La cita de Valencia

Por Jorge Peñacoba, teólogo y doctor en Derecho Canónico (EL CORREO DIGITAL, 09/07/06):

Durante estos días se ha celebrado en Valencia el Encuentro Mundial de las Familias, un evento organizado por la Iglesia católica, del que en esta quinta edición es anfitrión nuestro país. Una cita periódica que podría afianzarse y hasta popularizarse en la Iglesia, como ya ocurrió con la Jornada Mundial de la Juventud: un espacio festivo, de reflexión e impulso, de afirmación y visibilización de una realidad humana que aparece un tanto postergada en la vida social y política, incluso en su 'imagen' pública, y que sufre también el embate de una deriva cultural individualista y hedonista. La familia, su realidad originaria y su imagen, deberían ser protegidas como un bien necesario, tanto al menos como lo es el medio ambiente o el patrimonio cultural; es, como afirmó precisamente Benedicto XVI al asumir la convocatoria hecha por su predecesor, 'patrimonio de la Humanidad'. No es sólo parte del bien común en muchos sentidos, ni siquiera sólo uno de los grandes hitos de la humanización de la especie homo (como podría ser también, por ejemplo, la aparición de lo simbólico); es que además cada ser humano se humaniza en la familia, y esa humanización es lo que le permite integrarse socialmente. La familia concreta, ésta o aquélla, puede hacerlo mejor o peor, o incluso fallar por algún motivo... pero la familia en sí es insustituible. El daño que su desaparición supondría a la Humanidad y a las personas singulares sería inimaginable. Nunca ocurrirá eso del todo, por supuesto, pues la capacidad regenerativa que tienen los 'principios radicales de la sociabilidad humana' (y la familiaridad es uno de ellos) es casi infinita, pero ya sólo su crisis puede representar un gran problema, y producirá -está ya produciendo- 'desastres humanitarios', un enorme y extenso estado de sufrimiento en multitudes de 'damnificados' a causa de la deseducación, el aislamiento y la soledad producidas por la crisis familiar. La fortaleza y salud moral de la institución familiar debería estar por encima de toda duda y de la distinción política entre izquierdas y derechas.

Pienso que lo primero que protegería y fortalecería la institución familiar es el sencillo reconocimiento de su estructura original. La teorización sobre los 'modelos familiares' ha dado lugar, a mi juicio, a un error conceptual. La idea de 'modelos de familia' puede ser útil académicamente dentro de un margen: hay indudables matices -sobre todos desde la perspectiva de la sociología o la economía- entre la familia en la civilización romana, la época victoriana o los años sesenta. Pero la realidad originariamente familiar es un prodigio de equilibrios entre lo natural, lo racional y hasta lo espiritual, algo tan complejo y perfecto, tan aparente y magníficamente sencillo como una flor: un hombre y una mujer comprometidos definitivamente, abiertos a la vida naciente, y, eventualmente, con sus vínculos afectivos natos hacia sus progenitores y hermanos. Lo demás son modalidades o situaciones que pueden indudablemente darse, pero que incluso entonces intentan como imitar el original, hacen referencia de una manera u otra a esta realidad originaria, hacerlo 'según el modelo' familiar. Por eso, llamar y dar igual reconocimiento de 'modelos familiares' a esas situaciones como si fueran simples alternativas tan válidas como la originaria, es no saber distinguir precisamente entre el 'modelo' y lo que de algún modo, más o menos lejano, se le parece o lo recuerda o lo intenta recordar; se trata de un cliché cómodo pero ambiguo, y aceptarlo socialmente es el primer paso hacia la desprotección de la genuina dimensión familiar humana. La familia no se inventa; está inventada ya. La genialidad creativa se construye sobre ese fundamento.

La cita en Valencia ha tenido y tiene, a mi juicio, el interés de la aportación personal del Papa a esta problemática, sobre la cual el anterior pontífice habló y escribió largamente. Un momento importante y fructífero para la Iglesia, festivo, pacífico, de reflexión y de oración, de comunión y afirmación, abierto a miembros de otras confesiones o a personas sin ninguna pero que comparten en alguna medida la perspectiva cristiana. Ello incluso en esta ocasión, en el que el tema de la convocatoria es: 'la transmisión de la fe en la familia', pues también se podría traducir por la transmisión de la profundidad del vivir, del entender, del amar: la transmisión vertical o generacional de la cultura, podríamos decir, pues si es cierto que la fe no se reduce a cultura, también lo es que una parte importante de la cultura es la fe, y que una fe que no se hace cultura no está viva.

Han sido días de inmensa alegría para millones de conciudadanos, sobre todo porque el encuentro ha culminado con la presencia del Papa entre nosotros. Lamentablemente no ha faltado una especie de absurda contraprogramación por parte de grupos radicales; grupos que suelen apoyar (y presionar) al Gobierno. El interés del presidente Zapatero por saludar a Benedicto XVI y hacerse ver junto a él, parece lógico y es de agradecer, porque es presidente para todos los ciudadanos, también para los ciudadanos católicos, hacia los que ha actuado en ocasiones con poco tacto. En sus políticas o sus declaraciones no ha sido siempre afortunado con la Iglesia, y por tanto en buena medida con los católicos, que son ciudadanos como los demás. Creo que se agradecería que, de igual modo que ha desaparecido el confesionalismo en la estructura institucional, también se abandonaran las viejas actitudes laicistas, de suspicacia y desdén hacia la presencia natural de lo cristiano en la sociedad; eso es impropio de quien no sólo debe respetar esa presencia, sino valorala y alentarla, porque los católicos son sus conciudadanos. Casi todos.