La caída del Imperio Romano

Desde hace al menos mil años, los historiadores debaten sobre las causas de la caída del Imperio romano; las epidemias y las invasiones bárbaras ocupan un lugar destacado entre sus explicaciones. Sin duda, habría que añadir el desequilibrio de las instituciones administrativas y judiciales que garantizaban la unidad y la continuidad del imperio. ¿Cómo no trazar un paralelismo con nuestra vieja Europa, hoy acosada por una pandemia, por masas de refugiados a nuestras puertas, por la decadencia interna de movimientos denominados populistas e independentistas, por el poder cada vez mayor de los autócratas por encima de las leyes?

Esta similitud con la Antigüedad romana me parece aún más evidente estos días, después de oír a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, recordar en latín al primer ministro británico: «Pacta sunt servanda». Nunca antes había dicho nada tan importante. Este principio absoluto de respeto por los tratados y contratos una vez negociados y firmados constituye la base del orden occidental, todo lo que distingue a la civilización de la barbarie. En esta ocasión, Ursula von der Leyen recordaba al primer ministro británico que no podía anular, con una simple ley, un tratado ya firmado por su país con la Unión Europea, que garantizaba la unidad económica de la República de Irlanda con el Ulster. El que Boris Johnson considere que Pacta non sunt servanda es, por tanto, algo más grave que un simple gesto demagógico; supone, por su parte, negar que Gran Bretaña pertenece al orden jurídico occidental.

El primer ministro británico se une así a una cohorte bárbara que aumenta sin cesar; recordemos que ahora incluye a los líderes húngaros y polacos que ya no respetan la independencia de los jueces, los derechos humanos, la libertad de prensa y sus obligaciones contractuales con la Unión Europea.

Fuera de nuestra Unión, Donald Trump, sin violar directamente los tratados, se retira de ellos, ya sea del Tratado de París sobre el clima (se piense lo que se piense sobre este Tratado) o de los acuerdos firmados con Rusia sobre la limitación de los ensayos nucleares.

En nuestras fronteras, el minisultán turco, Recep Erdogan, muestra tanto desprecio por sus conciudadanos al encarcelar a magistrados y periodistas como al invadir las fronteras marítimas griegas y chipriotas, garantizadas por el derecho marítimo internacional y por la OTAN, a la que, curiosamente, Turquía sigue perteneciendo. Este mismo minisultán, en connivencia con los rusos, intenta derrocar al Gobierno legal de Libia, internacionalmente reconocido, para sustituirlo por un mercenario a sueldo.

Esta enumeración de infracciones de la ley podría ser aún más larga y tediosa si añadiera China y Birmania, pero nos conformaremos aquí con la esfera occidental, la nuestra.

Este regreso de la barbarie legal no les pasa desapercibido a todos los líderes occidentales. Ya hemos citado a Ursula von der Leyen. Angela Merkel le recuerda a Vladimir Putin que no se puede asesinar impunemente a un adversario político y que Bielorrusia es un Estado independiente. Emmanuel Macron ha desplegado una flota francesa en el Mediterráneo oriental para recordar a los turcos que existe un derecho internacional superior a su fantasía otomana. En Francia, muy pronto, una ley contra el «separatismo», por muy simbólica que sea, recordará que la Constitución es vinculante para las minorías culturales y religiosas.

En España, el Rey tuvo que recordar a los catalanes que, según la Constitución, son ciudadanos españoles. El orden occidental es el poder de la ley por encima del poder de los partidos y los políticos.

Lamentablemente, esta progresión del desorden bárbaro se une a una pandemia que sacude la legitimidad de los Estados. Por supuesto, es muy difícil, entre los diversos factores que explican la gravedad de la enfermedad, establecer una jerarquía entre lo que está directamente relacionado con el virus, las culturas y hábitos locales, la forma de vida y las estrategias sanitarias aplicadas por los gobiernos.

Alemania y Dinamarca tienen menos víctimas que Francia y España; ¿por culpa de quién? ¿Gracias a quién? Sin duda, la calidad de las administraciones influye, pero no es lo único; el hecho de que España y Francia sean lugares de veraneo puede explicar los estragos del virus tanto como la probable negligencia de los gobiernos. Por lo tanto, mi propósito aquí no es culpar a este o aquel Gobierno, sino volver al tema esencial: el orden occidental es a la vez un orden jurídico -amenazado-, un orden económico -frágil, pero en progreso-, y un orden de seguridad -seguridad física y sanitaria-, y estamos lejos de alcanzarlo. Desde el inicio de la pandemia, se intenta en vano coordinar los esfuerzos europeos en investigación, terapia y la esperada vacuna; en el octavo mes de la pandemia, el sálvese quien pueda prevalece sobre la puesta en común de las respuestas.

Si yo fuera chino, me burlaría de este Occidente y de esta Europa, que en realidad no son atacados desde el exterior, sino que se autodestruyen por ignorancia de sus propios fundamentos históricos.

Guy Sorman

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