Las consultas informales del pasado fin de semana sobre la independencia revelan que los últimos hachazos anticatalanes no están sustanciando, al menos de momento y contra lo que se dice, un incremento sensible del separatismo. A partir del dato de que quienes no están por la independencia no participan, cuatro cálculos matemáticos sobre la participación y sobre los síes revelan que el secesionismo está apoyado por entre el 15% y el 18% de los catalanes, un porcentaje que los indicadores solventes ya acreditan desde hace cierto tiempo.
Se puede hacer una valoración. Aquellos hachazos, la desafección, el enfado ante la traición del estamento oficial español –políticos y jueces-- al espíritu de Estado plurinacional con que se hizo la transición, se viven en Catalunya, no sabemos si todavía o para siempre (en la medida en que haya cosas o situaciones políticas para siempre), desde una sensibilidad española. Desde dentro, dicho sea para entendernos. Mayoritariamente, la gente se siente española, pero quiere que España cambie de actitud hacia Catalunya.
Los partidarios de la independencia ponen mucho interés en que sepamos que están muy satisfechos por los resultados de las tres oleadas consecutivas de consultas. Pero la realidad es que, después de la participación de un 41,09% en Arenys de Munt, no han dejado de recibir noticias desalentadoras para su proyecto. Seleccionaron con inteligencia esta localidad para convertirla en un estímulo para la participación de las demás, pero luego, al encarar el conjunto de la Catalunya real, cada vez son menos los que se acercan a las urnas, a pesar de la propaganda y a pesar de que, cosa llamativa, el tratamiento mediático, incluso por parte de los medios públicos, sea propio de una consulta trascendente.
En muchos sitios los organizadores quizá han cometido errores o han trabajado insuficientemente para atraer a los potenciales participantes. Pero el hecho es que, tras un número ya apreciable de consultas en localidades de diversas áreas geográficas y con diferentes tamaños, podemos deducir dos cosas. Una, que actualmente a la mayoría de los catalanes no les interesa el tema, ni siquiera desde el ángulo de la precaución. Dos, que la corriente secesionista es bastante rural, es decir. propia de la Catalunya más sentimental y tradicional.
Vale la pena subrayar este segundo dato porque revela que el independentismo es sobre todo patrimonio de la Catalunya menos industrial, menos tecnológica y menos cosmopolita. O, para expresarlo de otra manera, dicho sea con todos los respetos hacia los valores de las pequeñas localidades, de la Catalunya más alejada de la imagen moderna, dinámica y urbana que intenta proyectar internacionalmente nuestro país. Enlazando dos elementos ya mencionados, podríamos decir que, mientras nuestro secesionismo es bastante rural, en las ciudades únicamente es predominante entre el sector de los comunicadores que se expresan desde los grandes y medianos medios de prensa, radio, televisión e internet, es decir, entre los profesionales que configuran la llamada opinión publicada.
Todas estas consideraciones han de contextualizarse con otras dos realidades. Por un lado, aunque se hable superficialmente mucho del tema, no existe el menor atisbo de un debate general sobre cómo debería ser la hipotética Catalunya independiente sobre la que se pregunta en esa especie de referendo (un debate sobre su viabilidad económica una vez se ponga de espaldas a España, sobre la relación con España y la Unión Europea a todos los efectos, sobre la situación en que quedarían los españolistas atrapados dentro del territorio en el momento de la secesión…). Por otro lado, es muy significativa la ambigüedad del discurso oficial, incluso ante estas consultas, que hace una formación política tan importante como es CiU, pese a que su dirección piensa mayoritariamente en clave no española.
Sin esos debates previos, el llamado referendo oficioso no deja de ser un simple saludo festivo a la bandera. Y mientras el pujolismo continúe esperando que la inteligencia popular establezca por su cuenta las diferencias entre su no pero sí y su sí pero no (que son las dos respuestas que suelen dar sus dirigentes cuando se les pregunta si su objetivo es la independencia), nadie puede empezar a hacer cálculos serios sobre el futuro. En ese nadie incluyo a quienes esperamos/necesitamos que piensen en Catalunya para sus inversiones económicas de los próximos años.
Otra cuestión: el perfil más bien ruralista del sentimiento independentista hace aflorar el alcance real del desequilibrio político que produce en Catalunya la distorsión de la actual ley electoral. El peso electoral de las personas del segmento partidario de romper con España es muy superior al de la población urbana del área metropolitana de Barcelona, en general más españolista. Aunque una buena ley electoral deba incluir mecanismos de reequilibrio de los territorios, consultas como las que organizan los secesionistas están poniendo de manifiesto hasta qué punto la fórmula actual es excesiva e injusta.
Antonio Franco, periodista.