La catalanidad

Cada vez que cojo el AVE de Barcelona a Madrid, siempre abarrotado, me pregunto cómo es posible que haya gente —políticos, básicamente— empeñada en presentar las relaciones entre ambas ciudades como algo tormentoso y fatalmente condenado al divorcio, a la desconexión por utilizar el eufemismo en boga. Con frecuencia viajo por trabajo a Madrid, donde colaboro con uno de los programas de televisión con más audiencia, Espejo Público, presentado por la catalana Susanna Griso en una cadena, Antena 3, con sede en Madrid pero que es propiedad de una empresa también catalana, Grupo Planeta, cuya sede seguirá en Barcelona siempre que Cataluña siga formando parte de España.

Al salir del programa, aprovecho que tengo la tarde libre por ser Jueves Santo para darme una vuelta por la Villa y Corte. Lo primero que hago es irme a pasear por El Retiro, donde me encuentro con la plaza de la Sardana, presidida por el monumento dedicado por el pueblo de Madrid al “más grande poeta épico de España”, Jacinto Verdaguer, Mossèn Cinto. Prosigo mi paseo recordando lo que decía Agustí Calvet, Gaziel, sobre la catalanidad, que es “el alma de Cataluña”, el sentimiento que todos los catalanes “acaban por sentir”.

Cuando José Montilla llegó a la presidencia de la Generalitat, el economista y activista independentista Xavier Sala i Martín le hizo una entrevista para La Vanguardia y trató de ponerle en evidencia preguntándole si recordaba la primera estrofa del poema más célebre de Verdaguer, el Virolai, dedicado a la Virgen de Montserrat. Sala i Martín, ya entonces autoerigido en autoridad expedidora de carnés de catalanidad, pretendía cuestionar la catalanidad de Montilla, quien no acertó a responder. Es posible que el polémico economista conociera la primera estrofa del Virolai, pero seguramente no pasara de ahí, pues resulta sorprendente que alguien que se refiere a los españoles como “cazurros” cuya “genética” (sic) nada tiene que ver con la de los catalanes reivindique a un poeta cuya obra apela a la españolidad de los catalanes.

Distinguía Gaziel entre catalanidad y catalanismo y decía que aquella “tiene la mágica virtud de plantear en términos extraordinariamente amplios lo mismo que el mero catalanismo reducía a una extraordinaria estrechez”. Constato que mi españolidad solo se explica desde la catalanidad, y viceversa; que mi manera de ser español es ser catalán y viceversa y que se equivocan tanto quienes intentan reducir la españolidad a la castellanidad como quienes pretenden separar la catalanidad de la españolidad. Sigo paseando por El Retiro y me encuentro con el mausoleo dedicado a Alfonso XII, obra del arquitecto barcelonés Josep Grases i Riera. Abandono El Retiro con la intención de pasar unas horas en el museo del Prado y allí me encuentro con el monumento a Eugeni d’Ors, Xènius, probablemente el filósofo español más importante del siglo XX junto con Ortega y Gasset. La cola para entrar en El Prado me impide disfrutar de las tres horas que Xènius recomienda pasar en ese museo sin par, porque la elocuencia dilatada contiene “cierta ineptitud radical para instruirnos con precisión sobre las cosas”.

Del Prado me voy a la Carrera de San Jerónimo y llego a la plaza de las Cortes, donde se alza la efigie de Miguel de Cervantes obra del escultor catalán Antoni Solà En el Congreso se encuentra la magnífica serie de imágenes en sanguina Alegoría de las ciudades españolas del pintor Josep Maria Sert. El callejero de Madrid está preñado de catalanes: Juan Prim, Francesc Pi i Margall, Estanislao Figueras, Salvador Dalí, Joan Miró, etcétera. Mi recorrido del Jueves Santo es el mejor antídoto contra el discurso de los secesionistas catalanes que se empeñan en decir que España no nos quiere y que no nos queda otro remedio que la separación. Pero también contra quienes desde el resto de España olvidan que el independentismo es fundamentalmente un estado de ánimo contingente y menosprecian la aportación catalana a nuestro patrimonio y bienestar colectivos.

Vuelvo a Gaziel, de quien tomo prestado el título de este artículo, que decía que “todos los problemas de Cataluña, donde hay que procurar resolverlos es dentro de España, porque es en ella, al fin y al cabo, donde pueden hallar más pronta, fácil y natural solución”. Se trata también de recordarles al resto de los españoles la importancia de Cataluña para que se digan: “No podemos hacer nada sin los catalanes”. Porque, como concluye Gaziel, “no cabe duda de que tampoco los catalanes haremos nunca nada bueno sin el resto de los españoles”.

Ignacio Martín Blanco es periodista y politólogo.

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