La caída del muro árabe

A medida que las protestas multitudinarias sacuden Túnez, Egipto, Argelia, Yemen y Jordania, parece desmoronarse la omnipresencia de unos estados controlados por los servicios de seguridad. En concreto, la incapacidad del temido aparato de seguridad del presidente Hosni Mubarak para reprimir la creciente marea de manifestantes y salvar un dominio que ha durado treinta años señala la caída del muro autoritario árabe. En tanto que país más poblado del mundo árabe y capital de su producción cultural, si Egipto se transforma en una democracia, se producirá una reacción en cadena a lo largo de toda la región. Como en el banquete de Baltasar, la mano profética ya ha escrito en la pared.

Se ha alzado ya la barrera del miedo que permitió a los dictadores árabes oprimir a sus ciudadanos. Contra todo pronóstico, cientos de miles de jóvenes (hombres y mujeres) han tomado las calles y, arriesgando la vida, han exigido cambio y libertad. Túnez proporcionó la chispa que ha prendido esos incendios políticos a lo largo de todo el mundo árabe. Si los tunecinos podían expulsar a su opresor Ben Ali, muchos árabes se atrevieron a pensar lo impensable.

Al margen de que los opresivos regímenes árabes consigan capear la tormenta, el statu quo ya no resulta sostenible. Los árabes de la calle se sienten dotados de poder, a punto de ser testigos de un nuevo amanecer democrático. Se han sacudido la apatía política y se han adentrado en el espacio político.

Los gobernantes árabes, en cambio, temen que se haya terminado su prolongado reinado autoritario. En Yemen, tras 32 años en el poder y a pesar de un reciente esfuerzo por autonombrarse presidente vitalicio, Ali Abdulah Saleh ha declarado que ni busca ser reelegido ni traspasar la autoridad a su hijo tras el actual mandato que concluye en el 2013. "Ni ampliación de mandato, ni sucesión, ni puesta a cero del reloj", afirmó Saleh antes de la gran manifestación en Saná del jueves, bautizado como "día de la ira" a imitación del modelo tunecino y egipcio. En Jordania, el rey Abdulah II ha destituido al primer ministro y a su gabinete tras semanas de manifestaciones antigubernamentales y ha ordenado al nuevo primer ministro que lleve a cabo urgentes reformas políticas.

Envalentonados, los manifestantes ya no se conforman con retoques cosméticos, sino que piden un cambio político sustancial: la reestructuración de las cerradas sociedades siguiendo un modelo plural. Para los árabes, psicológica y simbólicamente, este momento equivale a la caída del muro del Berlín. Están a punto de subirse a una ola democrática como la que barrió Europa oriental tras el derrumbe de la Unión Soviética. En este sentido, la intifada árabe ha acabado con la afirmación de que el islam y los musulmanes son incompatibles con la democracia.

Como sus equivalentes de Europa oriental, el viaje democrático de los árabes será incierto, complejo, desigual y prolongado. No hay ninguna garantía de una transformación democrática con éxito y no cabe duda de que surgirán contratiempos. El desafío más difícil es institucionalizar la relación entre el ejército y la dirección política civil y poner fin al dominio de los rangos más antiguos del ejército. Como en Europa oriental, la transición árabe desde el autoritarismo político a unas sociedades plurales y abiertas llevará más de dos décadas.

La nueva intifada árabe se nutre principalmente de preocupaciones y agravios internos (el trabajo y las libertades) y no de sentimientos antioccidentales de política exterior. A diferencia de los manifestantes de la revolución islámica iraní a finales de la década de 1970, ni los egipcios ni los tunecinos queman banderas estadounidenses e israelíes, ni tampoco culpan de su suerte al imperialismo occidental.

Tampoco los clérigos y los mulás son los motores de la agitación social que se ha apoderado de los países árabes. La punta de lanza de la revuelta contra el opresivo statu quo es una clase media acuciada por los problemas. Aunque fragmentada y sin coherencia ni unidad, la oposición está formada por una variopinta coalición de hombres y mujeres de todas las edades y todos los colores políticos, incluidos centristas de tendencias liberales, demócratas, izquierdistas, nacionalistas e islamistas.

Lo que distingue la intifada árabe de la revolución iraní es que no hay ningún ayatolá Jomeini preparado para secuestrar la revolución y hacerse con el poder. En el caso de Egipto, los Hermanos Musulmanes son el único grupo político influyente entre un mosaico de organizaciones opositoras laicas. Los Hermanos renunciaron hace tiempo a la violencia y aceptan plenamente las reglas del juego político. Es el movimiento de base religiosa más grande y organizado del mundo musulmán y ha demostrado tener sentido común, madurez y realismo político. Dedican grandes esfuerzos a librarse de su antigua imagen de radicalismo y subversión.

No hay un auténtico peligro de que los extremistas ocupen el vacío de la seguridad porque existen mecanismos de control y equilibrio de poderes. A pesar de que persiste la violencia, el ejército ya ha llenado el vacío dejado por la salida de la policía y el aparato de seguridad de Mubarak. Cuando se alcance un acuerdo político, si es que eso llega a ocurrir, es probable que el ejército supervise la transición hacia el nuevo régimen mientras se mantengan los derechos e intereses de los oficiales superiores. La diversidad y el dinamismo de la oposición y de la sociedad civil también son factores que operan en contra de un posible secuestro de la pacífica revolución egipcia.

Aunque de modo tardío, Estados Unidos ha aceptado por fin la importancia y la inevitabilidad del cambio en la región. Dirigiéndose a los manifestantes egipcios, Obama dijo que su "pasión y dignidad" eran "motivo de inspiración para las personas de todo el mundo, incluidos también los habitantes de Estados Unidos y todos aquellos que creen en la inevitabilidad de la libertad". "Deseo ser claro, oímos vuestras voces", afirmó Obama.

Aunque existen riesgos inherentes en la agitación que se extiende por el mundo árabe, los recientes acontecimientos apuntan a un futuro más prometedor y brillante. Los árabes están superando el amargo legado del colonialismo y del fracasado Estado poscolonial. Están luchando por ser dueños de su historia y por decidir su futuro.

Por Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics and Political Science, Universidad de Londres. Traducción: Juan Gabriel López Guix.

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