Me hubiera gustado estar cenando allí, ese sábado 9 de agosto, para poder contárselo con los detalles que exige el caso. Me hubiera bastado con la mesa de al lado, o la de la esquina, aunque es probable que la de la esquina ya estuviera ocupada por Patrizio y sus amigos, porque hay gente, entre los que me cuento, a quienes nos gusta siempre comer con la espalda protegida por una pared. En mi caso creo que es por el temor a las corrientes y aunque los amigos no me crean, lo aceptan. Pero las razones de Patrizio para escoger aquella mesa probablemente fueran otras, y es lógico tratándose de un Bosti.
Como el mundo de los consumidores de diarios se perfecciona cada día y al ritmo que va acabarán siendo un club de lectores imperturbable, tan selecto y culto y sensible que habrán de solicitar el estatuto de especie en trance de extinción, a proteger -dicho sea sin ánimo de subvención-, por eso creo que todos tendrán a mano en su biblioteca, o en la de algún amigo, y si no en la librería más cercana, un texto excepcional por su fuerza y por la calidad de su escritura. Me refiero a Gomorra, del joven Roberto Saviano (Debate, 2007), ya comentado aquí hace algún tiempo. La más brillante crónica sobre la más criminal de las mafias italianas, la camorra napolitana. Allí, en la página 55, aparece junto a otras ilustres familias de asesinos, los Licciardi, Contini, Mallardo, Lo Russo, Bocchetti, Stabile, Prestieri, y en último lugar, los Bosti; parte notable de la llamada Alianza de Secondigliano, el cartel del crimen desde hace décadas, controladores de tantas cosas que me pasaría el artículo sólo citándolas.
Pero hete aquí que mientras el autor Roberto Saviano vivía un incidente de los que dejan huella -sus vecinos de casa, en un zona residencial de Nápoles, han exigido al escritor que abandone su vivienda porque al instalarse tan cerca de ellos les expone a riesgos innecesarios para sus tranquilas vidas; una muestra de solidaridad en la lucha contra el crimen organizado que me recuerda un incidente, que me impresionó mucho al comienzo de la transición española, cuando un buen puñado de vecinos barceloneses se manifestaron en la calle ante la inminente inauguración de un cuartel de la Guardia Civil y el peligro que esto les suponía por eventuales atentados de ETA. La seguridad se ha convertido en un bien patrimonial, más importante que las cotizaciones en bolsa.
Pues así es la vida y así son las casualidades. Mientras Roberto Saviano afrontaba el cambiarse de casa o que le escupieran en el ascensor -la gente fina se vuelve muy vulgar cuando se trata de su seguridad-, Patrizio Bosti, 49 años, de la familia camorrista de los Bosti de toda la vida, cartel de Secondigliano, cenaba en Platja d´Aro, y lo hacía nada menos que en el restaurante Xacó, especializado en mariscos y con viveros de langosta propios. Gozaba acompañado de unas quince personas, italianas y españolas, y allí fue detenido por un grupo de la Guardia Civil reforzado con algún miembro del cuerpo de los carabineros llegado expresamente para el caso. Tenía cuentas con la justicia italiana por asesinatos y extorsiones varias desde 1984, cuando el escritor Roberto Saviano contaba apenas cinco añitos, que así es la vida de densa para algunos y de frágil para otros. No iba armado, o lo que es lo mismo, no llevaba pistola, pero sí un instrumento de convicción más rotundo: 4 millones de pesetas en forma de billetes de 500 euros (exactamente 48 billetes). La gente que lleva sólo billetes de 500 euros en la cartera nunca paga el café, ni los periódicos, ni el parking, y ni siquiera lleva pistola; de todo eso se ocupa un par de individuos que caminan cerca y cubren estas necesidades menores, y otras mayores, como es su vida.
Al parecer, Patrizio Bosti era un cliente habitual del restaurante Xacó, “una persona muy correcta”, manifestó la dueña, con ese sentido del negocio que tienen los profesionales del ramo. En definitiva ningún chef pregunta a sus comensales cuántos crímenes han cometido. Pero sí me hubiera gustado estar allí para contárselo a ustedes con detalle. Las quince personas que estaban sentadas a la mesa con él, marisqueando, ¿fueron fichadas por la policía? ¿Los rigurosos chicos y chicas de la Benemérita les pidieron la documentación?
Aunque la nota de agencia, cuya única fuente se ve a las claras es la policía, parece sugerir que no. A mí me extrañaría que no lo hicieran, y lo vería como una dejación de la responsabilidad policial. Y los jueces, esos caballeros tan sensibles a la paja ajena y tan desinteresados de la viga propia, debieron interrogar a los presentes, digo yo.
¿Se puede comer con un criminal buscado por la justicia sin que nadie te pregunte qué hacías allí? Es probable incluso que hubiera en la mesa algún abogado, dignísimo letrado -donde está la mafia siempre hay un pistolero y un licenciado en derecho, como mínimo uno- que sorprendido ante la irrupción policial les recriminase su actitud y su prepotencia. ¡Pedirles la documentación a un abogado y a su señora, fuera de toda sospecha, miembros de algún ilustre colegio, por estar cenando marisco con un individuo cuyas actividades, como es lógico, les interesan un comino! Con toda seguridad que los de la Benemérita -por cierto, ¿les siguen llamando “números”?- se lo pensarán dos veces. La ciudadanía establecida y obsesionada por su seguridad podría interpretarlo como un atropello. Al fin y al cabo era una cena de amigos y amigas. Pero fíjense en un pequeño detalle. Si yo contara esta misma historia del etarra De Juana Chaos, cenando en el Xacó de Platja d´Aro, se encresparía el personal. ¿Se imaginan quince amigos y amigas, vascos y catalanes, de De Juana degustando las langostas del Xacó? Hasta editoriales de periódico e interpelaciones parlamentarias. Y puestos a ello, pregunto: ¿quién ha cometido más crímenes y ha cumplido menos pena? Entonces es que la diferencia está en otra parte. ¿Habrá que admitir que un mafioso es un criminal “de la familia” y un terrorista es un destructor “de la familia”? Si llegamos a esta conclusión, deberíamos irnos preparando, porque vamos a vivir tiempos muy duros; el terrorismo mira al pasado, mientras que la mafia es el futuro.
La foto de la cena con De Juana Chaos sería portada en los diarios, y provocaría legítimamente una conmoción social. Pero fíjense qué diferencia: no sólo no tenemos la foto que obra en poder de la policía sobre la cena -las mariscadas de Patrizio Bosti-, sino que ningún diario osaría informar de quién fue el abogado, el arquitecto, el médico, el periodista, y sus respectivas señoras, que acompañaron al mafioso ese infausto 9 de agosto, sábado. Me los imagino llenos de ira y gritando “yo puedo cenar con quien me da la gana”. Por supuesto, pero si los ciudadanos supieran quién cena con Patrizio Bosti les sería bastante más útil y más sano socialmente, que saber quién lo hizo con Madonna o con Aznar, por ejemplo.
Vivimos situaciones tan reiteradamente ridículas que ya no nos llama la atención nada. Observen si no el detalle significativo, recogido por los escasos diarios que publicaron la noticia. ¿De qué forma le detuvieron? ¿Le pusieron las esposas? ¿Inmovilizaron con besos y abrazos a los guardaespaldas? ¿No llevaba protección porque sus quince colegas de mesa eran sus cómplices? En fin ¿cómo fue y cómo lo hicieron? Porque ahí está la clave del asunto. Yo no sé si alguno de ustedes ha sido detenido alguna vez, pero les advierto que es un momento trascendental, donde el detalle, el gesto, la palabra, cobran una importancia capital. Por eso me parece un hallazgo que la noticia incluya una frase definitiva. La que les dijo el mafioso camorrista, imagino que sonriéndoles, a aquellos muchachos “de la madera”. Exclamó: “¡Habéis estado muy bien!”. Suena mejor con acento napolitano: “¡Siete stati bravi!”. Cuando un delincuente recibe a la policía con ese elogio, no se engañen, está convencido de que en breve volverá a comer langostas en el Xacó de Platja d´Aro.
Gregorio Morán