La Cataluña que deseo

El descanso estival es un buen momento para hacer balance de lo que acontece e importa. La vorágine de las obligaciones laborales, familiares y demás que nos imponemos muchas veces de forma innecesaria en parte cesa y, a cambio, disfrutamos de un tiempo para el disfrute personal que resulta extraño a lo largo del año. Conversar pausadamente con tus hijos, conocer nuevas gentes y lugares, meter en el cajón las inquietudes del trabajo, disfrutar de la compañía de amigos… En definitiva, desconectar.

Sin embargo finalizando el mes de agosto hemos tenido noticia de unos hechos que, al parecer cada día, se producen en la plaza mayor de la localidad catalana de Vic. A las 20 horas, después del repicar de campanas, desde la megafonía del ayuntamiento se lanza el siguiente mensaje, que traduzco del catalán: “No normalicemos una situación de excepcionalidad y de urgencia nacional. Recordemos cada día que todavía hay presos políticos y exiliados. No nos desviemos de nuestro objetivo: la independencia de Cataluña”.

Podría analizar tales palabras desde un enfoque jurídico, valorar el ajuste o no a derecho de lanzar una arenga como la transcrita desde una institución pública que, por ello, nos pertenece a todos: un ayuntamiento. No lo haré, si bien conviene recordar que nos encontramos en un Estado social y democrático de derecho, y éste último calificativo no es un aderezo o apellido menor del Estado, sino una garantía e instrumento para alcanzar la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político que, como nos recuerda el artículo 1 de la Constitución, son los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico.

Me interesa mucho más valorar tal mensaje y la forma en la que se produce desde una perspectiva personal: en la primavera del año 2001 y hasta la primavera del año 2003, ejercí como juez en su primer destino en el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción nº 1 de la ciudad de Vic y su partido judicial. Y ello porque entre la Cataluña que allí viví y la Cataluña que deseo, a la que se refiere el título de estas líneas, y la Cataluña que se trata de imponer y transluce el mensaje que desde el ayuntamiento en la plaza mayor se reitera con solemnidad cada día, media tal abismo en tan escaso número de años que me resulta absolutamente incomprensible y que me niego a asumir como insalvable.

Los inicios en cualquier profesión son siempre ilusionantes. Si dicha profesión es la de juez, tras muchos y duros años de formación, superación de una oposición, Escuela Judicial… la ilusión va unida a la responsabilidad de comenzar a ejercer una función con tanta incidencia en la sociedad como la que, por su propia configuración constitucional, se nos encomienda a los titulares del Poder Judicial. Así lo viví en aquel momento inicial y así lo vivo en la actualidad. La carrera judicial en Cataluña, como en el resto del Estado, da respuesta desde la independencia, la responsabilidad y con pleno respeto y garantía de los derechos de todos y todas, repito e insisto todos y todas los ciudadanos y ciudadanas, a las distintas cuestiones objeto de su competencia que cada día se someten a su decisión. Más allá de los distintos momentos políticos, más allá de la carencia histórica de medios que permitan cumplir su función de una forma adecuada al servicio público que presta, más allá de situaciones sociales de mayor o menor complejidad, el Poder Judicial se ejerce en todos los lugares con el único sometimiento impuesto por el art. 117 de la Constitución: al imperio de la ley. No es más que una garantía para la tutela de los derechos de los ciudadanos y para la normal convivencia.

Esa combinación de ilusión y cumplimiento de la función constitucional que asumía tuvo un necesario contexto: la ciudad de Vic del año 2001 a la que llegué como madrileño de origen. Recuerdo el comentario que un compañero que había tenido como destino Vic me hizo: “algunos llegan al Juzgado de Vic llorando por su mala suerte, todos los que conozco se marchan llorando por el cambio de destino”. La diferencia es que, en mi caso, la decisión de comenzar mi trabajo como juez en Vic fue libre y deseada, confirmando el transcurso de los años lo acertado de tal decisión y del comentario de mi compañero. Aprendí mucho en lo profesional, colaboré con el Colegio de Abogados desde el primer momento, me apunté a los cursos para aprender catalán que ofrecía la Generalitat de Cataluña... y sobre todo intenté convertirme en un vigatà más, disfruté de mis vecinos y vecinas, de la comarca de Osona, de la preciosa plaza mayor donde dos veces por semana se celebra un mercado (lugar propio para la convivencia e intercambio) y que cada día cruzaba para acudir a mi despacho e hice algo que siempre recomiendo: aprehender todo lo bueno que un lugar y su gente te ofrece e intentar mejorarlo aportando todo lo bueno que tú puedas. Respetar y ser respetado. Paisaje y paisanaje, ambos pasaron a formar parte de mi vida después de esos años.

¿Qué ha ocurrido para que, transcurridos menos de 20 años, hoy al finalizar el verano del año 2018 nunca tomaría voluntariamente la decisión de iniciar mi vida profesional como juez en Vic?. La respuesta, lógicamente, excede en mucho la limitada extensión de este artículo y, siendo sincero, creo sería incapaz de darla. Quienes vivimos y convivimos en Cataluña, y creo que es un sentimiento generalizado más allá de cualquier posicionamiento personal sobre la situación política y de encaje territorial e institucional de Cataluña en el Estado, no encontramos explicación a la situación que, en su conjunto, sufrimos. Los mensajes de las distintas fuerzas políticas conducen al absoluto desánimo. Como miembro de un Poder del Estado que, reitero, ha estado y estará siempre y en cualquier circunstancia y contexto cumpliendo su cometido constitucional tengo clara la respuesta que debo dar, pese a que en ocasiones me sienta en el centro de un fuego cruzado donde los intereses particulares y partidistas de otros parezcan primar sobre los colectivos y generales. ¿Y cómo ciudadano?.

Los ciudadanos de la Cataluña que yo deseo no merecen vivir este momento, no merecen escuchar proclamas ajenas a toda realidad plural desde un ayuntamiento y no merecen la sinrazón de quienes tensan nuestra vida diaria, y ello desde cualquier ámbito. La Cataluña que yo deseo es la que conocí en el año 2001 en Vic, y creo que entre todos, como sociedad, es a la Cataluña a la que debemos regresar. La sordera recíproca solo trae dolor, desazón, rabia e impotencia. Es lo que he sentido al escuchar desde los altavoces de una de las plazas más bonitas que he visto y tuve la suerte de disfrutar durante dos años un mensaje intolerable al lanzarse desde una institución pública que ha de representarnos a todos.

Ojalá pudiera realizar una propuesta, al menos modesta, que hiciera vislumbrar en un futuro próximo esa Cataluña que viví y deseo. Confío siempre en que la sociedad, entre todos, sea capaz de encontrarla. La cubana Mª Teresa Vera compuso hace años una preciosa canción, veinte años, que este verano ha vuelto a mí con un mensaje que, este sí, podría lanzarse desde cualquier ayuntamiento a cualquier plaza del mundo: “con qué tristeza miramos un amor que se nos va. Es un pedazo del alma, que se arranca sin piedad”.

Mª Teresa Vera fue santera. Donde quiera que esté, si es preciso, le ruego que invoque a quien logre que regrese esa Cataluña que deseo, a la que amé y a la que sigo amando. No quiero que nada ni nadie me arranque un pedazo del alma.

Jesús Gómez Esteban es magistrado y portavoz territorial de la Asociación Judicial Francisco de Vitoria en Cataluña.

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