La ciencia detrás de los sueños

La ciencia detrás de los sueños

Un bochornoso sábado de mediados de este año, salí en una cita con un hombre que parecía estar completamente bien. Bebimos dos cervezas y salimos a caminar, me explicó por qué le gustaban ciertos edificios por los que pasamos. Nos besamos, y su aliento olía a cigarrillos. Nos despedimos, y no pude juntar la energía para responder a sus mensajes de texto llenos de emojis sobre mis actividades del fin de semana.

La cita fue mediocre en el mejor de los casos, pero en los días siguientes, tuve dudas sobre mi decisión de no verlo nuevamente. Tal vez lo había descartado demasiado pronto; tal vez debí permitir que las cosas se desarrollaran un poco. Después de todo, tenía algunas buenas cualidades. Era guapo, alto, tenía un empleo (y no era escritor, lo cual era un cambio agradable).

Fue solamente después de un sueño dolorosamente preciso unas semanas después que dejé de dudar mi intuición. En el sueño, había aceptado una segunda cita, y había invitado a dos amigos para observar nuestras interacciones y ayudarme a evaluarlo. Al final de la salida grupal, mis amigos me alejaron y me ofrecieron una decisión unánime: él no era adecuado para mí. Tomé la decisión correcta.

Para cuando alcanzamos la edad adulta, la mayoría de nosotros aceptamos la sabiduría convencional: no debemos obsesionarnos con nuestros sueños. Aunque la investigación indica que el sueño durante la fase de movimiento rápido de ojos (REM) —cuando la mayoría de los sueños ocurren— es crucial para la salud mental y física, consideramos a los sueños como historias breves y tontas, la caspa del cerebro. Nos enseñan que hablar sobre nuestros sueños es infantil, autoindulgente y que debemos eliminar sus rastros y continuar con nuestro día.

No tiene que ser así. Durante los últimos dos años, me he reunido cada mes con un grupo de amigos para hablar sobre sueños; lo hacemos por diversión. Incluso si nos resistimos, los sueños tienen una manera de infiltrarse en el territorio consciente e influir en nuestro estado de ánimo durante el día. En tres años de reportar sobre la ciencia de los sueños, he escuchado a desconocidos describir que vuelan, que pierden dientes, que sostienen reuniones con personas muertas; los clásicos. He visto que un sueño puede ser una ventana fascinante a la vida privada de otra persona y he aprendido que poner atención a los sueños puede ayudarnos a entendernos a nosotros mismos.

Debido a que los sueños rara vez tienen sentido de manera literal, puede ser más fácil descartarlos que tratar de interpretarlos. Sin embargo, un conjunto creciente de trabajo científico indica que es posible que ese esfuerzo tenga un valor. Los sueños podrían ayudarnos a consolidar nuevos recuerdos y recortar piezas extrañas de información. Podrían ser un caldo de cultivo para ideas: un tiempo para el cerebro para experimentar en una red más amplia de asociaciones. Algunos argumentan que son un accidente de la biología y no significan nada en absoluto.

De acuerdo con una hipótesis popular, los sueños evolucionaron para realizar una función psicológica importante: nos permiten trabajar con nuestras ansiedades en un ambiente de riesgo bajo, al ayudarnos a practicar eventos estresantes y a hacer frente al trauma y el duelo. La mayoría de las emociones que experimentamos en los sueños, como lo mencionó el neurocientífico finlandés Antti Revonsuo en 2000, son negativas; las más comunes incluyen miedo, impotencia, ansiedad y culpa.

Para un psicólogo evolucionista como Revonsuo, esto representa un acertijo: ¿por qué nuestras mentes nos someterían a algo que consistentemente no es placentero? Si nuestros ancestros hubieran podido practicar el manejo de situaciones peligrosas mientras dormían, razonó él, ellos podrían haber tenido una ventaja cuando fuera tiempo de confrontarlas en el día.

Su teoría de “simulación de amenazas” explica la prevalencia de la negatividad y la agresión en los sueños, así como la naturaleza primitiva de muchos ambientes oníricos; incluso los habitantes de las ciudades con poca experiencia en entornos silvestres a menudo sueñan sobre ser atacados por animales peligrosos o extraños y amenazantes. La investigación en animales también encaja en la teoría; ratas privadas del REM luchan con tareas relacionadas con supervivencia como recorrer un laberinto y evitar las áreas peligrosas de un tanque.

A menos que seamos concursantes en Survivor o Los juegos del hambre, las amenazas que enfrentamos tienden a ser menos dramáticas que un laberinto de vida o muerte, y tenemos los sueños de ansiedad que le corresponden. El sueño del examen, en el que quien sueña está lamentablemente poco preparado para un examen importante, es la versión prototípica del humano moderno del sueño de la rata corredora o el gato cazador.

Incluso si la persona fracasa en el sueño, la prueba parece familiar en la vida real y la ilusión de familiaridad puede traducirse en una ventaja real. Mis propios sueños de examen son simultáneamente aburridos para reproducir y rápidos de recordar. “Salgo del centro de evaluación y me doy cuenta de que olvidé escribir cualquier ensayo”. “Estoy haciendo los exámenes y recuerdo que no traigo pantalones”.

Estas pesadillas llegan años después de que dejé la escuela, pero aparecen cuando estoy preocupada por alguna otra cosa, como una fecha límite o de entrega que se acerca. Algunos psicólogos creen que en tiempos de estrés, soñamos sobre exámenes en los que en la realidad tuvimos éxito, nuestros cerebros nos recuerdan un momento en el que superamos algo a lo que temíamos, lo que fomenta nuestra confianza.

En realidad, sí fui vestida a mis exámenes finales de la universidad y no los dejé en blanco. Sin embargo, reflexionar sobre el peor de los casos en plena luz del día me obliga a reconocer lo poco probables, incluso ridículos, que son; confrontarlos destruye gradualmente su poder de atemorizar e incluso me hacen reír. Despierto con una sensación de alivio, sin importar qué tan poco preparada me sienta para esta reunión, por lo menos no llegaré desnuda.

En 2014, investigadores de la Sorbona, encabezados por una neuróloga, Isabelle Arnulf, contactaron a un grupo de aspirantes a médicos el día en el que estaba programado que realizaran su examen de ingreso a la Facultad de Medicina. Casi tres cuartos de los 719 estudiantes que respondieron dijeron que habían soñado sobre el examen al menos una vez durante el transcurso del semestre, y casi todos esos sueños habían sido pesadillas: de perderse en el camino al centro de evaluación, de ser imposible descifrar las preguntas de la prueba o de darse cuenta de que estaban escribiendo en tinta invisible. Cuando Arnulf comparó los patrones de sueño de los estudiantes con sus calificaciones, descubrió una sorprendente relación: los estudiantes que soñaron con mayor frecuencia sobre el examen se desempeñaron mejor en la vida real. Más revelador es el hecho de que los cinco mejores estudiantes habían encontrado algún obstáculo relacionado con el examen en sus sueños, como quedarse dormidos y no escuchar la alarma o no terminar la evaluación en el tiempo asignado.

Estos días paso mucho tiempo hablando sobre el valor de los sueños y a veces conozco a personas que se quejan: no recuerdan sus sueños. Sin embargo, la mayoría de las personas pueden mejorar el recuerdo de sus sueños tan solo con recordarse a sí mismas antes de ir a la cama que desean acordarse de ellos o, mejor aún, comprometerse a escribirlos en la mañana. Cuando comencé a llevar un diario de mis sueños, no podía creer la rapidez con que las anotaciones crecieron de breves y tentativos fragmentos (“¿Estoy viendo El cascanueces?”. “¿Hay una araña?”) a historias complejas que incorporan a personajes como una rival literaria llamada Alice Robby y un gato que ha vivido en mi muro durante veinte años.

Si los sueños son tan importantes y si tantas de sus funciones dependen de nuestro entendimiento de ellos, ¿por qué a menudo parecen incomprensibles? ¿Por qué trafican con metáforas confusas e imágenes desarticuladas?

Tendemos a enfocarnos y discutir los sueños que son extraños, pero la mayoría de los sueños son menos poco comunes de lo que podríamos asumir. En la década de los sesenta, después de analizar más de seiscientos informes de sueños de laboratorios en Brooklyn y Bethesda (Maryland), el psicólogo Frederick Snyder concluyó que “soñar con conciencia” era de hecho “una réplica notoriamente fiel de la vida cuando uno está despierto”. En su ejemplo, el 38 por ciento de las locaciones eran lugares reales que los soñadores reconocían de su vida; el otro 43 por ciento se parecía a lugares que conocían.

Solo el cinco por ciento de los sueños fueron considerados “exóticos” y menos del uno por ciento contaron como “fantásticos”. Cuando Snyder calificó cada informe de sueño en varias medidas de coherencia, a partir de si la historia tenía sentido o si los eventos podían ser concebidos, descubrió que hasta nueve de cada diez “serían consideradas descripciones creíbles de experiencias cotidianas”; incluso entre los sueños más largos, la mitad no tenía ni siquiera un elemento extraño.

No obstante, el hecho es que en algunas noches, nuestros cerebros generan escenas que son poco reales. En la década de los noventa, tres investigadores —Robert Stickgold, Allan Hobson y Cynthia Rittenhouse— decidieron estudiar si había restricciones a la imaginación de los sueños. Después de analizar 97 intermitencias en doscientos sueños de sus alumnos descubrieron que había, de hecho, reglas y patrones en juego. Los sueños no están gobernados por las reglas normales de la física y muchos aspectos del sueño siguen siendo un misterio. No podemos explicar por qué cierta imagen surge una noche dada o predecir si algún amigo que no hemos visto en mucho tiempo resurgirá en nuestro sueño. Sin embargo, los sueños tampoco son totalmente libres.

Las metamorfosis dentro de la clase eran mucho más comunes que las de entre clases; es decir, cuando un personaje de un sueño se transforma, generalmente asumiría la apariencia de otro personaje en vez de la de un objeto inanimado (y viceversa). Incluso dentro de clases, las transformaciones estaban lejos de ser al azar: una piscina se convertía en una playa; un tío se transformaría en un vecino y un auto se modificaba en una motocicleta. “El más sorprendente y nuevo hallazgo de este estudio es que varias imágenes desarticuladas de sueño son paradójicamente coherentes”, escribieron los autores. “Un objeto del sueño no se transforma al azar en otro objeto, sino en un objeto que comparte cualidades asociativas formales con la primera”.

En otro estudio, Revonsuo y la psicóloga Christina Salmivalli analizaron cientos de sueños de un grupo de sus estudiantes y descubrieron que las emociones en los sueños eran usualmente apropiadas con la situación, incluso si la situación en sí misma era extraña. Otro elemento importante fue sorpresivamente constante: la personalidad del soñador estaba “bien conservada” y “raramente plagada por características incongruentes con la vida cuando está despierto”. “La representación de uno mismo es presumiblemente uno de los fundamentos de nuestros sistemas de memoria a largo plazo”, explicaron.

Incluso en los sueños, sabemos quiénes somos.

Alice Robb es la autora del libro que pronto se publicará Why We Dream, a partir del cual este ensayo está adaptado.

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