La casa incendiada

Desde que me trasladé a vivir a Londres hace más de un año, he visto a una mujer arrojar un gato vivo a un cubo de basura porque sí; a un grupo denominado Partido Socialista de los Trabajadores manifestarse contra el Royal Bank of Scotland, que es de propiedad pública en un 84%, y a un hombre arrojar una tarta de espuma de afeitar a un magnate de los medios de comunicación derrotado dentro de un edificio oficial.

Los estadounidenses, en general, se habrán quedado asombrados y horrorizados al ver a unos alborotadores enmascarados y con capuchas recorriendo Londres, volcando coches, quemando tiendas de muebles de cien años de antigüedad y saqueando comercios como si fueran de compras: incluso se probaban la ropa que iban a robar.

Pero al leer que los revoltosos entraron a desvalijar un restaurante pijo de Notting Hill el lunes por la noche, y que solo huyeron cuando se les enfrentó el personal de cocina armado con rodillos, es cuando uno empieza a darse cuenta de que la esencia de lo inglés consiste en no tener que rendir nunca cuentas de conductas desquiciadas y totalmente carentes de sentido. Desde este punto de vista, la sensibilidad cómica de Monty Python, P. G. Wodehouse y Mr. Bean no tiene nada de absurda; es resultado de un aprendizaje empírico.

"En Tottenham es comprensible, y en Brixton a todos les encantan los disturbios", me dijo el otro día una colega, mientras me explicaba que el lunes por la noche la habían desviado en su camino hacia casa, en Balham. "¿Pero Clapham?". Este es un barrio del sur de Londres lleno de australianos e irlandeses, bares bulliciosos para gente de veintitantos y tranquilos locales donde se toma el brunch los domingos. Es como ver los Carroll Gardens de Brooklyn en manos de una turba. Otro amigo cometió el error de volver del Festival de Edimburgo a "una distopía digna de Alan Moore":

"Estoy en un andén frío y ventoso, mientras se aproxima un tren desvencijado que me va a llevar a Londres. Después, el conductor nos advierte por los altavoces de que debemos tener mucho cuidado al bajar del tren, porque ha habido 'agitación social' en toda la ciudad y algunos barrios pueden no ser seguros. Nos detenemos 10 minutos en Croydon East, y puedo oler literalmente a quemado".

La causa oficial de los disturbios fue el asesinato, el jueves de la semana pasada, de MarkDuggan, de 29 años, padre de cuatro hijos y residente en Tottenham, en circunstancias que la Policía Metropolitana de Londres no logra explicar. Está en marcha una investigación a fondo. Pero si esto es un caso como el de Amadou Diallo, ¿por qué son las minorías y la clase trabajadora las principales víctimas de la agresión de los "excluidos sociales"?

En el norte de Londres, los tenderos kurdos y turcos se han aliado para formar "unidades locales de protección", con el fin de patrullar las calles y prevenir la violencia y los saqueos que han sobrepasado a las autoridades. (Y qué embarazoso que los disturbios hayan coincidido con la visita de 200 altos cargos del Comité Olímpico, que deben de estar replanteándose si es prudente celebrar los Juegos Olímpicos del año que viene aquí). "No tenemos ninguna confianza en la policía local", dice un jefe de unidad en Green Lanes. "Nuestras tiendas son las siguientes en la lista de objetivos de los matones que han destrozado Tottenham. Vamos a proteger lo que es nuestro". Una mujer negra de Hackney, a quien se puede ver en un vídeo en YouTube, está horrorizada por la delincuencia: "¡Me tocáis las narices! Me avergüenzo de ser de Hackney. Porque no estamos uniéndonos para luchar por una causa; estamos destrozando Foot Locker y robando zapatillas. ¡Sois unos ladrones de mierda!".

El antiguo alcalde de Londres Ken Livingstone ha querido sacar tajada política de esta anarquía. Primero pidió que se desplegaran los cañones de agua contra los enmascarados que arrojaban cócteles molotov y luego responsabilizó de los disturbios a las políticas de austeridad del Gobierno conservador. "Cuando se hacen recortes masivos", declaró a la BBC el lunes por la noche, "siempre existe la posibilidad de que estalle una revuelta así". La pomposa analogía que hizo Livingstone con la plaza de Tahrir se encontró con el rechazo cortés de Shaun Bailey, un animador social negro y conservador, que dijo que este no era el momento de apuntarse tantos políticos y que todo aquello, en definitiva, no consistía más que en robar artículos de las tiendas. Un vídeo muy visto en YouTube muestra a un joven de rasgos asiáticos al que otros ayudan a levantarse del suelo en un acto de aparente amabilidad... para luego atracarle.

"Anoche fui a Croydon a buscar a mi abuela", me contaba esta mañana en Facebook un estudiante británico de origen afgano. "Está a unos cinco kilómetros de mi casa. Vi varios edificios en llamas. La policía estaba en la calle principal y cuando se fue apareció otra masa de gente. Había muchas personas con bolsas (probablemente llenas de todo lo que habían robado)". Otro testigo del norte de Londres oyó "a dos chicas que discutían sobre qué tienda robar a continuación. '¿Vamos a Boots?'. 'No, Body Shop'. 'Vamos a Body Shop cuando se haya muerto' [es decir, cuando se haya quedado vacía]".

Puede que estos alborotadores se quejen de su exclusión social, pero eso no justifica un asalto coordinado a través de blackberrys a locales comerciales y viviendas. No hay más que oír la opinión del egipcio Mosa'ab Elshamy: "Los egipcios y los tunecinos se vengaron de las muertes de Khaled Said y Bouazizi derrocando de forma pacífica sus regímenes asesinos, no robando DVD".

Michael Weiss, director de comunicaciones de la Henry Jackson Society, un think-tank con sede en Londres que promueve la geopolítica democrática. © 2011 The Slate Group LLC. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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