La centralidad política y la salida de la crisis

Hace años, Moisés Naím tuvo el acierto de mostrar una evidencia que no habíamos acertado a definir: el poder, dijo, se ha fragmentado y disgregado mientras las expectativas crecen exponencialmente, lo que hace que el poder sea cada vez más fácil de obtener y perder y más difícil de ejercer. Acusamos, pues, una fragilidad institucional que es lo menos indicado para afrontar los desafíos provocados por la pandemia. Estamos ante una crisis de una dimensión imprevisible que necesitaría que encontráramos la centralidad política mediante un diálogo permanente. No va a ser fácil. La política está hoy instalada en los extremos y las redes nos están envenenando con la mentira y el odio.

Tenemos derecho a nuestras opiniones, incluso a nuestros prejuicios, pero no a la realidad. Partamos de ella. Se han perdido vidas, se ha desplomado el empleo, se han destruido empresas. Afortunadamente, se han colocado redes para proteger a los que caen y los agentes sociales han vuelto a ocupar el espacio que les pertenece. El Congreso de los Diputados ha trabajado bien en la Comisión para la Reconstrucción y su desenlace podría ser una oportunidad para encontrar la centralidad política y con ello reforzar las instituciones de la democracia liberal nacida del consenso de 1978. Al principio de la pandemia se invocaron los Pactos de la Moncloa, que fueron dos. Y no fue precisamente el acuerdo económico el que dio sus mejores frutos (hubo muchas deserciones), sino el pacto político que resultó trascendental para conseguir, un año después, el consenso del que nacería la Constitución de 1978. Como puede advertirse, el procedimiento de búsqueda, la política de consensos, fue entonces decisivo para recorrer un camino de éxito y debería serlo también ahora.

Uno de los puntos fundamentales del consenso constitucional fue el alcanzado sobre el modelo económico y social; un consenso que aún mantiene su vigencia y que no ha perdido su enorme potencialidad para acomodarse a las distintas circunstancias. Acaso haya que volver a repasarlo para entender que no hay una sola política económica. En 1978 nos apoyamos en el modelo social europeo que había encontrado un equilibrio entre el mercado y la intervención pública para la satisfacción de necesidades colectivas. Un modelo abierto porque nuestra Constitución no creó un régimen, no es militante, no contiene entrenchment clauses, y sí tiene, en cambio, la flexibilidad suficiente para respetar el mercado y la presencia del Estado en la economía. En esta ocasión, el modelo constitucional nos puede ayudar para no partirnos en posiciones antagónicas y aceptarnos. No será tan difícil cuando la directora general del FMI ha alentado a todos los Gobiernos pidiéndoles que “gasten tanto como puedan”. Así que, sin apriorismos doctrinales, encontremos el camino sabiendo que en el procedimiento de búsqueda están las soluciones.

Sindicatos y empresarios han dado un gran paso: se han reconocido una vez más como sujetos de relevancia constitucional y han empezado a acercar posiciones. Ellos tienen además el know how imprescindible para la arrancada. Cuenta Raymond Aron, en sus memorias, que, cuando Combat tuvo problemas financieros, su director, Pascal Pia, se reunió con el Consejo de Redacción del periódico y el delegado de talleres. La discusión, teñida de ideología, se prolongó durante horas hasta que el delegado de talleres dijo: “De acuerdo en todo, pero que venga un auténtico empresario”.

A los partidos políticos, sujetos también de relevancia constitucional, les corresponde encontrar en el pluralismo un camino compartido. Es decir, recuperar la centralidad que supo encontrar Angela Merkel en 2017, cuando decidió hacerse con la presidencia del CDU, envió a su predecesor, el inflexible ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, a la presidencia del Bundestag y encargó esa cartera y la vicecancillería al SPD. Desde entonces todo cambió. De aquella Europa que parecía alemana pasamos a una Alemania europea; de un BCE sometido al Bundesbank llegamos a un Banco Central Europeo; de la condicionalidad y el austericidio pasamos a la cooperación europea; del miedo al otro, a las políticas de acogida.

Gran cambio. ¿Se cayó Angela del caballo como cayó Saulo o su acuerdo con el SPD tuvo algo que ver en su nuevo liderazgo? Respuesta obvia. No proponemos ahora una gran coalición, pero sí un gran acuerdo. En estos tiempos de locura trumpista, putinista y brexista, el principal país de Europa ha marcado una centralidad desde la que será más fácil combatir con la fuerza de la democracia liberal la sinrazón de los populismos y nacionalismos. Pensemos en ello. Y recordemos. No hablamos de nada que nos sea ajeno a los españoles. Fue esa misma centralidad la que entre nosotros posibilitó la Transición y el consenso constitucional; la que siempre defendió Suárez, aun a costa de tener que dimitir antes de perderla con aquella malhadada mayoría natural; la que condujo la política nacional y europea de Felipe González. Estamos a tiempo.

Marcos Peña fue presidente del Consejo Económico y Social y José Antonio Griñán fue presidente de la Junta de Andalucía.

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