La carrera de África contra el COVID-19

Ya hay preocupantes señales de que el virus COVID-19 se ha asentado en el África subsahariana, la región más pobre del mundo. La ventana de oportunidad para evitar una catástrofe humanitaria todavía está entornada, pero serán necesarias una acción nacional y una cooperación internacional decididas para mantenerla así.

Hasta hace poco tiempo, la baja cantidad de casos informados en África alimentaba una especie de complacencia. Quizás las mayores temperaturas limitaban los índices de transmisión del COVID-19. En una región donde habitan más niños (que son menos susceptibles) y menos personas de la tercera edad que en otras áreas del planeta, algunos expertos conjeturaron que sus características demográficas ofrecían un grado de protección.

Pero se acabó el tiempo de la complacencia. El Director General de la Organización Mundial de la Salud Tedros Adhanom Ghebreyesus, ex ministro de salud de Etiopía, ha urgido a África a despertar a la amenaza del COVID-19. Los gobiernos y donantes se están preparando para lo peor, respondiendo tardíamente a una trayectoria del coronavirus que tiene las huellas de la experiencia en Europa: un pequeño recuento inicial que luego crece de manera exponencial.

El África subsahariana tiene 1305 casos confirmados del coronavirus COVID-19, menos del 1% del total mundial. Solo 11 países cuentan con más de 20 casos confirmados. Mientras tanto, en Europa se reportaban más de 4000 casos nuevos en las 24 horas antes de yo escribiera esta columna.

Pero estos titulares ocultan la escala de la amenaza pandémica. Con pocos países adecuadamente equipados para hacer pruebas del COVID-19, los casos informados bien pueden representar la punta de un iceberg, y las cifras cambian rápidamente. Si bien la mayoría de los casos fueron “importados” por visitantes llegados de Europa, varios países –como Sudáfrica, Senegal, Kenia, Liberia y la República Popular del Congo- ahora informan transmisión en comunidades.

Varios gobiernos africanos están actuando con más decisión que sus símiles europeos. Senegal y Nigeria están testeando y dando seguimiento a los casos. Los aeropuertos están completamente cerrados, o a visitantes procedentes de países con altas cifras de casos confirmados. En Ghana se han prohibido las reuniones públicas y los funerales. En varios países se han cerrado escuelas y se alienta el distanciamiento social.

Pero los gobiernos y las comunidades de África no pueden contener esta pandemia por sí solos. Incluso con inyecciones de miles de millones de dólares, algunos de los sistemas de salud más sólidos del mundo están crujiendo por la presión de la pandemia. Cerca de un tercio de los pacientes hospitalizados necesitan cuidados intensivos, por lo que la pandemia está colapsando los hospitales, trabajadores sanitarios y la infraestructura médica, en especial los insumos de equipos de protección personal y oxígeno medicinal. Basta con ver la crisis en la región italiana de Lombardía y el Servicio de Salud Nacional del Reino Unido.

Si la prevención y la contención fallan y el COVID-19 se propaga, los sistemas sanitarios africanos no podrán soportar la carga. La subinversión crónica y un déficit de más de tres millones de trabajadores sanitarios han dejado a sus países sin capacidad de satisfacer hasta las necesidades de salud más básicas, para no hablar del COVID-19.

Ninguna región está más alejada de una cobertura de salud universal. La mitad de la población carece de acceso a servicios de salud modernos. El gasto público en salud promedia apenas $16 por persona, muchísimo menos de los $86 por persona necesarios para financiar prestaciones de salud básicas. Hay apenas siete camas de hospital y un médico por cada 10.000 personas (Italia tiene más de 34 camas y 40 doctores).

Piénsese en el oxígeno medicinal, parte vital del tratamiento a los pacientes del COVID-19 que sufren de las serias dificultades respiratorias que acompañan a la neumonía viral. A veces se olvida que África ya padece una epidemia de neumonía que mata a más 400.000 niños al año. Como ha mostrado el consultor pediátrico australiano Hamish Graham, muchas de estas muertes se podrían haber evitado con antibióticos y oxígeno medicinal, pero el problema es que este tipo de oxígeno rara vez está disponible.

Aunque los sistemas de salud están en la primera línea de la lucha contra el COVID-19, la pandemia plantea amenazas mucho mayores. La débil demanda en China ya ha afectado los precios de los productos básicos o commodities. La recisión en Europa y la caída de los precios del petróleo golpearán a las principales economías de la región. Las previsiones de crecimiento para África se están revisando a la baja con consecuencias para la pobreza potencialmente desastrosas.

La educación de millones de niños se interrumpirá con el cierre de las escuelas. Los más afectados serían aquellos obligados por la pobreza a entrar a los mercados laborales o, en el caso de las niñas adolescentes, a un matrimonio temprano.

En contraste con la situación de 2008, la deuda pública y el acceso limitado a los mercados crediticios internacionales afecta la capacidad de los gobiernos de aumentar el gasto en redes de bienestar, salud e infraestructura económica. Ese telón de fondo, agravado por la enorme escala de la amenaza del coronavirus, hace que la cooperación internacional sea más crucial que nunca.

Por desgracia, las respuestas hasta ahora han sido tibias. El Banco Mundial ha preparado acertadamente un paquete de financiación rápida que ayudará a fortalecer los sistemas de salud, pero los fondos están llegando con demasiada lentitud. Es urgente que este dinero se convierta en preparación de la salud pública para el diagnóstico, el tratamiento y la contención del COVID-19.

Para una verdadera preparación se requerirá una implacable priorización. Además de la promoción temprana del distanciamiento social, los países de Asia del Este que han tenido más éxito en contener la pandemia han usado pruebas a gran escala para aislar a los portadores, trazar sus contactos y romper las cadenas de transmisión. África debe seguir ese ejemplo. Si no se hacen más pruebas, un brote podría quedar sin detectar hasta que sea demasiado tarde. Por eso es tan importante la iniciativa del Departamento para el Desarrollo Internacional del Reino Unido y el gobierno de Senegal para desarrollar una prueba de diagnóstico rápida.

Las próximas semanas son críticas. La OMS, en conjunto con los ministerios de salud africanos, está bien situada para apoyar el desarrollo de los planes de primera línea para la contención del COVID-19, lo que incluye los fondos necesarios para equipos de pruebas y diagnóstico, insumos médicos y trajes protectores. Existe un vehículo ya fabricado para apoyar estos planes. Pero los donantes todavía no han financiado por completo el llamado de la OMS de $675 millones lanzado en enero.

El apoyo fiscal es la segunda línea de defensa. África necesita con urgencia compromisos del FMI para inyectar liquidez. Las líneas de crédito actuales para emergencias (cerca de $10 mil millones para todos los países de bajos ingresos) son demasiado pequeñas. Además de proporcionar un alivio fiscal, tanto el FMI como el Banco Mundial, deberían estar colaborando para apoyar las inversiones en salud, educación y bienestar que será crucial para la recuperación.

Puede que África parezca un asunto remoto para las autoridades del mundo desarrollado. Pero si hay algo que el coronavirus nos ha enseñado es que las pandemias virales no respetan las fronteras. Esta no es una enfermedad que se pueda derrotar en nuestros patios traseros. Se tiene que derrotar globalmente para que todos nos salvemos. Y ahora debemos derrotarla en África.

Kevin Watkins is CEO of Save the Children UK. Traducido por David Meléndez Tormen

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