La ciencia del poder

Desde Aristóteles muchos pensadores han dedicado tiempo y esfuerzo a reflexionar sobre el poder. Hay una legión de libros que intentan comprenderlo de la forma más precisa posible, desde los clásicos El Príncipe de Maquiavelo y El Leviatán de Hobbes hasta el reciente El fin del poder de Moisés Naím. Pero los ciudadanos ordinarios necesitamos frases cortas que nos sinteticen qué es ese mal necesario con el que convivimos diariamente. Por eso, es tan famosa la frase de Lord Acton, escrita en 1881: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Más de 130 años después, una persona del común como el alcalde del pueblo sevillano de La Algaba ha sabido concentrar en una frase más breve la esencia del poder: lo hice “porque me salió de la polla”. Necesitaremos otra centuria para lograr una tercera frase de ese nivel analítico, que muestre en toda su crudeza que el poder es hacer lo que uno quiera sin ataduras, el reino de la arbitrariedad.

Sea en sesudos libros o en brillantes frases, lo cierto es que la Cratología, la ciencia del poder, ha logrado ya un corpus de conocimientos para explicar de manera científica las decisiones de los políticos, que no responden tanto a la cantidad de testosterona de cada uno como a los intereses de los grupos en los que se organizan, sin incluir consideraciones éticas, solo el sutil juego de beneficios y perjuicios de cada grupo, en el cual el margen de actuación individual está mucho más limitado de lo que parece y en los que el interés nacional es solo una figura retórica. Veamos el ejemplo de la formación del gobierno de Cataluña: el resultado electoral del 27 de septiembre y las sucesivas investiduras fracasadas de Artur Mas parecían avocar a unas nuevas elecciones. Sin embargo, el análisis cratológico pronosticaba que, como esa nueva llamada a las urnas sería letal para Convergencia, ese partido aceptaría la propuesta de la CUP de elegir a otro presidente que no fuera Más. Por eso, cuando éste dio su pas al costat no hizo otra cosa que aceptar las duras leyes de la Cratología, por mucho que en su comparecencia dijera que era una decisión propia. Si Más hubiera desatendido los intereses de su partido hubiera sido un loco o un héroe, pero no un político pragmático.

La ciencia del poderSi analizamos cratológicamente los vaivenes del Congreso para investir un nuevo presidente, podemos hacer ciertas predicciones aunque, de momento, todo parezca responder a un guión surrealista. Empecemos por la Grosse Koalition que propone Rajoy, y que han apoyado muchas personas y medios influyentes: es inaceptable para el PSOE, pero no porque Sánchez quiera ser presidente a toda costa, sino porque sería un pésimo negocio para este partido, que perdería mucho electorado en beneficio de Podemos. Si alguien tuviera alguna duda, puede mirar a Irlanda —tan similar a España— para ver lo que ha pasado allí con la coalición del Fine Gael con el Partido Laborista en las pasadas elecciones del 26 de febrero: mientras los conservadores han retrocedido levemente (tenían 76 diputados y han logrado 66), los socialistas han perdido dos tercios de su electorado y han pasado de 37 diputados a solo 7, viéndose sobrepasados por el Sinn Fein (23). Los malos resultados del SPD en las elecciones regionales parciales en Alemania del 13 de marzo también desaconsejan la coalición con el PP.

La siguiente opción, el pacto PSOE-Ciudadanos ya vimos a principios de marzo como naufragaba en el Congreso ¿por la antipatía que Rajoy profesa a Sánchez, por la soberbia de Iglesias? Puede ser, pero mucho más porque el PP no podía facilitar el acceso al poder de su adversario histórico, ni Podemos tenía nada que ganar otorgando gratis et amore el poder al partido con el que compite por la hegemonía de la izquierda. No han tenido más suerte la vía del 169 (PSOE-Podemos-Ciudadanos) que tanto reclama Sánchez. Ni la del 161 (PSOE-Podemos) que pretende Iglesias, que es claramente insuficiente y necesitaría el apoyo expreso de los nacionalistas.

Así las cosas, no es extraño que la opción que parece más probable sea la convocatoria de unas nuevas elecciones tras el formalismo de las nuevas consultas del Rey. ¿Pero quién sabe qué puede pasar el 26 de junio? En los días siguientes al 20-D parecía que la repetición beneficiaría al PP y a Podemos; sin embargo, en las últimas encuestas el beneficiado es Ciudadanos y de aquí al verano pueden aparecer tantos cisnes negros —como los Papeles de Panamá— que no hay forma de hacer un pronóstico solvente, más allá de afirmar que la participación electoral podría ser anormalmente baja. Por eso, esa salida al bloqueo del Congreso tiene demasiados riesgos para los (todavía) principales actores políticos, PP y PSOE, como para no intentar evitarla a toda costa buscando algún tipo de pacto entre ellos.

Pero ¿cómo?, si ya hemos dicho que no es posible que se coaliguen. Volvamos a mirar a Irlanda: en 1987 el Fianna Fail (FF) perdió su mayoría absoluta y el Fine Gael (FG) adoptó lo que se llamó la Tallaght Strategy, consistente en abstenerse en la elección del Taoiseach y luego hacer una oposición responsable. No le fue mal con esa estrategia, evitando el crecimiento de otros pequeños partidos, especialmente de uno que preocupaba a los dos grandes: el de los Progressive Democrats, formado por antiguos miembros del FF y el FG, y que acabaría por desaparecer a principios del Siglo XX, mientras que los dos grandes han seguido turnándose pacíficamente.

Por eso, la alternativa cratológica más probable es un Gobierno del PP apoyado por Ciudadanos (en coalición o desde fuera, que eso ahora poco importa) con la abstención del PSOE. Esta salida le da a los dos grandes partidos cuatro años de tiempo para reorganizarse e intentar recuperar su electorado tradicional. Claro que esta quinta opción está completamente descartada por el PSOE, que bajo ningún concepto puede permitir que gobierne Rajoy. ¿La seguiría descartando si, como propone Ciudadanos, el candidato conservador no fuera éste? No lo veo probable. Ni el PP puede negarse eternamente a presentar otro candidato, más si la dimisión de Soria como ministro le ofrece una buena excusa para apartar a Rajoy. La espada de Damocles de las nuevas elecciones pende sobre la cabeza de ambos partidos y, como buenos profesionales de la política, sabrán elegir esta solución como la menos mala para sus intereses. ¿Qué no lo hacen y se disuelven las Cortes o se alcanza cualquier otro pacto de legislatura? No problem, lo mismo que la Economía explica siempre a toro pasado por qué no se cumplen sus previsiones macroeconómicas o la Sociología razona los errores de sus encuestas electorales, la Cratología sabrá explicar científicamente por qué no se ha cumplido su pronóstico.

Agustín Ruiz Robledo es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Granada.

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