La carrera hacia el abismo

Mientras que, desde las elecciones de mayo, toda la atención está centrada en la difícil puesta en marcha del nuevo Gobierno de la Unión Europea, el Brexit sigue siendo una bomba de relojería que amenaza no solo al Reino Unido sino a toda Europa.

La dimisión de Theresa May como primera ministra, el 7 de junio, lejos de terminar con la crisis política, la ha amplificado. La elección de su sucesor depende de los 160.000 militantes del Partido Conservador —el 0,3% del electorado—, precisamente cuando acaba de sufrir un revés histórico en las elecciones europeas, con solo el 9% de los votos. El enfrentamiento entre Boris Johnson y Jeremy Hunt les hace pujar demagógicamente por el Brexit sin importar los costes, pese a que los partidarios de permanecer en la Unión obtuvieron en esas elecciones el 40% de los votos, frente al 35% de los defensores del Brexit, y el Parlamento ha rechazado varias veces una salida sin acuerdo.

Es muy probable que el 31 de octubre se produzca ese Brexit sin acuerdo. Parece poco verosímil que el futuro primer ministro consiga en unas semanas lo que Theresa May no ha logrado en tres años, es decir, firmar un acuerdo con la Unión y conseguir que lo apruebe el Parlamento británico. Ahora bien, se siguen subestimando, por no decir ocultando, las consecuencias de un Brexit duro.

El Brexit, ya antes de estar vigente, está costando muy caro al Reino Unido y sus ciudadanos. La pérdida de crecimiento desde 2016 es ya de 2,5 puntos del PIB. La libra ha caído el 20%, con la inflación consiguiente. Las inversiones en la industria se han hundido —hasta el 46% en el sector del automóvil— y las entradas de capitales se han reducido a la tercera parte. No cabe la menor duda de que un Brexit sin acuerdo provocará una recesión económica y una conmoción en la City.

No obstante, las repercusiones políticas pueden ser aún más graves. El Brexit va a seguir siendo un arma de destrucción masiva de la democracia británica, impulsada por la huida hacia adelante populista. La inestabilidad gubernamental y la parálisis del Parlamento continuarán.

Europa no está inmunizada contra un Brexit duro, y sufrirá las consecuencias directas. En el plano económico, el Reino Unido es un elemento sistémico. Su recesión podría extenderse al continente, ahora que la actividad en Alemania estaba experimentando un respiro. Por otra parte, los 27 miembros de la UE, que gestionaron perfectamente la primera fase del Brexit bajo la autoridad de Michel Barnier, quedaron atrapados en el caos británico en la cumbre de los días 11 y 12 de abril. La división surgida sobre el principio y el calendario del aplazamiento de la salida oculta unas divergencias profundas sobre la estrategia frente a Londres, sobre todo entre Francia y Alemania.

Además, un Brexit duro podría ser el detonante de una nueva sacudida de los mercados financieros. Once años después de la quiebra de Lehman Brothers, la actividad económica mundial está frenándose y, al mismo tiempo, los riesgos se han disparado: una expansión monetaria descontrolada, el aumento de las burbujas especulativas, la volatilidad de los activos, el aumento de la deuda pública y privada, que sobrepasa ya los 300 billones de dólares, el desarrollo de las finanzas paralelas y no reguladas, la multiplicación de las crisis geopolíticas entre Estados Unidos y China, Rusia e Irán. En este contexto, una conmoción violenta en la City, que sigue siendo uno de los principales centros financieros del mundo, podría provocar una cascada de ajustes. Y sin olvidar que los escasos márgenes de maniobra de los bancos centrales, el sobreendeudamiento de los Estados y la aniquilación de la cooperación internacional buscada por Trump limitan la capacidad de contener un nuevo crac.

En definitiva, el Brexit, que inició la ola populista que está devastando las democracias, es un veneno cuyos efectos no se limitan al Reino Unido y del que hay que extraer bien las enseñanzas.

1. El populismo no genera un antídoto, sino que atrae más populismo. El Brexit no destruye solo la economía del Reino Unido sino también su democracia.

2. El nudo gordiano del Brexit no podrá resolverse más que con el voto de los ciudadanos británicos en unas elecciones generales muy peligrosas, dado que los partidos se radicalizan cada vez más.

3. El Brexit es un contrasentido histórico perfecto, porque el Reino Unido y sus 66 millones de habitantes no tienen ninguna posibilidad de recuperar por sí solos el control de su destino frente a los imperios del siglo XXI.

4. Las amenazas indisociables de un Brexit duro ponen de relieve la urgencia de fortalecer la Unión Europea y la zona euro. La Unión debe replantearse su papel como potencia soberana en un mundo dominado por el nacionalismo y el proteccionismo.

Nicolas Baverez es historiador. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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