La ciencia debe sanarse a sí misma

Es muy posible que la ciencia sea el mayor logro del ser humano como especie. Gracias a la revolución científica que comenzara en el siglo diecisiete, hoy disfrutamos de comunicación instantánea, veloces sistemas de transporte, una dieta rica y diversa, y la prevención y tratamiento eficaces de enfermedades que en el pasado eran letales. Más aún, la ciencia es la mejor apuesta de la humanidad para dar respuesta a problemas que ponen en riesgo nuestra propia existencia, como el cambio climático, los nuevos patógenos, los bólidos extraterrestres y la explosión demográfica.

Sin embargo, se encuentra amenazada por fuerzas tanto externas como internas. Para abordarlas, hoy la comunidad científica debe utilizar su capacidad de autocorrección, basándose en nuevos hallazgos, experiencias, ideas e información (es decir, lo que por siglos ha caracterizado su progreso).

Un gran impedimento para el avance científico es la cada vez mayor escasez de fondos de investigación, tendencia agravada por la crisis económica global. La incertidumbre sobre las perspectivas de financiación no solo hace que los científicos prefieran no seguir líneas de investigación osadas o con poco respaldo que quizás llevaran a descubrimientos de importancia; también hace más difícil que las personas más brillantes decidan seguir una carrera científica, especialmente si se considera el alto nivel de formación y especialización que ello requiere.

Más todavía, en la actualidad personalidades de todo el espectro político están poniendo en duda sin ninguna base científica principios que parecían bien establecidos (como la teoría de la evolución, los beneficios de las vacunas o el que el cambio climático está siendo causado por el hombre). En el mejor de los casos, se distrae así la atención de problemas que la requieren urgentemente y, en el peor de los casos, acaban por distorsionar las políticas públicas. Aunque son actitudes que se encuentran fuera del control directo de los científicos, mejorar la comunicación con los líderes políticos y el público podría ayudar a reducir la desinformación y reforzar la confianza en la ciencia.

Pero la credibilidad de la ciencia también está siendo socavada desde dentro, por la creciente prevalencia de una mala praxis (como lo evidencia el hecho de que fuera necesario que los autores de una serie de artículos científicos debieran retractarse de las ideas planteadas en ellos) y una fuerza científica de trabajo cada vez menos equilibrada y que se enfrenta a incentivos malsanos. Aunque la vasta mayoría de los científicos adhiere a los más altos estándares de integridad, no se puede desviar la vista de los efectos corrosivos sobre la credibilidad de la ciencia que causa la investigación deshonesta o cuyos resultados no se pueden reproducir.

Los problemas se originan en la estructura de incentivos en que “el ganador se lleva todo”: becas, premios y otras recompensas a quienes publican primero. Si bien esta mentalidad competitiva no es nada nuevo en el mundo de la ciencia (de hecho, los matemáticos del siglo diecisiete Isaac Newton y Gottfried Leibniz se enfrentaron agriamente durante más de una década sobre el mérito de haber descubierto el cálculo), se ha intensificado hasta el punto de impedir su avance.

De hecho, hoy los científicos se encuentran en una carrera hipercompetitiva por obtener fondos y publicar en revistas prestigiosas que ha acabado por desconectar sus objetivos de los del público al que se supone que sirven. Por ejemplo, cuando el año pasado C. Glenn Begley y Lee Ellis intentaron reproducir 53 estudios de cáncer preclínicos “de referencia”, se encontraron con que era una tarea imposible para cerca de un 90% de los hallazgos. Si bien puede que los investigadores que publicaron originalmente esos estudios pudieron disfrutar de más fondos y reconocimiento, los pacientes que necesitan nuevos tratamientos contra el cáncer no se beneficiaron en nada.

Más aún, este sistema de ganadores absolutos no da cuenta del hecho de que, en gran medida, el trabajo científico lo realizan equipos de profesionales más que personas individuales. Como resultado, la comunidad científica está comenzando a parecer una pirámide injusta, ineficaz e insostenible.

Los incentivos que sostienen el sistema de ganadores absolutos ayudan a que se cometan engaños, desde prácticas cuestionables y faltas a la ética hasta conductas conscientemente dolosas. Todo esto amenaza con crear un círculo vicioso en que se premia la mala praxis y la investigación descuidada en desmedro del proceso científico y su credibilidad.

Los problemas son evidentes, pero para abordarlos se necesita una estrategia prudente que tenga en cuenta la fragilidad estructural de este ámbito, en que los científicos deben completar una extenuante formación, las normativas pueden ahogar fácilmente la creatividad y las limitaciones de financiación pueden retrasar los avances de manera sustancial.

Debido a esta fragilidad, pocos países han sido capaces de crear ambientes científicos con altos niveles de productividad, a pesar de que la innovación científica y los avances tecnológicos son cruciales para la productividad, el crecimiento económico y la influencia de una nación. Dada la magnitud de los retos que conlleva crear y mantener un sector científico sólido, las reformas necesarias se deben implementar con gran cuidado.

Tienen que ser completas y, al mismo tiempo, abordar asuntos metodológicos, culturales y estructurales. Entre las de tipo metodológico se debe reformular la formación a fin de reducir las exigencias de especialización, así como elevar la preparación sobre probabilidad y estadística. Hay que cambiar la cultura científica para dejar atrás prácticas muy arraigadas, como las que determinan el modo en que se da el mérito por un estudio o descubrimiento. Y son cruciales las reformas estructurales que apunten a equilibrar la fuerza de trabajo científica y estabilizar su financiación.

Algunas deberían ser bastante simples de poner en práctica. Por ejemplo, no tendría que ser difícil concitar apoyos para mejorar la formación sobre los aspectos éticos de la investigación científica. Pero otros cambios de importancia se convertirán en grandes retos, como la creación de alternativas al sistema de incentivos al “ganador absoluto”.

Para una estrategia de reformas eficaz se deben emplear las herramientas de la ciencia, específicamente la recolección y el análisis de datos: es necesario contar con más información para comprender mejor los desequilibrios de la fuerza de trabajo, el sistema de evaluación de pares y el modo en que los factores económicos de las actividades científicas influyen sobre la conducta de sus protagonistas.

La ciencia ha sido tema de estudio de sociólogos, historiadores y filósofos, pero rara vez de los científicos mismos. Ahora que los incentivos malsanos socavan su credibilidad y obstaculizan la investigación, estos deben tomar el toro por las astas. Aplicar el método científico a los problemas de la ciencia sería su mejor apuesta para recuperar la confianza de la gente y revitalizar su búsqueda de hallazgos que tengan potencial transformador.

Arturo Casadevall is Professor and Chair in Microbiology and Immunology at Albert Einstein College of Medicine in New York. Ferric C. Fang is Professor of Laboratory Medicine, Microbiology, Medicine, and Pathobiology, at the University of Washington School of Medicine, Seattle. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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