La ciudad cósmica hispana

Los libertadores de América siempre pensaron en una América independiente de España, pero a la vez unida entre sí. Desde íntimos antiespañoles como Bolívar a figuras más tibias como Miranda y San Martín, tuvieron claro que la supervivencia política y cultural de la América española pasaba por la unión. Si una América española independiente que hubiera respetado la división en cuatro virreinatos (los primeros de Nueva España y Perú y los dieciochescos de Nueva Granada y el Río de la Plata), habría sido débil, eran perfectamente conscientes de que una América dividida en pequeñas repúblicas iba a ser aún menos soberana que una América dependiente de la Monarquía española. Cuando al final de su vida Bolívar se lamenta de haber arado en el mar, sin duda pensaba en esta fragmentación, la cual debilita la independencia desde el primer momento. A la queja por la falta de unidad política, se le puede añadir otra: países con pasados y culturas comunes se relacionan entre sí de modo tibio e intermitente.

Los intentos por crear asociaciones interamericanas han sido constantes desde finales del siglo XIX. Existe una enorme cantidad de siglas asociadas a estos deseos: OEA, Unasur, ALBA, Mercosur, la Alianza del Pacífico, la misma Comunidad Iberoamericana de Naciones. Aunque es razonable lamentarse por la incapacidad de la Unión Europea para compartir un criterio sobre cuestiones importantes –la guerra de Irak, la crisis migratoria o la de deuda–, las asociaciones políticas americanas han sido menos eficaces en la conformación de un sentido común político continental. La crisis de Venezuela muestra cómo estas uniones alcanzan éxitos solo en el plano de los discursos. Sin embargo, esta separación hispana que ya dura dos siglos no ha creado identidades culturales impermeables. A la fragmentación política no le ha seguido una equivalente desarmonía cultural. Si esta identidad es profunda, los lugares en los que estas nacionalidades han entrado en contacto son relativamente escasos. Paradójicamente, a lo largo de estas dos décadas del siglo XXI, se ha creado un imprevisto y privilegiado espacio para el diálogo y la convivencia entre estas nacionalidades.

Muchos intelectuales imaginaron este posible escenario común para las naciones iberoamericanas. Uno de los primeros y más importantes es el pensador y político mexicano José Vasconcelos (18821959), quien en La raza cósmica de 1925 se concentra en los aspectos positivos de esta unidad. A pesar de que la raza es un término maldito en nuestra lengua política, en este ensayo el término posee un significado completamente opuesto al habitual. La raza se identifica con el mestizaje de los españoles con los indios y los negros. Incluso si a veces parece suscribir una leyenda rosa, Vasconcelos considera este mestizaje el hecho fundamental de la historia de América y de la humanidad. A diferencia de los ingleses, los españoles se mezclan con los indígenas y crean una nueva cultura. Aunque este mestizaje se debe a la falta de previsión, su postura es incontrovertible: una tercera cultura, una tercera raza, caracterizada por la mezcla y no por la pureza, nace en la América española.

A comienzos del siglo XXI, se ha creado un escenario real para el diálogo y la convivencia de las naciones iberoamericanas, si bien algo diferente al imaginado en La raza cósmica. Durante dos siglos, las fronteras políticas han impedido que los miembros de esta comunidad se relacionaran de modo habitual y constante. Igual que la raza compartida fue consecuencia del azar, también este nuevo escenario de relación se ha creado sin planificación. ¿Qué es la ciudad cósmica? Es la convivencia de las diferentes nacionalidades hispanoamericanas que se produce en muchas de las ciudades españolas. Esta ciudad cósmica posee lazos más íntimos en urbes medianas, como Bilbao o Valencia, que en las metrópolis de nuestro país. Si en Barcelona o Madrid, como ya sucedía en Nueva York, puede constituirse una ciudad dominicana o ecuatoriana, impermeable a otras nacionalidades, en las poblaciones intermedias todas las nacionalidades iberoamericanas están destinadas a comunicarse. El reducido tamaño de las colonias extranjeras obliga a este hibridismo que, paradójicamente, la gran capital puede impedir.

El sueño vasconceliano de la reunión de todas las nacionalidades hispanas es un enorme logro histórico. Sin embargo, el principal origen de estas cosmópolis no es festivo: su primera causa ha sido una emigración desesperada. Por otra parte, la integración no ha sido tan completa como la augurada por Vasconcelos. Consideraba que la característica distintiva de España en la historia universal era su capacidad para mezclarse. Para Vasconcelos, como para nosotros, lo universal no es simplemente lo racional, sino aquel compuesto que recoge todas las diferencias. En esta ciudad cósmica, la española es sin duda la nación menos representada de las iberoamericanas. Sin duda la colonia latinoamericana está mejor integrada en las costumbres españolas que la subsahariana o la magrebí. Lamentablemente, los lugares de contacto entre latinoamericanos y españoles son menos de los que el universalismo de la mezcla habría augurado. Aunque los vínculos son importantes, muchos de estos latinoamericanos viven en situaciones profesionales entre inciertas y preocupantes. Es común que una madre sin papeles cuide a señores mayores sabiendo que no podrá visitar a su hija en Nicaragua, pues sabe que si regresa a su patria, no se le permitirá retomar su trabajo. Quienes piensen que esta percepción es exagerada, deberían preguntar a los españoles que tuvimos que emigrar con las crisis de 2008 si la integración de los españoles en Latinoamérica ha sido idéntica, desde un punto de vista puramente profesional, a la de los latinoamericanos en España. Que, sin embargo, la integración es real se comprueba de modo comparativo: no existe equivalente en España a las posturas de Orban o Salvini.

Por otra parte, la integración de nuestras ciudades cósmicas es más popular que elitista, lo cual nada tiene de extraño en la medida en que han sido las respectivas aristocracias latinoamericanas las más escépticas en los procesos de integración continentales. Este esperanzador escenario de integración no la han producido las élites hispánicas, sino un pueblo que ha debido emigrar para dar un poco de oxígeno y dinero a economías desastrosamente gestionadas.

A aquellos a los que la historia cultural y política latinoamericana no les interese especialmente, podrán pensar que esta integración nada tiene de raro, pues vivimos en un tiempo de migraciones masivas, que obliga a las diferentes nacionalidades a convivir. Pero esta percepción le vuelve dar la razón a Vasconcelos. En 1925, el año de La raza cósmica, cuando al racismo exclusivista era una doctrina científicamente aceptable y socialmente reivindicada, Vasconcelos se atreve a subrayar que el mestizaje, distintivo de la extensión española por el mundo, debe ser reivindicado. De este modo no solo daba una razón de existencia a la maltrecha identidad política y cultural de este continente, sino que predecía el camino que hoy transitamos, incluso si a veces no faltan nostalgias de tiempos más puros.

Miguel Saralegui, Ikerbasque Felow en la Universidad del País Vasco.

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