La ciencia ficción envió al hombre a la Luna

Una escena de la película de 1929 “La mujer en la Luna" ["Frau im Mond"] de Fritz Lang Credit Kino Lorber
Una escena de la película de 1929 “La mujer en la Luna" ["Frau im Mond"] de Fritz Lang Credit Kino Lorber
La mayoría de las grandes hazañas, ya sean personales o colectivas, suceden luego de varios ensayos. Algunas ocurren cuando se le da rienda suelta a la imaginación. El 50 aniversario del alunizaje del Apolo 11 ofrece una grandiosa oportunidad para examinar cómo es que una rama entera de la ficción especulativa —novelas, cuentos cortos y también largometrajes— se encuentra detrás de las primeras huellas humanas en otro mundo.

Las obras de ficción no son particularmente conocidas por haber influido en eventos históricos. Sin embargo, algo de la ciencia espacial básica y rudimentaria, implícita en lo profundo de la historia del desarrollo del Saturno V —el imponente cohete de cinco etapas que transportó a Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins a la Luna hace cincuenta años— se financió con el presupuesto de la primera película de ciencia ficción que plasmó dicha travesía en términos realistas.

Los vuelos espaciales como los conocemos hoy en día no existirían si no fuera por tres extraordinarias figuras: el visionario ruso del vuelo espacial que estaba al borde de la locura Konstantin Tsiolkovsky; el pionero de la ingeniería espacial y nacionalista alemán-transilvano de extrema derecha Hermann Oberth; y el idiosincrático ingeniero espacial estadounidense Robert Goddard. Los tres diseñaron distintas variaciones de ciencia aeroespacial en respuesta a la ficción especulativa, en particular las historias de Julio Verne y H. G. Wells: los fundadores de un género incipiente que después se conocería como ciencia ficción. Tsiolkovsky y Oberth también contribuyeron de manera importante a proyectos cinematográficos de principios del siglo XX que representaron los viajes a la Luna.

Tsiolkovsky, el primero de los tres, leyó la novela de Verne de 1865 De la Tierra a la Luna poco después de su publicación, y la posibilidad de volar al espacio captó su imaginación. No obstante, de inmediato se percató de que los viajeros lunares de Verne, a quienes describía saliendo disparados hacia la Luna en un proyectil lanzado desde una pistola espacial gigante (ubicada, proféticamente, en la región central del estado de Florida, en Estados Unidos), se habrían convertido en puré de tomate en el momento del lanzamiento.

Mientras buscaba una alternativa, Tsiolkovsky dedujo que los cohetes multietapa impulsados por combustibles químicos podrían producir la aceleración gradual que se requería para mantener a sus viajeros espaciales con vida. Calculó la fórmula correcta para la velocidad de escape —en términos prácticos, la E=MC² de los vuelos espaciales— y elaboró esquemas detallados de cámaras de aire y trajes espaciales que son prácticamente idénticos a los que se usan en la actualidad. El primer diseño que hizo de este tipo fue publicado en 1903, el año en que los hermanos Wright realizaron el primer vuelo con motor.

Mientras trabajaba en su nativa Transilvania Germánica —la actual Rumanía— así como en Múnich y Gotinga, Oberth descubrió de manera independiente los cohetes multietapa y los propulsores químicos más de una década después. Sus ideas derivaron también de la influencia del libro de Verne, y sus primeros trabajos eran teóricos. En contraste, para mediados de la década de 1920, Robert Goddard ya estaba llevando a cabo lanzamientos reales de cohetes, rudimentarios pero funcionales, de combustible líquido cerca de su hogar en Massachusetts. Tras leer La guerra de los mundos de H. G. Wells, consagró su vida a la investigación del vuelo espacial.

De los tres personajes, Tsiolkovsky era el único que realmente escribía ciencia ficción, la cual usaba como un laboratorio de ideas para sus diseños revolucionarios. Vivía a 160 kilómetros al suroeste de Moscú, en condiciones de estrechez económica, y comenzó a publicar una serie de trabajos teóricos. En sus artículos publicados en 1911-12, propuso el gran credo utópico de la era espacial: “La Tierra es la cuna de la mente, pero la humanidad no puede vivir en una cuna para siempre”.

No fue hasta finales de la década de 1920 que las películas de gran presupuesto empezaron a mostrar representaciones de viajes espaciales basadas en ciencia aeroespacial de verdad. En Alemania, cuando el director Fritz Lang estaba en busca de su siguiente filme, después de terminar su obra maestra distópica Metrópolis, dio con la novela Frau im Mond o La mujer en la Luna. Se puso en contacto con Oberth, quien para entonces ya había escrito dos libros sobre ingeniería espacial, para que fuera su asesor.

Oberth aceptó el trabajo, pero su objetivo primordial era poner sus teorías en práctica. Le propuso a Lang que usara algo del presupuesto de su estudio cinematográfico UFA para financiar un cohete experimental de combustible líquido, que podría lanzarse como un truco publicitario en el estreno de la película. El director accedió e incluso contribuyó de su propio bolsillo. Sin embargo, las habilidades de ingeniería de Oberth no eran tan avanzadas como sus conocimientos teóricos, y durante un lanzamiento de prueba en 1929, su prototipo de cohete explotó, lo que le provocó una ruptura en el tímpano y dejó su ojo izquierdo en estado delicado. Humillado, huyó de Berlín y regresó a Transilvania.

Incluso sin el lanzamiento, La mujer en la Luna ayudó a popularizar la nueva ciencia de la ingeniería espacial. Bajo la tutela de Oberth, la película fue la primera en representar el vuelo de un cohete multietapa, y otros detalles sirvieron de presagios sobre la carrera espacial de la Guerra Fría. Por ejemplo, ahí se mostró por primera vez la cuenta regresiva hasta cero que Lang usó para aumentar la tensión del lanzamiento. Hasta la fecha, los cohetes estadounidenses la usan en sus despegues.

A pesar de que conocían el trabajo de Tsiolkovsky, Oberth y sus seguidores en la asociación alemana de cohetes antes de la Segunda Guerra Mundial, la Verein für Raumschiffahrt (Sociedad para Viaje Espacial), estaban más interesados en la obra de Goddard, en particular sus patentes. Luego del estreno de la película de Lang, los miembros restantes de la asociación obtuvieron de UFA los materiales que Oberth había dejado en su taller y los usaron como base para un nuevo cohete al que llamaron Minimum Rakete o Mirak. Entre los miembros del grupo se encontraba un joven ingeniero muy talentoso, Wernher von Braun, cuya vocación por los viajes espaciales llegó después de leer la obra de ciencia ficción de Kurd Lasswitz, un escritor del siglo XIX.

Al incorporar la compuerta propulsora de Oberth y usar una versión modificada de su motor cónico, los Miraks volaron más de cien veces entre 1931 y 1932, por lo general bajo la supervisión de Von Braun. En agosto de 1932, una demostración del Mirak ayudó a convencer al ejército alemán de que los cohetes podrían ser armas útiles. Cuando, cinco meses después, Adolf Hitler se convirtió en el canciller de Alemania, la asociación de cohetes aficionados fue obligada a interrumpir todos sus experimentos. Se prohibieron las proyecciones de La mujer en la Luna y todas las copias fueron incautadas. La película simplemente revelaba demasiado.

Con la idea de esconderse de la mirada pública, Von Braun se inscribió en un programa secreto de cohetes militares, donde desarrolló el Mirak para crear una serie de lanzacohetes denominados “Aggregat”. El Aggregat-4, también conocido como el V-2, se convirtió en el primer misil balístico del mundo. También se convirtió en el primer objeto fabricado que llegó al espacio exterior: en junio de 1944, un V-2 lanzado en una prueba alcanzó una altura de casi 175 kilómetros antes de volver a caer a la Tierra. (Por decreto internacional, “el espacio exterior” empieza a partir de los 100 kilómetros de altura sobre el nivel del mar).

El V-2, claro, tenía otro propósito y asesinó a más de 4000 civiles en Londres, Amberes y otras ciudades dominadas por los Aliados. Aproximadamente 20.000 judíos murieron por golpizas, en la horca o por enfermedad en el campo de concentración de Mittelbau-Dora, donde bajo tierra se fabricó el V-2 en sórdidas líneas de producción. La historia de la ingeniería espacial ofrece un ejemplo claro de la máxima del filósofo judío alemán Walter Benjamin: “No hay documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie”. Tras la caída del Tercer Reich en 1945, Von Braun desechó su uniforme de las SS, se entregó a los estadounidenses y fue trasladado a Estados Unidos en compañía de la mayoría de sus colegas ingenieros, sin tener que responder muchas preguntas, en la Operación Sujetapapeles (también conocida como Operación Paperclip).

A partir de entonces, se dedicó a desarrollar para el ejército estadounidense el misil Redstone. Basado en el V-2, fue el primer misil estadounidense en transportar ojivas nucleares activas, las cuales fueron detonadas en una serie de pruebas en el Pacífico en 1958. Una versión amplificada del Redstone lanzó el primer satélite estadounidense, el Explorer I, y después transportó al primer astronauta estadounidense, Alan Shepard, en mayo de 1961, en un vuelo suborbital breve, apenas tres semanas después de que Yuri Gagarin dio la vuelta a la Tierra.

Con el estímulo de la carrera espacial, el cohete lunar de cinco etapas Saturno V de Von Braun no tardó en llegar y, en julio de 1969, llevó a un grupo de astronautas a un mundo distinto por primera vez. El poderoso Saturno V sigue siendo el único cohete que ha transportado humanos más allá de la órbita terrestre, con lo que cumplió los objetivos de Tsiolkovsky, Oberth y Goddard. En cuanto al cohete de combustible líquido de 1,8 metros de largo de Oberth, que se desarrolló en 1929 con el presupuesto de La mujer en la Luna de Fritz Lang, sirvió como una especie de prototipo miniatura del Saturno V de 110,6 metros de altura. Este es un vínculo directo de la primera película de gran presupuesto que plasmó un viaje a la Luna con el alunizaje real, cuatro décadas más tarde.

Michael Benson es artista y escritor. Su libro más reciente es Space Odyssey: Stanley Kubrick, Arthur C. Clarke and the Making of a Masterpiece.

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