La catalanidad de las fiestas con toros

Se trata de que unos ciudadanos, mediante la iniciativa legislativa popopular (ILP) que deberá aprobar o no el Parlament de Catalunya, intentan impedir que otros conciudadanos hagan uso de su libertad para asistir a un espectáculo. Nos asalta el fantasma de las prohibiciones. Tanto tiempo malusando el Prohibido prohibir para llegar aquí. Es curioso. A veces, cuando la izquierda llega al poder, se ve apremiada a hacer demostración de su energía de gobierno mediante leyes y prohibiciones que no siempre consiguen aumentar las libertades.

Estamos otra vez inmersos en el secular y recurrente enfrentamiento de toros sí / toros no, sin ninguna posibilidad de entendimiento. Y con el barullo, los tópicos de siempre. Y en Catalunya, el de la españolidad de los juegos con el toro y la corrida como espectáculo. Tanto partidarios como detractores radicalizan sus posiciones de una manera irracional, apasionada, visceral, y casi nadie se pregunta el porqué de tanto enconamiento.

¿Es difícil tratar de la fiesta con sensatez? Mucho, pues, queramos o no, la tradición, la cultura, el ritual de la corrida de toros lo llevamos todos en la sangre, en la memoria, en los ancestros. Aunque duela, estamos habitando desde hace siglos en la piel del toro, La pell de brau de Espriu. La corrida no es más que una metáfora de la vida, con su sublimación, crueldad, miedo y la constante presencia de la muerte. Esa muerte que queremos ignorar, como ya ignoramos la enfermedad y la vejez. Vivimos en tiempos de corrección social, de democracia tutelada y de sumisión a una mercadotecnia anestesiante. Y la fiesta es un arrebato de pasión, de brutalidad estética y un despilfarro de misterio; nada que ver con la realidad virtual que nos cerca. De ahí el difícil encaje de las fiestas con toros en el mundo actual. Los toros son incorrectos, es cierto, pero no hay nada más incorrecto que la muerte y la verdad. Es posible que los aficionados seamos incivilizados. Pero ¿quién dictamina en este mundo global, despiadado y desquiciado lo que es civilizado?
Muchos catalanes han echado los dientes de la mano de sus abuelos y padres en las plazas de toros. En Barcelona, la plaza ha sido un lugar de encuentro, de confraternización interclasista y, sobre todo, de intercambio de euforias entre los catalanes y los otros catalanes y, que se sepa, sin ningún enfrentamiento serio, al contrario de lo que ocurre con otros espectáculos de masas. Por eso un país no puede enmendarse a sí mismo ignorando su tradición, su historia. El toro bravo, en su singularidad y como alegoría patriarcal, además de un tótem y una inspiración, representa un diálogo con los antepasados.
Nuestra lengua, perseguida y reprimida por el franquismo y por sus herederos, está impregnada de frases, metáforas y términos taurinos; el catalán, el balear y el catalán de Valencia, en sus modalidades académicas y populares, hacen referencia y se enriquecen de giros procedentes del mundo de los toros, una aportación más de la fiesta a nuestra cultura. Los correbous y la corrida tienen gran implantación a lo largo de los Països Catalans y en la Catalunya Nord. En Ceret, antes de la corrida, los espectadores, puestos en pie, cantan Els segadors y alguacilillos, y personal subalterno, ataviado con barretina, faja y espardenyes, hace un alto en la lidia mientras la banda interpreta La santa espina.
Cuando Barcelona era una ciudad más compartimentada, cada barrio tenía su torerillo y la vecindad entera iba a verlo. Su posible triunfo era el de todos; era en lo poco en que las clases populares se podían identificar. Los espectáculos taurinos iban asociados a las fiestas mayores, las verbenas y las grandes celebraciones.
¿La fiesta tiene aún razón de ser? Quizá. Los modelos sociales ya son otros. Al torero lo ha sustituido el futbolista, y el negocio taurino no ha querido o no ha podido adaptarse a los nuevos tiempos. Pero si los toros tienen que desaparecer, que sea por inanición y no bajo una precipitada ley prohibitiva. La abolición conduce a la doble moral. En todo caso, lo deseable sería el debate abierto y plural del que saliera una auténtica conciencia ciudadana, y que sea el propio ciudadano quien actúe de acuerdo con su criterio y juicio. Los espectáculos públicos se sustentan por la asistencia que generan. El espectador es un elemento fundamental.

También habrá que asumir que la prohibición de las corridas conduce irremediablemente a la extinción de una especie animal única que habita en grandes reservas ecológicas. La comparación del trato que recibe el toro durante cuatro años con el de los otros animales es irrisorio. Los abolicionistas y los animalistas, sin duda llevados por su buena fe, a veces subvierten la escala natural queriendo interpretar en los animales unos derechos iguales o superiores a los de las personas.
La prohibición acabaría también con el patrimonio sentimental de muchos catalanes. Y más aún cuando las urgencias de la sociedad catalana son otras. ¿Hace falta mencionar el Estatut, el paro, la crisis y los ataques permanentes a nuestra identidad nacional?

Joan-Pere Viladecans, pintor.