La buena crisis de Europa

Hace unos meses parecía que la pandemia COVID-19, en conjunción con la crisis económica y financiera que ha causado, podía causar la ruptura de la Unión Europea. Los Estados miembros habían cerrado sus fronteras nacionales y habían rechazado toda coordinación, y algunos incluso habían detenido la exportación de equipos médicos que urgentemente necesitaban importar sus socios de la UE. Hoy, sin embargo, se han reabierto las fronteras interiores de la UE, el equipo médico se desplaza libremente, y los países miembros han acordado medidas sin precedentes para hacer frente a las consecuencias económicas de la pandemia. ¿A qué se debe este notable cambio de rumbo?

A menudo se describe a la UE como un grupo heterogéneo y variopinto formado por países pequeños y medianos que son incapaces de ponerse de acuerdo sobre cualquier cosa. Sin embargo, la evolución de los principales indicadores económicos y epidemiológicos durante la crisis COVID-19 es notablemente similar a lo largo de los Estados miembro, lo que sugiere que, al fin de cuentas, cuando se trata de tomar decisiones fundamentales sobre políticas, dichos Estados no son tan distintos.

Empecemos con los datos epidemiológicos. Es cierto que las tasas de infección y mortalidad por COVID-19 varían mucho entre los países de la UE, y que Alemania así como la mayoría de los Estados miembros septentrionales y orientales están mucho mejor que Italia, España y Francia (sin mencionar el Reino Unido). Sin embargo, casi todos ellos han estabilizado sus tasas de infección en un nivel que es lo suficientemente bajo como para que los brotes locales puedan mantenerse bajo control mediante la implementación de normas obligatorias de distanciamiento social, mismas que se levantaron únicamente después de que el virus fue controlado.

La única excepción es Suecia, país donde los encargados de la formulación de políticas decidieron confiar en que el público fuese el que tomara voluntariamente las precauciones necesarias. Hasta ahora, dicho enfoque ha arrojado resultados deslucidos, por no decir más al respecto. Suecia no sólo tiene una tasa de mortalidad mucho más alta que sus vecinos nórdicos, sino que a su economía tampoco le ha ido considerablemente mejor.

Incluso con esta excepción – que representa menos del 3% de la población de la UE – los resultados en toda Europa son mucho más consistentes que aquellos en Estados Unidos. Algunos Estados de la costa este, como por ejemplo Nueva York y Nueva Jersey, han seguido el patrón “europeo”: un fuerte aumento de infecciones y muertes, seguido de fuertes normas sobre distanciamiento social o quedarse en casa, que han estabilizado las tasas de infección en un nivel bajo. Pero otros Estados – como Arizona, California, Florida y Texas – se han mostrado reacios a hacer cumplir (o, mantener) normas estrictas de distanciamiento social, incluso cuando las tasas de infección han alcanzado niveles máximos sin precedentes.

Esto sugiere que las diferencias son una cuestión de preferencias, no de instituciones. Después de todo, Estados Unidos tiene una institución federal fuerte – los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) – que puede proporcionar orientación para todo el país.

Sí es verdad: el presidente Donald Trump se negó a respaldar las recomendaciones de los CDC; de hecho, él y otros miembros de su administración, incluyendo el vicepresidente Mike Pence, han puntualizado su negativa respecto a usar mascaras. Sin embargo, los países europeos no contaban con ninguna autoridad “federal” que los instara a seguir el mismo conjunto de normas. En cambio, la mayoría de los líderes nacionales siguieron instintivamente una línea de acción similar, guiados por los más recientes consejos científicos. Este enfoque reflejó perspectivas similares. Los gobernadores estatales de Estados Unidos no actuaron, debido a sus preferencias y perspectivas políticas marcadamente divergentes – misma que se extienden a la confianza que se deposita en la ciencia y los conocimientos especializados.

Los datos macroeconómicos cuentan una historia similar. Antes de la pandemia, el desempleo era más bajo y más uniformemente distribuido en Estados Unidos. Esta ya no es la situación. El pasado mes de mayo, la tasa de desempleo en todo el país se disparó a más del 13%, casi el doble del promedio de la Unión Europea, que es del 6,7%, mismo que apenas se elevó durante la crisis.

Lo que es más sorprendente es la forma desigual en la que se distribuye el desempleo en Estados Unidos – una forma bastante parecida a la distribución en la UE. Por ejemplo, la tasa de desempleo de Nevada en la actualidad se sitúa en el 25% – la tasa de desempleo más alta en Estados Unidos – mientras que la de Nebraska es aproximadamente sólo del 5%. Esa diferencia es casi la misma que hay entre las tasas de desempleo en Grecia y Alemania.

Sin embargo, por muy heterogéneos que sean los niveles de desempleo en la UE, todos los países han logrado evitar aumentos significativos, una vez más, por razones de perspectiva. Todos los Estados miembros de la UE han optado por introducir o ampliar los subsidios al trabajo a tiempo reducido: el gobierno paga a las empresas para que ellas mantengan a trabajadores en su nómina, incluso si la producción tiene que reducirse.

El objetivo era permitir que las empresas industriales medianas y grandes conservaran a su personal especializado – o, lo que se denomina como “capital humano específico para la empresa” – durante la conmoción temporal. De esa manera, las empresas tendrían la capacidad para reanudar la producción más rápidamente, una vez que se levanten las restricciones y se afiance la recuperación.

Sin duda, tales esquemas tienen una desventaja significativa: podrían estar subvencionando puestos de trabajo que no tienen futuro a largo plazo. Pero, el punto no es si esta fue o no fue la mejor opción en cuanto a la adopción de políticas. Lo que importa es que cada Estado miembro de la UE optó por la misma política. (Las normas del mercado laboral continúan siendo una competencia nacional celosamente protegida, por lo que la UE no podría haberles ordenado que optaran por lo mismo).

La acción a nivel de la UE está en camino. El reciente acuerdo franco-alemán para crear un fondo de recuperación de 500 mil millones de euros (567 mil millones de dólares) cambia radicalmente las reglas, ya que, por primera vez, se permitirá que la Unión Europea se endeude y realice transferencias a los más necesitados.

Por sí solo, este acuerdo se constituiría en un gran paso adelante. Sin embargo, debe entenderse no sólo como una reacción ante una situación desesperada, sino como un reflejo de los valores y puntos de vista que son ampliamente compartidos. A pesar de toda la tragedia que conlleva, la crisis COVID-19 ha revelado una verdad fundamental sobre la Unión Europea: los lazos que la unen se extienden mucho más allá de los tratados y del interés propio de los miembros.

Daniel Gros is Director of the Centre for European Policy Studies. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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