La “China Verde”: un desafío para Europa

En la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente chino Xi Jinping declaró que su país se esforzará por alcanzar en el año 2060 la neutralidad de carbono. Fue un anuncio potencialmente muy trascendental y merece que se le preste mayor atención, sobretodo en la Unión Europea.

China produce casi el 30 por ciento de las emisiones mundiales de dióxido de carbono procedentes de los combustibles fósiles: aproximadamente el doble de las emisiones de Estados Unidos y el triple de las de la Unión Europea. Además, es probable que las emisiones de China sigan aumentando, Xi sólo prometió que las emisiones alcanzarían su punto máximo en el año 2030, en tanto que la UE ya tiene planes de reducirlas en 30 puntos porcentuales adicionales. Esto significa que, para el año 2030, las emisiones de China podrían situarse en un nivel entre cuatro y cinco veces mayor al nivel de la UE. Por esta razón, el logro de la neutralidad del carbono por parte de China tendría un impacto climático mucho mayor que los esfuerzos de Europa.

Por el momento, una China neutral en cuanto a emisiones de carbono sigue siendo una vaga aspiración política. El siguiente paso sería un compromiso formal de China en el marco del acuerdo climático de París, seguido de un plan claro y creíble, con hitos concretos, para cumplir dicho compromiso.

Es probable que China adopte estos pasos. Al fin de cuentas, la acción climática es la única esfera, entre las esferas de toma de decisiones políticas, en la que China puede convertirse genuinamente en un líder mundial en el futuro cercano, y la promesa de neutralidad de sus emisiones de carbono juega a favor de las fortalezas de China, es decir, la capacidad del gobierno para reunir grandes cantidades de inversión en la búsqueda de un ambicioso objetivo de largo plazo.

Además, si bien la tasa de ahorro de China ha disminuido en cierta medida en los últimos años, este país sigue ahorrando mucho más que Europa o Estados Unidos. Esto implica que puede darse el lujo de invertir en energías renovables intensivas en capital, como la fotovoltaica y la eólica, y mejorar su stock de viviendas. China también puede darse el lujo de perder los recursos que ya se han gastado, y los que se gastarán, en centrales eléctricas de carbón que pronto serán inutilizadas.

Es de ayuda el hecho que los costos de las energías renovables hayan caído a niveles que les permitan competir con los combustibles fósiles. Y, como lo ha demostrado la experiencia (por ejemplo, en el caso de las baterías) cuando se aumenta la producción significativamente, los costos unitarios caerán cada vez con más rapidez. Si se toma en cuenta el gran tamaño de su mercado, la adopción por parte de China de tales tecnologías tendrá implicaciones de gran alcance para la transición verde a nivel mundial.

De hecho, el mercado chino ya está dando forma a sectores que son esenciales para la transición verde, incluyendo al sector automotriz y al energético, aunque a menudo de maneras complicadas. China es el mercado más grande del mundo para automóviles con motores de combustión interna, así como para vehículos eléctricos. La electricidad necesaria para alimentar los vehículos eléctricos sigue proviniendo de centrales eléctricas de carbón, que no sólo emiten gases de efecto invernadero, sino que también contaminan el medio ambiente local. Pero, es también cierto que la inversión de China en energías renovables es superior a la de cualquier otro país.

Si China se compromete plenamente con una transición verde, es probable que tecnologías como los vehículos eléctricos y las energías renovables sean más baratas y accesibles que nunca, lo que a su vez conlleva consecuencias prácticas para Europa. Para empezar, el compromiso de China haría inviable el impuesto transfronterizo al carbono, un elemento central de la estrategia climática de la Comisión Europea.

El Acuerdo climático de París, al igual que el Protocolo de Kioto que lo precedió, se basa en el principio de trato diferencial a las economías emergentes, que han contribuido mucho menos al cambio climático que los países desarrollados de hoy. Sería muy difícil para la UE justificar un impuesto transfronterizo al carbono que se aplique a las importaciones procedentes de un país como China, que a pesar de ser mucho más pobre que la Unión Europea, ha formulado una promesa similar a la europea con respecto al logro de cero emisiones.

Además, sólo se puede defender un impuesto fronterizo al carbono con el argumento de que la producción extranjera es mucho más intensiva en carbón que la producción europea. Y, si bien eso puede ser parcialmente cierto en la China actual, no lo seguirá siendo durante mucho más tiempo. Las instalaciones de producción de acero más modernas y eficientes están siendo construidas en China, y no así en Europa (donde los productores se resisten al costo que deben pagar por la renovación de sus fábricas anticuadas).

Si China implementa su sistema de comercio de emisiones, planificado desde hace mucho tiempo, y extiende su cobertura a la industria, la justificación de la UE para imponer un impuesto al carbono a las importaciones provenientes de China se desvanecerá (al fin y al cabo, el propio Sistema de Comercio de Emisiones de la UE es un enfoque sensato dirigido por el mercado, al menos en el caso del sector industrial y el sector de generación de energías). En ese caso, entre los principales socios comerciales de la UE, sólo Estados Unidos estaría sujeto a un impuesto transfronterizo al carbono que imponga  la UE.

La transición verde de China crea otro acertijo a ser resuelto por la UE: las tecnologías en las que se basa esta transición suelen desarrollarse y producirse con el apoyo del gobierno chino. ¿Qué debería hacer la UE cuando estas tecnologías con apoyo estatal lleguen a sus fronteras?

Este dilema no es nuevo. En 2013, la UE impuso gravámenes antidumping y antisubvenciones a los paneles solares chinos. Pero las medidas se redujeron gradualmente y se eliminaron en 2018. Por mucho que la UE quisiera proteger a los productores locales de paneles solares, el que las energías renovables puedan obtenerse a precios de mercado mundial fue de vital importancia para apoyar los avances con miras al logro de los objetivos de sostenibilidad.

Aún está por verse cómo responderá la UE a la futura llegada de las tecnologías verdes procedentes de China. Lo que ya parece estar claro es que el doble rol (competidor y socio), reconocido por la Comisión Europea, que China desempeña será el que moldeará la transición verde en curso, y los esfuerzos de China facilitarán y desafiarán, a la vez, los propios planes y políticas de la UE en formas imprevistas.

Daniel Gros is Director of the Centre for European Policy Studies. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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