La careta del gobierno venezolano

Comprender lo que ocurre hoy en Venezuela implica revisar su historia, que comienza con el proceso Colon-descubrimiento-Capitanía General, pasando por Bolívar y las guerras independentistas, así como las posteriores guerras de caudillos que van perfilando el destino de Venezuela.

La férrea dictadura de veintisiete años del general Juan Vicente Gómez, concluida con su muerte en 1935, deja al país vinculado con los centros económicos mundiales del capitalismo emergente. Británicos, holandeses y norteamericanos se constituyen en pieza clave de la economía, con la explotación y asignación de concesiones petroleras otorgadas por el dictador, quedando desplazada la economía tradicional del café y del cacao. La economía minera extractiva dinamiza la vida del país, la capital cambia su rostro y se introducen nuevos elementos en la cultura del venezolano que van a condicionar la acción política de las organizaciones, partidos y sindicatos incipientemente gestados en la dictadura gomecista. El Partido Comunista, Acción Democrática, URD y Copei sufren crisis y divisiones, originando organizaciones que hoy ocupan posiciones de poder.

El periodo que sigue a Gómez lo llenarán sus sucesores –Eleazar López Contreras, Medina, la Junta Revolucionaria, Gallegos, Delgado– y concluye con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958. El pueblo continuaba buscando respuestas sin encontrarlas. Solo bailaba la música que otros ponían. Llega la década de los años sesenta, conocida como el retorno de la democracia, se enfatizaba sobre la Constitución, el sufragio y la paz. Gobiernan mediante elecciones los presidentes Betancourt, Leoni, Pérez, Caldera, Herrera y Lusinchi, llenando un periodo de cuarenta años conocido como «la cuarta república». No nos ocupa aquí hacer un balance de ese proceso, que dejó expectativas inconclusas, pero, sin embargo, se desarrollaron programas asistenciales, planes de viviendas y de estudiantes becados, construcción de escuelas, liceos y hospitales. El proyecto «la gran Venezuela», impulsado por Pérez y sostenido por el petróleo, colocó al país con alta credibilidad internacional. Pronto vino el fin de esa fiesta: intereses políticos, corrupción, abandono de compromisos y principios políticos, inflación y alza de los precios del combutible desembocaron en saqueos en Caracas e importantes ciudades.

La mesa estaba servida para Hugo Chávez, teniente coronel que promueve un alzamiento militar violento. Derrotado y preso por el Gobierno de Pérez, es puesto en libertad por el presidente Caldera. Sale con su consigna de «la esperanza en la calle», y los venezolanos, agobiados por muchos desencantos y en avalancha electoral, lo eligen. Veían al mesías que solventaría sus calamidades, al militar que impondría el orden. Se arrimaron grupos económicos y personalidades en su apoyo. Ya en el poder, con Constitución nueva y el respaldo incondicional del Gobierno cubano, tenía lista la carátula de su obra, el parapeto del «socialismo del siglo XXI»: la Asamblea de Diputados, el Tribunal Supremo de Justicia, poder moral y poder electoral, la Fiscalía, Ejércitos y policías serían la base que aún sostienen al Gobierno. Aquel «por ahora no hemos logrado nuestros objetivos» quedo atrás. El proceso estaba blindado. Así, el nuevo Libertador desentierra a Bolívar, toma su espada y marcha por Hispanoamérica, emulando la épica de El Cid Campeador.

En la otra mano empuñaba su arma auténtica de combate, su chequera petrolera. Con ella alinea en la OEA y en la ONU a algunos países en las decisiones de su interés, que acudían a Chávez en busca de dinero y otras prebendas. El Gobierno financio campañas electorales en otros países. Determinados diputados y concejales fanáticamente se rasgan las vestiduras para defender algo que no conocen. Mientras, continúan recibiendo mesadas del Gobierno venezolano. Enmascarados con moños, apariencia de vestir, y con un verbo populista, persiguen atrapar votos de sectores con carencias sociales. Lo banal lo agigantan, no practican lo que pregonan, escandalizan y mantienen un circo permanente que obstaculiza la labor parlamentaria. Por sus frutos los conoceréis.

Hoy Venezuela continúa con un cuadro de violencia mantenido por un régimen dictatorial-narco-militar-policial, violador de los derechos humanos y constitucionales. Hay sectores de las Fuerzas Armadas en negocios de oro, diamantes, alimentos, medicinas y toda clase de insumos, y también dirigentes políticos, estudiantes y ciudadanos presos, y muchos muertos. ¿Hay alguna duda sobre un régimen con tal caracterización para continuar pensando en si es o no democrático?

El Tribunal Supremo de Justicia, mediante las sentencias 155 y 156, formalizó el llamado golpe a la Asamblea Nacional, que ya estaba dado desde enero. Su equivocada actitud lo coloca como parte del gran circo. Mientras tanto, el pueblo continúa en medio de marchas y contramarchas, esperando, tal vez, un mesías, la OEA o la intervención de Trump. El Gobierno de Maduro, «el hijo de Chávez», continúa recibiendo las más fuertes manifestaciones de rechazo popular. Exhibe ante el mundo la careta de «democrático», pero solo es una aberrante dictadura. «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre».

Henry Urbano-Taylor, sociólogo.

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