La cancelación de 'Idomeneo'

Por Daniel Barenboim, pianista y director, fundador de la Orquesta East Western Divan junto con el ensayista palestino Edward W. Said. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 04/10/06):

La cancelación de las representaciones de Idomeneo en Berlín plantea una pregunta importantísima: qué percepción tenemos del mundo musulmán, un asunto que no se ha abordado de manera satisfactoria en absoluto. La Deutsche Oper ha eliminado temporalmente de su repertorio para esta temporada este espectáculo -que no he visto y que, por tanto, no puedo comentar-, ¡porque contenía elementos que podían ofender o insultar a unas personas que no estaban obligadas a verlo! Un Gobierno tiene el deber de proteger a sus ciudadanos frente a las amenazas de violencia y terrorismo, pero ¿tiene un teatro el deber de proteger a su público de expresiones artísticas que podrían interpretarse como ofensivas? El nexo entre la expresión artística y las asociaciones de ideas que suscita no es muy diferente del que existe entre sustancia y percepción. Con demasiada frecuencia alteramos la sustancia para adaptarla a la percepción que tenemos de ella. Como es natural, no hay manera de saber con exactitud las asociaciones que evoca el arte, porque son prerrogativa de cada individuo. En la música, la diferencia entre el contenido y la percepción la ofrece la página impresa. En el teatro o la ópera, sin una partitura que organice la dirección de escena, eso es responsabilidad exclusiva del director.

La esencia del papel del teatro en la sociedad consiste precisamente en su facultad de mantener un diálogo permanente con la realidad, independientemente de su impacto sobre los hechos concretos. Esta forma de diálogo no es señal de valor ni de cobardía, sino que debe nacer de la necesidad intrínseca de expresarse de un individuo o una institución. Que una persona limite su libertad de expresión por miedo es tan ineficaz como que imponga su punto de vista mediante el uso de la fuerza militar. El arte no es moral ni inmoral; no es edificante ni ofensivo; es nuestra reacción la que hace que nos parezca una u otra cosa. Nuestra sociedad considera la controversia, cada vez más, como un atributo negativo, pero la diferencia de opiniones y la distinción entre el contenido y nuestra percepción de él constituyen la esencia de la creatividad. Si el contenido se puede manipular, la percepción todavía más. Al censurar nuestro propio arte por miedo a insultar a un grupo determinado de personas no sólo limitamos el intelecto humano en general, en lugar de ampliarlo, sino que insultamos la inteligencia de un gran número de musulmanes y les negamos la oportunidad de demostrar su madurez de pensamiento. Es todo lo contrario del diálogo y es consecuencia de no saber distinguir entre los diferentes puntos de vista existentes en el vasto mundo musulmán.

El arte no tiene nada que ver con una sociedad que rechaza lo que yo llamaría unos criterios de inteligencia públicamente reconocidos, como en la antigua Grecia, y se aferra a la solución fácil de lo políticamente correcto que, en definitiva, no se diferencia mucho del fundamentalismo en sus diversas manifestaciones. Tanto la corrección política como el fundamentalismo proporcionan respuestas, no para saber más, sino para evitar preguntas. El hecho de actuar por miedo no apacigua a los fundamentalistas, que, en cualquier caso, no tienen la menor intención de dejarse apaciguar, ni sirve de estímulo a los musulmanes ilustrados que quieren que haya progreso y diálogo. Al contrario, aísla a todos los musulmanes y les convierte en parte del problema, en vez de incorporarlos a la búsqueda de soluciones. Esta demoledora falta de diferenciación es un insulto que empobrece a nuestra sociedad, porque impide la participación fructífera de elementos importantes y permite que una semilla de miedo crezca hasta transformarse en un bosque de pánico. Al privar a nuestra sociedad de este diálogo fundamental, seguimos marginando a personas cuya cooperación pacífica es indispensable para un futuro sin violencia.

Tal vez el mundo musulmán necesita a un equivalente moderno de Spinoza que sea capaz de expresar la auténtica naturaleza del islam, del mismo modo que Spinoza expresó la auténtica naturaleza del pensamiento judeocristiano, desde fuera de él e incluso negándolo. La decisión de no representar Idomeneo representa, en última instancia, una decisión de no distinguir entre los ilustrados y los extremistas, entre los intelectuales y los dogmáticos, entre los que tienen intereses culturales y los intolerantes, de cualquier origen o religión. La negativa a dejar que se vea esta imagen es precisamente el temor que los elementos violentos del mundo musulmán querrían que tuviéramos.

Como decía al principio de este artículo, no he visto este montaje. Sólo espero que el señor Neuenfels considerara la exhibición de las cabezas cortadas de Jesús, Mahoma y Buda una necesidad absoluta dictada por la partitura de Mozart. Quizá debía haber hecho que las cabezas hablaran para rogar el reconocimiento de toda la sabiduría y la fuerza de pensamiento que, todas juntas, representan.