La carta pactada del rey al rey

No ha sido una carta de un padre a un hijo. Tampoco la carta del rey que fue al rey que es. Es la carta que los dos reyes envían a todos los españoles. Era tan esperada que no causa sorpresa. Era una necesidad que ya ha satisfecho a un tercio de españoles, ha dejado descontento a otro tercio, y se ha recibido con indiferencia por el resto de la población.

El rey Juan Carlos I abraza a su hijo, el entonces príncipe de Asturias, Felipe de Borbón. Europa Press

Don Juan Carlos no quiso marcharse en el inicio de agosto de 2020 al resort de lujo de Abu Dabi. Le obligaron y no tuvo más remedio. El exilio-prisión en el que todavía vive tenía fecha de caducidad y dependía de la voluntad política del Gobierno de turno.

También dependía de la voluntad jurídica de los fiscales en Suiza, España y Reino Unido, que es el episodio que queda pendiente tras las acusaciones de Corinna Larsen.

Y, por último, dependía de la voluntad histórica de la monarquía española representada por Felipe de Borbón y Grecia, el sucesor que miró desde el principio de la crisis institucional al futuro de la Casa Real, la princesa de Asturias.

Sobre estas tres premisas, los redactores de la carta tuvieron que viajar entre Emiratos Árabes Unidos y Madrid varias veces hasta conseguir que el texto final recibiera la aprobación del padre y del hijo. Se incluyen matices importantes que son fáciles de adivinar si se leen con atención seis de los párrafos.

Comienza la carta destacando que don Juan Carlos ya ha decidido vivir de forma "permanente y estable" entre las arenas del desierto. Con la salvedad que parece escaparse apenas unas palabras después y que deja abierto el futuro. El regreso es un no-regreso. Tan sólo una visita privada que permanecerá dentro de la esfera privada. O lo que es lo mismo, lejos de las miradas y discusiones políticas.

La frecuencia de esas visitas queda abierta. Podrá ser semanal, mensual o anual. Esa puerta no se cierra del todo. Tampoco se menciona el posible o nulo control que se pueda ejercer sobre la regularidad de sus visitas. Un control que podría hacerse desde la propia Jefatura del Estado o desde el Gobierno. Aunque, desde luego, lejos del control social.

De la residencia a la que vendrá en sus visitas frecuentes don Juan Carlos tampoco se aclara nada. No será el palacio de La Zarzuela, salvo que ocurra una emergencia que lo aconsejara. Un lugar privado, en una zona privada, en una ciudad o ciudades de las que nada se sabrá, si resultan efectivas las medidas de aislamiento periodístico que se tomarán en los primeros meses.

Los mejores párrafos están al final de la misiva. Don Juan Carlos se "lamenta sinceramente" por todo lo que ha trascendido sobre su conducta financiera. Pero a renglón seguido asoma la imperiosa necesidad de reivindicarse ante la Historia de España. Recuerda su papel decisivo en la "convivencia democrática" de la que goza nuestro país tras la salida de la dictadura y la derrota de las tres intentonas militares que vivimos en los años 80.

En el juicio sobre la gestión global de la monarquía se resalta lo bueno conseguido y se pasa de puntillas sobre lo malo conocido. Una lluvia menuda sobre la memoria de los españoles.

El rey padre ya preparaba desde hace meses su regreso, lógico y necesario. Entremedias se produjeron tímidas reacciones políticas desde todos los partidos. El presidente del Gobierno pidió ayer unas explicaciones que nunca llegarán. Este era el momento escogido para convertir en realidad lo que era una hipótesis de trabajo desde agosto de 2020.

Padre e hijo estaban obligados a reconciliarse por la principal razón que sustenta a toda monarquía: la continuidad por encima de las personas que la encarnan en cada momento.

La Casa Borbón llegó a España en 1700 y ha tenido que pelear por su existencia desde el primer momento, tanto por los deseos republicanos de una parte de los españoles como por las propias luchas dinásticas que arrojaron ganadores y perdedores. Por no hacer la lista muy larga: perdió Isabel II y ganaron Alfonso XII y Alfonso XIII para volver a perder este último. Perdió Alfonso de Borbón Dampierre y ganó Juan Carlos ante otro perdedor como fue su padre, don Juan.

La maldición de la abdicación le alcanzó a don Juan Carlos cuando pensaba que iba a batir el récord de permanencia en el trono, que sigue ostentando Felipe V. Que los reyes se mueren en la cama era una de sus convicciones. Juan Carlos I morirá como rey, pero sin la Corona.

Raúl Heras es periodista.

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