La chistera del banquero

Las relaciones entre banqueros y artistas no han sido nunca iguales a lo largo del tiempo; pero, sobre todo, no han sido fáciles. Orígenes bien diferentes, ambientes sociales dispares, concepciones políticas antagónicas, gustos personales desiguales… Salvo que nos arrojemos en el mundo de la ficción, y nos dejemos arrastrar por la pluma del gran Pessoa y su obra El banquero anarquista. Un breve relato que describe a un banquero que no reconoce contradicción entre su fortuna personal y sus libertarias preocupaciones: «No hay otra diferencia: ellos sólo son anarquistas teóricos, yo soy teórico y práctico; ellos son anarquistas místicos, y yo científico: ellos son anarquistas acobardados, y yo lucho y libero… en una palabra: ellos son pseudoanarquistas, y yo soy anarquista». Pero en cuanto abandonamos la edulcorada ficción, y regresamos a la tozuda realidad, las aguas vuelven a su cauce. Ni siquiera en los años de los Medici (Juan de Medici, Cosme el Viejo, Pedro I el Gotoso, Lorenzo el Magnífico) y su respaldo a los artistas del Renacimiento (Masaccio, Donatello, Fra Angelico, Miguel Ángel, Domenico Veneziano, Vasari, Filipo Lippi…), las relaciones fueron sencillas. Y no les digo si nos adentramos en la modernidad. Recuerden las grotescas caricaturas del establishment de la Alemania de los años veinte de George Grosz (Ecce Homo y El rostro de la clase gobernante). «Mi arte debe ser –apuntaba con vehemencia– fusil y sable». Aunque hay excepciones. Y este es el caso del inclasificable Pablo Picasso.

La chistera del banqueroEl malagueño estuvo cercano a los planteamientos anarquistas en la bohemia barcelonesa de principios del siglo XIX, cuando frecuentaba Els Quatre Gats. En palabras de Miguel Utrillo, recogidas en sus memorias, «todos éramos anarquistas». Dos obras menores (Mitin anarquista y El prisionero) atestiguan su empatía hacia el movimiento revolucionario. Aunque a partir de sus años triunfantes, como los denomina John Richardson, empieza a codearse con lo más granado de la sociedad francesa: empresarios, profesionales, banqueros… Su gorrilla de los primeros años, con la que le vemos retratado en el Bateau Lavoir, y en sus andanzas en el Lapin Agile, pasa a ser alternada con elegantes chisteras propias de personas de fortuna. Luego, con los años, una pléyade de sombreros acompañará a nuestro hombre: sombreros panamá, bombines, sombreros cordobeses, canotiers, boinas, sombreros de cowboy… Hasta llegar a los mentados sombreros de copa. Un deseo, quizá ya latente, cuando se autorretrató de joven de esta guisa, en Picasso con sombrero de copa (1901).

Pero hoy las cosas han cambiado mucho. No hay banco que haya forjado una colección de arte con pretensiones que no incluya piezas del malagueño. Son los casos de nuestras más importantes entidades financieras (Banco Santander, Banco Bilbao Vizcaya y La Caixa), y más recientemente Abanca, el banco gallego constituido tras la remodelación de sus cajas de ahorro. Pues bien, ésta desembarca en el Museo Thyssen con una reducida –doce obras– pero exquisita exposición bajo el título Picasso y el cubismo en la Colección de Arte Abanca. Como señala bien Guillermo Solana, «es un panorama del corazón del arte del siglo XX a través de su figura más representativa». La exposición, ordenada cronológicamente, con piezas que van de 1895 a 1963, comienza y finaliza con Picasso, el gran ideador, junto con Braque y Gris, del cubismo. Del artista, que pasó en Galicia de los 9 a los 13 años, se muestran cinco obras: desde las juveniles Escena popular gallega, Caricatura del torero y cura, ambas tintas sobre papel, y Cuatro mujeres (1901), pintada a lápiz azul, hasta los posteriores óleos Perfil en la ventana (1934) y Pintor y su modelo I (1963). Y, a mitad de camino, en plena efervescencia cubista, Paquete de tabaco y copa (1922).

Aunque no queda aquí el contenido de la exposición. Al pintor le acompañan otros artistas que tuvieron mucho que decir en el movimiento cubista. Son los casos, por supuesto, de George Braque, con Copas y uvas (1930), y Juan Gris, con La uva negra (1926). Pero también de quienes abrazaron, cada uno desde su personalidad, y con mayor o menor ortodoxia, la causa cubista. Me refiero a Fernand Léger, y su Composición sobre fondo azul (1935); Jean Metzinger, «Nature morte a le pipe» (1919); María Blanchard, Composición cubista con botella (1918); Julio González, «Tête dite le Tunnel»; y Manuel Ángeles Ortiz, con un soberbio lienzo (Guitare) del año 1926. Una obra, propiedad de los barones de Gourgaud, a los que retrataría ese año, y hoy recuperado para nosotros gracias a ese ejemplar galerista que es Guillermo de Osma.

Ángeles Ortiz continúa siendo, a pesar de ser una figura capital del periodo de renovación artística en España, un desconocido para el gran público. Amigo íntimo de Federico García Lorca (del que realizó un bellísimo dibujo a lápiz en 1924) –el poeta apadrinaría a su única hija, Isabel– y cercano en la Granada de entonces a Manuel de Falla –el compositor le entregaría una carta de presentación para Picasso en París en 1922–, se convirtió en uno de los más allegados del círculo picassiano. Ortiz realizaría además figurines y decorados para la representación en París del Retablo de Maese Pedro de Falla, y después para Geneviève de Brabante de Erik Satie y Aubade de Francis Poulenc. En 1922 haría asimismo el cartel para el histórico Concurso de Cante Jondo celebrado en Granada. Un pintor inclasificable, por sus muy variados registros: cubismo, figuración picassiana y surrealismo. Terminada la Guerra Civil –Picasso le sacará del campo de concentración de Argelès-surMer– se establecería en Argentina hasta 1948, años de pintura naturalista, para regresar a París y, a partir de los cincuenta, retornar a su Granada de siempre. Ahí quedan sus series del Albaicín, Paseo de Cipreses, Misteriosa Alhambra, Homenaje al Greco, Cabezas… Pero eso vendría después. Ahora disfruten de la exposición. ¡No hay peligro! Como decía Voltaire: «Si alguna vez ven saltar a un banquero por la ventana, salten detrás. Seguro que hay algo que ganar».

Pedro González-Trevijano, magistrado del Tribunal Supremo.

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