La China de los expertos

Cuenta el escritor peruano Juan Morillo que el de los "expertos" es un oficio en extinción en China. En sus Memorias de un naufragio (2009), nos desvela curiosos detalles acerca de la vida y hábitos de aquellos viajeros que, en palabras de la profesora mexicana Flora Botton, decidieron un día quedarse en China para aportar todo su saber y lealtad a la nueva potencia comunista.

La figura de los expertos nació con el triunfo de la Revolución, e incluso podría decirse que antes de ella, de la mano de figuras legendarias como el médico canadiense Norman Bethune, cuya vida fue novelada por el escritor Zhou Erfu, viceministro de Cultura purgado durante la Revolución Cultural, y llevada a la pantalla en una serie de gran éxito. Fue una forma de institucionalizar la presencia de los cooperantes internacionalistas.

Los soviéticos fueron los primeros expertos que brindaron a la nueva autoridad revolucionaria un importante apoyo técnico para reconstruir un país diezmado por dos prolongadas guerras. Pero duró poco. A raíz del Gran Salto Adelante, las relaciones con la URSS, ya dañadas por otros asuntos, se vieron abocadas a la ruptura y la mayoría de sus expertos retornaron a su país de origen.

El Partido Comunista de China (PCCh) reconoce hoy día que en aquel experimento, con el que pretendía dar paso a una vía propia y más acelerada que la soviética para culminar su modernización, fallecieron no menos de 10 millones de personas a causa de la hambruna que asoló el campo.

Los "expertos" son el espejo de la evolución histórica de China de 1949 a la actualidad. Su tiempo más rico y entrañable, pero también severo, corresponde al periodo maoísta. Todos ellos eran militantes ideológicos, de elevados ideales, y convencidos hasta la médula de lo inquebrantable de su adhesión al régimen de Mao. Pero en sus vidas se reflejaron los atribulados vaivenes del maoísmo. Figuras de leyenda como el inglés David Crook, el polaco Israel Epstein o el estadounidense Sidney Shapiro padecieron los rigores de aquel tiempo. Crook y Epstein fueron encarcelados durante la Revolución Cultural, al igual que otros muchos expertos, acusados de espionaje. En la cárcel también acabó el estadounidense Sidney Rittenberg, quien participó directamente en los enfrentamientos armados entre bandas de guardias rojos. Todos ellos vivían en condiciones humildes, pero en lo que podría considerarse una jaula de oro en la China de aquellos tiempos.

También hubo españoles en esa etapa, llegados desde el exilio republicano en la Unión Soviética, que contribuyeron a poner en marcha medios de comunicación y la enseñanza del español. Progresivamente, su cupo se fue reduciendo a favor de colegas latinoamericanos, muy especialmente de Perú, como el propio Juan Morillo o Antonio Fernández Arce.

Todos ellos se involucraron activamente en la construcción del país, defendiendo las posiciones oficiales en asuntos centrales como la guerra de Corea, la ruptura con la URSS (Crook fue agente soviético en la contienda civil española), la conquista de Tíbet o la Revolución Cultural, sin duda el momento más difícil para todos ellos, y que originó una gran división en esta peculiar comunidad extranjera. Su intenso compromiso ideológico les facilitaba un acceso directo a las más altas instancias del poder y a sus secretos y, en más de un caso, cuando los vientos soplaban en otra dirección, solo la mediación directa del primer ministro Zhu Enlai impedía un final trágico. Epstein, que en 1957 había adoptado la nacionalidad china, llegó a formar parte de la Confe-rencia Consultiva Política del Pueblo Chino en los años ochenta, al igual que Shapiro.

Con la política iniciada tras la desaparición de Mao Zedong, el escepticismo afloró entre buena parte de estos expertos debido a la pérdida de los ideales que imponía la senda de pragmatismo promovida por Deng Xiaoping. Morillo refleja ese estado de ánimo en las Memorias, dando cuenta de la desconfianza sugerida por tanto "éxito" anunciado en el desarrollo de China a raíz de la nueva política, ante el temor de que se repitiera la frustrante ilusión de épocas pasadas, finalmente saldada con sonoros reveses que dejaban al descubierto la falsedad oficial y el dramatismo de la pérdida de horizontes materiales y espirituales de la sociedad china.

Poco a poco, muchos de ellos fueron abandonando el país y el Hotel de la Amistad, su particular Ciudad Prohibida y hoy lujoso cinco estrellas, donde daban rienda suelta a sus innumerables críticas a los defectos de una China que empezaba a abrirse al exterior. A algunos, esa decisión les llevó al suicidio, al ser incapaces de adaptarse a la realidad de sus países de origen.

Por último, los sucesos de 1989, como aconteciera con la Revolución Cultural, causaron un cataclismo en este colectivo. Fue entonces cuando Crook decidió romper definitivamente con el PCCh, como hicieron muchos disconformes con la represión ejercida contra los estudiantes concentrados en la plaza de Tiananmen.

Con el nuevo siglo, la condición de experto extranjero se ha ido diluyendo. Son casi 250.000 los extranjeros que trabajan legalmente en China en actividades diversas. La presencia de occidentales ya no resulta chocante para casi nadie. En las áreas tradicionalmente reservadas a estos expertos (comunicación y educación), la simpatía ideológica hace tiempo que ha cedido paso a la profesionalidad y competencia como criterios predominantes, aunque no se perdonen las manifestaciones de hostilidad política. Es el envoltorio de un nuevo pacto del que queda fuera el estatus paradiplomático que se le venía dispensando, así como las múltiples atenciones y prebendas de diverso tipo que venían a compensar las precariedades de un sacrificio que se vivía como expresión de solidaridad convincente y convencida. Hoy la despolitización se agradece en los nuevos expertos, buscando aquellos talentos especializados que puedan hacer aportaciones al desarrollo tecnológico y científico del país.

La actitud de la Revolución hacia los especialistas extranjeros supuso en su día un gran cambio. China no siempre tuvo sensibilidad para reconocer el saber que podría llegar del exterior. La documentada y voluminosa obra de Joseph Needham (Science and Civilization in China) nos da cuenta de las razones de esa soberbia que tan bien ejem-plificó el emperador Qianlong al señalar al enviado de la corona británica, lord MacCartay, que China tenía de todo en abundancia y no necesitaba nada de los bárbaros (siglo XVIII). Era un tiempo de esplendor, pero en el que ya asomaban síntomas de estancamiento en el desarrollo tecnológico del Imperio.

Dramáticamente, al siglo siguiente, las guerras del Opio pusieron las cosas en su sitio, dando lugar, a partir de entonces, a una asociación entre modernización y occidentalización cuyo mayor revés se ha producido a raíz de la presente crisis financiera, que ha puesto fin a la admiración del gigante oriental por la ingeniería, en sentido amplio, de Occidente.

El sueño de trabajar en China, que hoy motiva a quienes tratan de superar en el mercado laboral de Oriente las frustraciones que provoca el desempleo en nuestras latitudes, tiene este antecedente cercano con el que se encontrarán a buen seguro si deciden adentrarse por dicho camino, recordatorio de un tiempo en que la vida se vivía desde el compromiso más profundo y con altas dosis de convicción y honestidad, como nos recuerda Morillo.

Por Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China.

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