La brecha en la brecha

La incorporación de las mujeres al mercado laboral en España ha sido tardía pero veloz. Tras la prueba de fuego que ha significado la espectacular destrucción de empleo en estos años recientes, la actividad femenina no es circunstancial al ciclo económico ni dependiente de la situación familiar: ha llegado para quedarse. Esta nueva realidad refleja y anima toda una serie de transformaciones sociales profundas que nos devuelve la imagen de una sociedad con importantes anhelos de igualdad.

A diferencia de la gran mayoría de países europeos, ningún actor social o político relevante en nuestro país ha tenido especial interés en vehicular una participación laboral de las mujeres a través de su condición de esposa y madre. Paradójicamente, los países que más decididamente introdujeron modalidades de empleo para mujeres tienen ahora que luchar contra unas brechas de género que son de alguna manera endémicas y no pueden desligarse de las propias estrategias políticas de incorporación de las mujeres al mercado laboral.

En nuestro país, en cambio, la igualdad la hemos entendido sobre todo como igualdad de las mujeres en relación a los varones, mientras que nos hemos ocupado más bien poco de cómo responder al desafío de la reproducción. Esto ha tenido a mi entender dos consecuencias: la primera, importantísima, es que ha legitimado socialmente las aspiraciones igualitarias de las mujeres. La segunda, menos feliz, es que esta estrategia ha tendido a invisibilizar las diferencias entre las mujeres.

Nuestra estructura ocupacional está cada vez más polarizada, pero la distancia entre los polos es mayor en el caso de las mujeres que en el de los varones porque los porcentajes de empleo son elevados en los dos extremos (profesiones de alta y baja cualificación) pero casi insignificantes en las ocupaciones intermedias (más relacionadas con la industria). Esta brecha ha ido en aumento desde mediados de los años 90, en paralelo al espectacular crecimiento del empleo femenino.

Así, la polarización genera brechas dentro de la brecha atendiendo a diferencias según nivel formativo, edad y origen étnico. En el 2014, la tasa de empleo de mujeres con educación primaria era del 39% mientras que con educación terciaria era del 77% . Es decir, la brecha de género entre niveles formativos altos existe pero es baja (también en términos comparados) por debajo del 7% y aumenta a más del doble entre niveles formativos más bajos. Tener hijos penaliza más las trayectorias laborales de las mujeres que de los hombres, pero sobrepasado el primer umbral de desventaja, la penalización es muchomayor entre las mujeres que solo cuentan con estudios elementales.

Además, en la medida en la que el mercado de trabajo maltrata especialmente por la puerta de entrada, la brecha en temporalidad se explica por la edad (gente joven, ellos y ellas) de manera mucho más significativa que por género. La brecha salarial también es muy superior para las mujeres con bajo nivel formativo que para las mujeres con titulación universitaria. Curiosamente, esta pauta es la contraria a países como Alemania donde una mayor regulación salarial evita grandes diferencias en la base mientras que prácticas discriminatorias, en torno al tiempo de trabajo por ejemplo, intervienen en los empleos de mayor cualificación.

Acertar en el diagnóstico es vital para promover las políticas más adecuadas. Unas políticas de igualdad que ignoren este impacto de clase social y generacional pueden, sin saberlo, ahondar en las desigualdades. Esto ocurre con medidas de conciliación como la reducción del tiempo de trabajo o las excedencias no remuneradas, fuera del alcance la mayoría de las veces de las mujeres que más lo necesitan.

El importante debate sobre la corresponsabilidad también corre el riesgo de quedarse a medias si no atiende a estas realidades más ocultas. Además, reconocer estas desigualdades significa aceptar también juegos que no necesariamente son de suma positiva. Entran en liza conflictos de intereses que urge politizar. Si las jornadas laborales de quienes están en posiciones más privilegiadas, hombres y mujeres, siguen siendo rígidas y larguísimas, en alguien se confía para resolver el universo personal que existe fuera de la oficina. Y ese alguien, esto sí, siempre tiene nombre de mujer.

Marga León, profesora de Ciencia Política de la Universitat Autònoma de Barcelona.

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