaron allí muchos miles de españoles, que siempre gozaron de excelente reputación. También había muchos italianos. Y turcos. El problema de la integración no existía. Los inmigrantes se adaptaban a la sociedad anfitriona. Nadie cuestionaba el deber de hacerlo. Hacia 1995, la siderurgia y el carbón de Essen eran ya historia. La Alemania reunificada dejó de ser el paraíso social que había sido la Alemania occidental. El Estado dejó de cubrir las necesidades de los más débiles. En Essen, la reacción fue una vez más de las mujeres. La asociación de mujeres católicas fundó la «Essener Tafel» (la «Mesa de Essen»). Para dar comidas a ancianos, parados, inmigrantes, madres con niños, drogadictos y otros ciudadanos a los que no llegaba el subsidio. Con un registro que da derecho a comedor y a alimentos para llevar a casa. Todo necesitado ha sido siempre bienvenido en la «Mesa de Essen», referencia moral y de eficacia en la red de comedores sociales de Alemania.

Y de repente estalla la bomba. Con el anuncio hace unos días de que, durante un periodo indefinido, la «Essener Tafel» solo admitirá a ciudadanos alemanes como nuevos ingresos en el registro. ¡Horror, terror y pavor! Seleccionar a los necesitados por origen, se dijo enseguida, es una monstruosidad, una actitud «racista». La noticia se extendió por medios y redes y comenzaron a llover las condenas y los gestos y frases de airada indignación. Todos se han puesto a opinar. Y si en Alemania se habla de racismo, se habla de nazismo. De repente los medios habían convertido al comedor social en una cueva de nazis. Nada calma la sagrada ira de los biempensantes. Aunque el 75% de los usuarios habituales registrados sean extranjeros. Aunque se sigan repartiendo todos los días cientos de comidas a refugiados e inmigrantes, legales e ilegales. Gentes que no conocían el comedor y que jamás han ayudado ni donado nada, llaman nazis a voluntarios que llevan lustros entregados al comedor social donde, sin remuneración ni compensación alguna, bregan a diario con individuos en situaciones extremas. Sobre todo con grupos de inmigrantes que no hablan la lengua. Que creen tener que disputar la comida a los demás como en campos de refugiados del Tercer Mundo o en países sin ley. La clase política y los medios, desde su proverbial superioridad moral, son indiferentes ante la realidad. La ideología manda y todos condenan a la asociación católica que dirige el comedor por su «discriminación racial». Son los mismos que son partidarios de otras discriminaciones positivas. Pero han de ser contra el europeo, contra el blanco. Ya hay quien habla de imputar al comedor por «racismo».

La «Essener Tafel» ha explicado bien la situación. De un par de años a esta parte, los refugiados han tomado los comedores. Los usuarios alemanes habituales, madres solas con hijos pequeños, enfermos y ancianos, comenzaron hace tiempo ya a retraerse. Cada vez acudían menos. Hasta casi desaparecer de los comedores y el reparto. No porque no tengan necesidades. No porque no tengan hambre. Porque tienen miedo. Porque se sienten arrollados e intimidados por jóvenes árabes y africanos. Los directivos del comedor constataron que mujeres, niños, parados y ancianos alemanes prefieren pasar privaciones que disputarse espacio y comida con los inmigrantes. Por eso se pensó que un registro exclusivo de alemanes durante un tiempo restablecería el equilibrio y los alemanes más vulnerables se atreverían a retornar.

Se han esforzado en explicarlo. Pero eso es casi más peligroso que el hecho en sí. Porque lo que pasa en los comedores de Essen es una fiel representación de lo que sucede en todo el país. Y lo expone dramáticamente. Que los alemanes más débiles son gravemente perjudicados por la masiva presencia de refugiados e inmigrantes ilegales en todos los servicios y espacios públicos. La «Essener Tafel» apunta así a un terrible dilema nacional que los políticos intentan ocultar a toda costa desde aquel 4 de septiembre de 2015 en que Angela Merkel decidió saltarse todas las reglas, leyes y acuerdos europeos y abrir de par en par y sin control las fronteras de Alemania. Muchos lo celebraron como el acto de mayor generosidad y humanitarismo jamás hecho por un jefe de gobierno en Europa. Gran parte de la sociedad alemana se sintió orgullosa de aquella decisión de la canciller. Pero todo ha cambiado. Quienes salieron felices a recibir a los refugiados, hoy están decepcionados, agotados y enfadados por las privaciones y dificultades generadas. Se ha impuesto en Alemania el cansancio humanitario. Por el deterioro de los servicios, el rechazo a la integración de muchos llegados, la inseguridad, el aumento de los delitos sexuales. Por la sistemática disposición al abuso, por el abismo cultural que los separa de la sociedad alemana.

Merkel, los políticos y los medios aseguraron a los alemanes que la integración sería posible y los inconvenientes superables. Les mintieron. La frustración se refleja en el terremoto que ha sacudido el escenario político alemán. Los votantes contrarios a la inmigración comenzaron a integrarse en el partido Alternativa por Alemania (AfD). Ya es el segundo partido del país, por delante del SPD, según los sondeos. Eso pese al acoso inmisericorde del resto de partidos y la muy militante hostilidad de los medios que lo estigmatizan como nazi una y otra vez. La «Mesa de Essen», dirigida por Jörg Sartor, muchos años dirigente del SPD, recibe cada vez más apoyos de la sociedad. Frente a las críticas de políticos y medios de izquierdas, cuya actitud genera cada vez mayor hartazgo. La polémica ha escalado con la irrupción en ella de la protagonista de todo, Angela Merkel. La canciller ha condenado la decisión del comedor de intentar proteger a sus usuarios alemanes más débiles. Merkel, que tardó cerca de un año en recibir a los familiares de los muertos en el atentado de un refugiado en un mercadillo navideño en Berlín, ha sido veloz en criticar este mínimo gesto de autodefensa de la sociedad alemana ante una presión masiva cuya responsabilidad recae toda en la propia canciller. La falta de compasión de Angela Merkel con los más débiles del comedor por el mero hecho de ser alemanes revela la fuerza de la ideología culpabilizadora y antieuropea que ha impuesto la corrección política de esta omnipresente socialdemocracia en estado avanzado de descomposición, medio siglo después de la revolución cultural del 68. Es una prueba más de que urge una gran enmienda frente a perversiones con claras tendencias suicidas. Se multiplican los indicios, los muchos apoyos a los comedores de Essen son uno más de que por fin está en marcha una reacción en las sociedades occidentales ante tanto sinsentido.

Hermann Tertsch, periodista.

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