La profecía es un ejercicio literario difícil. Aconsejo encarecidamente a periodistas y filósofos que la eviten: es mejor que siga siendo el privilegio de los místicos y los iluminados. La experiencia de los últimos años es prueba de ello. Alrededor del año 2000, abundaban los ensayos y editoriales que nos decían que, como ya se había descubierto todo, la ciencia y la tecnología no progresarían más. Y que nuestro estilo de vida no se vería afectado en modo alguno. Pues bien, era difícil estar más equivocado. Pero sin duda era una forma de vender libros, porque los lectores pesimistas superan con creces a los optimistas. En cuanto a mí, pertenezco a este último grupo, que no es multitudinario. Por otra parte, como carezco de imaginación, prefiero la observación y la experiencia de la realidad a las elucubraciones de aficionados.
¿Qué hemos visto en los últimos veinte años? Tomando como punto de referencia el año 2000, citaré una colección de innovaciones que, o bien no imaginábamos en 2000, o bien no preveíamos su espectacular efecto en nuestro modo de vida. Empecemos por la más evidente, la generalización de internet, una red que hoy cubre el planeta y conecta a todas las civilizaciones. La web se ha convertido en nuestro compañero de vida diario, omnipresente en nuestros teléfonos inteligentes, que hace veinte años ni siquiera existían. Esta generalización de la web ha afectado a muchos negocios y ha hecho que muchas profesiones desaparezcan o se transformen. Ha dado lugar a lo que se conoce como redes sociales. No pretendo –y volveré sobre ello– que estas innovaciones constituyan un progreso moral y humano, pero su efecto transformador es innegable.
Pasemos a nuestra forma de desplazarnos y a la aparición del coche eléctrico, y más aún del coche sin conductor. Es evidente que, en menos de una generación, todos nuestros vehículos serán eléctricos y ya no tendremos que conducirlos. Ellos nos conducirán a nosotros; evitaremos la fatiga y el riesgo de accidentes. También es obvio, en vista de la experiencia actual, que no habrá escasez de energía a precios asequibles, gracias a la revolución de los reactores nucleares pequeños. Ya han hecho su aparición en China y se multiplicarán, empezando por California, esa eterna cuna de la innovación científica. El mundo entero les seguirá y se pasará a estos minirreactores. Nos proporcionarán una energía barata y de forma más segura que todo aquello de que disponemos en la actualidad.
En los últimos veinte años también se han producido grandes cambios en el campo de la salud, que nos han beneficiado enormemente. Recordemos que se tardó menos de dos años en descubrir una nueva vacuna contra una de las pandemias más dramáticas de los últimos siglos. Nadie podía imaginar en 2019, cuando apareció el Covid, que dos años más tarde la vacuna se impondría al virus. ¿Y hace falta recordar que hoy en día la mayoría de los cánceres pueden tratarse, sobre todo cuando se detectan al principio? Esto es posible gracias a equipos como los escáneres de imagen por resonancia magnética, que hace una generación no se conocían o se utilizaban en contadas ocasiones. Además, lo que llamamos inteligencia artificial permite leer los resultados de estas imágenes médicas al instante y sin errores. La inteligencia artificial ya está ahí, sin que ni siquiera nos demos cuenta, como cuando, por ejemplo, escribimos un mensaje en nuestro 'smartphone' y este nos sugiere una respuesta que coincide con la que teníamos en mente. Confieso que, gracias a la inteligencia artificial, ya no escribo mis columnas para ABC, sino que las dicto. La máquina corrige mis errores, mis repeticiones y mi gramática, aunque aún comete algunos fallos de puntuación que me toca corregir a mano. En mi opinión, es cuestión de meses que la máquina domine las comas mejor que yo.
La comunicación, la energía y la salud. Pero también, y esto es esencial, la alimentación; hoy no es la misma que hace veinte años, sobre todo en los países más pobres, gracias al uso generalizado de organismos modificados genéticamente (OMG). Los OMG, demonizados por los ecologistas, permiten ahora alimentar a un precio bajo a una población mundial en aumento. La hambruna masiva es solo un mal recuerdo. Estos OMG permitirán a la agricultura adaptarse a un clima cambiante. No sé si se está calentando o no, pero es evidente que está cambiando; gracias a los OMG, los agricultores podrán adaptarse sin mayores dificultades. Pasemos ahora al 3D. Los objetos cotidianos se fabricarán –ya se fabrican– con una tecnología totalmente nueva: la impresión tridimensional. Ya se pueden fabricar coches y edificios con estas impresoras.
No todas las innovaciones son pacíficas. Lamentablemente, la guerra está resurgiendo como método para gestionar las relaciones entre naciones, en lugar de la diplomacia. Fijémonos en Ucrania y Gaza. En estos conflictos se utilizan armas y estrategias que, hace veinte años, a nadie se le pasaban siquiera por la cabeza. Hemos entrado en la era de la guerra de los drones; el ejército que domine los drones será el que gane la batalla. Y no nos hagamos ilusiones: no es la diplomacia la que resolverá los conflictos, sino la victoria militar. En este punto, no hemos progresado nada.
Aún tenemos que ponernos de acuerdo sobre la noción de progreso. Como señalaba Karl Popper, el término progreso debería reservarse para la ciencia. Popper afirmaba que la ciencia es lo único que progresa. El arte, en cambio, no progresa, y tampoco la moral. Los pintores de hoy no son mejores que los de Altamira o que Velázquez. Y los humanos no son ni mejores ni peores que en los albores de la humanidad. Releamos la Biblia para comprobarlo. Ya se ha dicho y escrito todo sobre la naturaleza humana y nuestra compleja relación con lo divino. ¿Y qué hay de la política? No progresa, porque refleja el mundo de las pasiones colectivas ya descrito por Aristóteles y Cicerón. Si el hombre no progresa, ¿para qué sirve el progreso? Una respuesta primitiva sería «para nada». Pero eso sería perderse el progreso que el progreso nos aporta.
Somos lo que somos, pero la innovación científica, y la lista arbitraria que he presentado más arriba, nos aporta dos beneficios considerables, sin precedentes en la historia de la humanidad. En primer lugar, nuestra esperanza de vida, y nuestra calidad de vida, aumentan de un año a otro. En segundo lugar, independientemente de cuáles sean nuestros ingresos monetarios, todos estos avances científicos y tecnológicos nos dan a la mayoría de nosotros una libertad de elección, trivial o esencial, que jamás habíamos tenido en la historia. Vivimos mejor, vivimos más, podemos elegir. Nos corresponde a nosotros tomar las decisiones correctas, pero eso solo depende de nosotros mismos. Mientras tanto, el progreso seguirá progresando.
Guy Sorman