La cita anual del Planeta

La del Premio Planeta es una de las pocas citas materialmente brillantes que le van quedando en España al depauperado mundo de la edición. En esta ocasión se avecina de la mano de la sentencia del procés. Los asistentes a la cena del galardón el próximo martes 15 de octubre en el Museo Nacional de Arte de Cataluña observarán desde la atalaya de Montjuic una Barcelona presumiblemente agitada por la reacción del independentismo ante el fallo del Supremo.

Como buen acto de poder, el Planeta no escapa a la política. La habitual foto de los galardonados con las autoridades al abrigo vistoso y conciliador de la coartada literaria recogía sin estridencias el estado de cosas de Cataluña con Madrid. Un espacio de consenso enrarecido desde 2017, cuando el desafío secesionista obligó a Planeta, como a tantas empresas, a ponerse a salvo de los riesgos del putsch independentista trasladando su sede social a Madrid en vísperas de Santa Teresa, la fecha señalada en 1952 por el fundador de Planeta, José Manuel Lara, en honor a su esposa, María Teresa Bosch, para la entrega anual del galardón.

Pero la vida sigue, y de nuevo Planeta, más que nunca en su 70º aniversario, pone en marcha la poderosa maquinaria del primer grupo editorial en español para concitar la atención general, incluso de los más escépticos, en torno a un premio que condensa toda la mala fama de los premios literarios. Ya se conocen los diez títulos y autores, con o sin seudónimo, seleccionados entre 564 originales presentados, que protagonizarán la entretenida votación que amenizará la cena del martes, aunque es más que probable que en las oficinas del grupo en Diagonal 662 se estén ultimando los detalles de los libros ganadores.

La parafernalia del Planeta siempre ha sido objeto de comentarios pretendidamente maliciosos que en realidad son pura ingenuidad. Lara lo dejó dicho en pocas palabras hace ahora 30 años, durante la rueda de prensa posterior al fallo que coronó a Soledad Puértolas por su novela Queda la noche. A preguntas de un periodista escamado por la súbita aparición de la ganadora antes de conocerse el resultado de la votación, el fundador de la casa contestó:

-Creo que usted todavía cree que los niños vienen de París.

Aunque pocos se tomen la molestia de enterarse, todo está escrito; incluso la intrahistoria de aquella edición de 1989. Rafael Borràs lo cuenta en el tercer volumen de sus impagables Memorias de un editor. Como director literario de Planeta entre 1973 y 1994, suya era la responsabilidad del premio, como suyo fue el compromiso de conciliar calidad literaria y comercialidad que caracterizó su etapa, prestigiando el premio, enriqueciendo su palmarés y de paso el catálogo de la editorial.

Para el Planeta de aquel año Lara quería a Álvaro Pombo, de quien se había quedado prendado tras escucharle en una conferencia en la Universidad de Verano de Santander. Pero Pombo, que había presentado infructuosamente en 1981 El héroe de las mansardas de Mansard -libro que en 1983 inaugurará la icónica colección de Narrativas Hispánicas de Anagrama como Premio Herralde de Novela-, pedía a la editorial un imposible compromiso escrito que garantizara su triunfo. Borràs activó entonces la hipótesis Puértolas, en la que venía trabajando desde comienzos de año, pero ella rechazó amablemente el ofrecimiento por fidelidad a su editor, precisamente Herralde. De vuelta a Pombo, Borràs logró convencerle, pero insospechadamente su libro, El metro de platino iridiado, chocó con el criterio de algunos miembros del jurado del Planeta, uno de los cuales elaboró un demoledor informe de lectura; aquella "novela irritante", porque "quiere ser una Gran Novela sofisticada y minoritaria, y está simplemente muy mal escrita", terminaría siendo editada en Anagrama -de nuevo Herralde-, un año después. Y fue finalmente Puértolas, tras ardua labor de persuasión de Borràs ante la autora y su agente, Raquel de la Concha, quien se presentó al Planeta y ganó. Llena de dudas hasta el último minuto, la escritora no asistió a la cena del premio y aguardó en una cafetería próxima a que los empleados de protocolo de la editorial fueran a buscarla cuando la cosa ya estaba decidida. Despertando, cabe imaginar, las suspicacias de aquel periodista no identificado que extrajo de Lara una frase para la historia.

¿Qué dicen esta y otras tantas historias del Planeta, tantas como ediciones, y con la inminente van 68, del proceso del premio? Puértolas y Pombo pertenecen a esa categoría de autores que la editorial invita personal y expresamente a presentarse. Una incitación a escritores de probado valor literario y comercial que aseguran el premio. "Pensar que una empresa medianamente seria", escribe de nuevo Borràs, "se expondrá a la catástrofe que supone que ninguna de las obras presentadas tenga un alto valor literario y comercial a un tiempo, es no saber de qué va el negocio". Un editor responsable no puede esperar que el azar sustituya la previsión y que un premio comercial quede desierto.

Los muchos buenos escritores que figuran en el palmarés del Planeta, o al menos sus agentes, sí saben de qué va el negocio. Con más o menos dudas, ni Pombo ni Puértolas renunciaron a la invitación y los millones -en 1989 eran 20, de pesetas; en 2006, cuando por fin lo ganó Pombo, ya eran los 601.000 euros de ahora-. Tampoco lo hizo Juan Marsé, ganador en 1978 con La muchacha de las bragas de oro, y que casi 40 años después decidió apearse del jurado porque "el negocio editorial primaba sobre la literatura". A veces, una agente habilidosa conseguía incluso doblar el importe del premio a título de anticipo, como hizo Carmen Balcells para Cela en 1994.

Muchas cosas han cambiado en estos años. El sector editorial ha afrontado una triple crisis -crisis de formato y crisis de consumo motivada por las nuevas formas de ocio y conocimiento, agravadas ambas por la crisis económica general- que ha reducido sus números y la presencia social y mediática del libro. Ignorando que una empresa cultural que devalúa su contenido está apostando por la autodestrucción, grandes sellos descuidan la labor de confección de catálogos sólidos y coherentes y fían su futuro a la transformación de fenómenos virales en artefactos encuadernados, mientras pequeñas editoriales maniobran en el caladero abandonado de la literatura de calidad.

¿Y el Planeta? El Planeta sigue igual. Afanándose en ofrecer la mejor novela posible a la mayoría de españoles que no lee.

Borja Martínez es director de la revista Leer.

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