La búsqueda del crecimiento mundial

¿Cuál es la prioridad económica más urgente compartida por países tan diversos como el Brasil, China, Chipre, Corea, los Estados Unidos, Francia, Grecia, Irlanda, Islandia, Portugal y el Reino Unido?

No es la deuda y los déficits ni la necesidad de abordar las consecuencias del préstamo y el endeudamiento irresponsables. Sí, se trata de asuntos importantes y, en algunos casos, urgentes, pero el problema número uno que afrontan esos países es la creación de modelos de crecimiento que puedan ofrecer puestos de trabajo más abundantes, mejor remunerados y más seguros en medio de una reorganización secular de la economía mundial.

Por razones teóricas y prácticas a un tiempo, se trata de un imperativo que no se logrará fácil o rápidamente y, cuando así sea, lo más probable es que se trate de un proceso parcial e irregular, lo que acentuará las diferencias y planteará difíciles cuestiones de coordinación en los niveles nacional, regional y mundial.

Los últimos años han puesto de relieve la decadencia de modelos de crecimiento muy antiguos. Algunos países (por ejemplo, Grecia y Portugal) dependieron del gasto financiado por el Estado para avivar la actividad económica. Otros (piénsese en Chipre, los Estados Unidos, Islandia, Irlanda y el Reino Unido) recurrieron a aumentos del apalancamiento entre entidades financieras para financiar actividades del sector privado, a veces casi sin relación con los fundamentos económicos subyacentes. Otros más (China y Corea) aprovecharon una mundialización aparentemente ilimitada y un comercio internacional boyante para conseguir participaciones cada vez mayores en los mercados y un último grupo avanzó a la sombra de China.

Los datos recientes del Fondo Monetario Internacional ponen de relieve esa pérdida simultánea de eficacia de los modelos. En el más reciente período de cinco años, el crecimiento mundial fue de sólo el 2,9 por ciento, por término medio, muy por debajo del nivel de prácticamente cualquier otro período multianual desde 1971. Si bien las economías en ascenso han superado en resultados a los países desarrollados, el ritmo de los dos se ha aminorado. El crecimiento ha sido prácticamente plano en las economías desarrolladas y, con el 5,6 por ciento en los países en ascenso, está muy por debajo del 7,6 por ciento, por término medio, en el anterior período de cinco años.

Sistemas muy apalancados en economías dependientes de las finanzas fueron los primeros que chocaron contra un muro, lo que sorprendió a muchos que se habían creído acríticamente la “gran moderación”: la idea de que la inestabilidad macroeconómica y de los mercados de activos había desaparecido permanentemente. La audaz actuación normativa que contrarrestó el desorden inicial previno una depresión mundial, pero recargó los balances del sector público.

A consecuencia de ello, unos gobiernos muy endeudados fueron los siguientes en chocar contra el muro. Algunos se vieron empujados hasta ahí por el alto costo de la contención de los daños resultantes de un comportamiento irresponsable de los bancos. Al afrontar un inmediato racionamiento del crédito y grandes contracciones de la producción, sólo se pudo estabilizarlos mediante una financiación oficial excepcional procedente del extranjero y, en caso extremos, la suspensión de pagos correspondientes a compromisos pasados (incluidos los tenedores de bonos y, en época más reciente, los depositantes en bancos).

En el caso de otros países, incluidos los EE.UU, las cuestiones del medio plazo pasaron a primer plano, pero, en lugar de catalizar los debates normativos sensatos, dichas cuestiones propiciaron una política polarizada y polarizante, lo que levantó nuevos vientos más inmediatos y contrarios al crecimiento económico.

Entretanto, una economía mundial muy interdependiente y (ahora) menos dinámica ha estado limitando la potencia de los motores exteriores del crecimiento. Conforme a ello, incluso países con balances sólidos y un apalancamiento soportable han experimentado una desaceleración del crecimiento.

Las consecuencias han llegado a ser dolorosamente claras, en particular en los países occidentales. Con un crecimiento insuficiente para hacer un desapalancamiento seguro, los costos sociales han sido considerables. Un desempleo juvenil alarmantemente elevado, unas redes de seguridad social menguantes y una inversión insuficiente en infraestructuras y capital humano están representando una carga para las generaciones actuales y, en un número cada vez mayor de casos, también afectarán negativamente a generaciones futuras.

En ese proceso, la desigualdad ha aumentado aún más y, sin embargo, pese a la urgente necesidad de adaptaciones normativas importantes en el nivel nacional y una coordinación regional y mundial mucho mejor, los avances han sido decepcionantes.

Como el marco político está socavando la combinación idónea de medidas a corto y a largo plazo, las autoridades nacionales improvisaron planteamientos parciales y una experimentación inhabitual. Se ha centrado la atención en ganar tiempo, en lugar de aplicar una transición sensata a una posición normativa sostenible, y, si no se dejara de abordar la excesiva desigualdad hasta el último momento, los posibles resultados nacionales serían menos inciertos.

Las dimensiones regionales y multilaterales son igualmente insuficientes. La falta de análisis comunes bien formulados y de coordinación de políticas ha acentuado los déficits de legitimidad, lo que ha alentado a los dirigentes y al público a optar por relatos parciales y ha erosionado la confianza en las estructuras institucionales existentes.

En vista de esas tendencias, la búsqueda de modelos de crecimiento más sólidos requerirá mucho más tiempo y será más complicada de lo que muchos reconocen, sobre todo porque la economía mundial se está alejando de una mundialización desbocada y de niveles elevados de apalancamiento.

Es de esperar que países como los EE.UU. se beneficien de un dinámico espíritu de empresa ascendente y de la tradicional recuperación económica cíclica. Pese a la disfuncionalidad del Congreso, el sector privado convertirá la prima a la incertidumbre, cada vez más paralizante y que obstaculiza la inversión, en otra, menos perjudicial, al riesgo, pero, sin un turbocompresor económico a corto plazo, la recuperación del crecimiento y de los puestos de trabajo seguirá siendo gradual, vulnerable ante los riesgos políticos y normativos y desproporcionadamente benéfico para quienes cuenten con medios iniciales favorables de riqueza y talentos mundializados.

El papel de los gobiernos será diferente en países como China, donde los funcionarios guiarán el paso de la dependencia de las fuentes exteriores de crecimiento a una demanda más equilibrada, Como ello requiere algunas reorganizaciones internas fundamentales, la reequilibración será gradual y a veces no lineal.

Las perspectivas para otras economías son más inciertas. Países como Chipre, minados por la falta de flexibilidad normativa, necesitarán mucho tiempo para superar el embate inmediato de la crisis y renovar sus modelos de crecimiento.

Abandonada a sus propias fuerzas, esa dinámica con múltiples velocidades se materializaría en un mayor crecimiento mundial total, acompañado de mayores disparidades internas y entre los países, con frecuencia exacerbadas por la demografía. La cuestión es si los sistemas de dirección existentes pueden coordinar una intervención eficaz para contrarrestar las tensiones resultantes.

Se necesitan avances simultáneos tanto en la substancia como en el proceso. Los parlamentos y las instituciones multilaterales deben ser más eficaces para facilitar la aplicación de políticas cooperativas, lo que requerirá la disposición a reformar las instituciones anticuadas, incluido el cabildeo político.

Nadie debe subestimar el problema del crecimiento que afronta la economía mundial actualmente. Los sectores más fuertes (dentro de los países y entre ellos) seguirán recuperándose, pero no lo suficiente para hacer remontar a toda la economía mundial. A consecuencia de ello, los sectores débiles corren el riesgo de ser superados a un ritmo cada vez más rápido. Si no se ajustan los sistemas de dirección, resultará más difícil conciliar y mantener ordenadas esas tendencias.

Mohamed A. El-Erian is CEO and co-Chief Investment Officer of the global investment company PIMCO, with approximately $2 trillion in assets under management. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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