La ciudad que no pudo ser

Montserrat Guardiet acaba de publicar el libro El Teatre Líric de l'Eixample (Pòrtic) que complementa una tesis sobre los desaparecidos Camps Elisis, el parque de ocio y cultura más representativo de la vida burguesa de Barcelona en el siglo XIX. Contiene toda la información sobre la historia del teatro, fundado y mantenido por el banquero Evarist Arnús y sus descendientes desde 1881 hasta 1900, y ubicado en el último solar superviviente de ese parque, ya anulado entonces, a trozos, por la voracidad de las nuevas construcciones del Eixample.

La parte más densa del libro es la recensión del desaparecido edificio del Teatre Líric, obra del arquitecto J. Oriol Mestres, y de la historia de la gran labor cultural llevada bajo la dirección intelectual y el mecenazgo de los Arnús, una labor amplísima que abarcaba conciertos, óperas y teatro, con presencias internacionales tan excelentes como Camille Saint-Saëns, Jules Massenet, Sarah Bernhardt, Ermette Novelli, Vincent d'Indy, Richard Strauss, Maria Barrientos, Pablo Sarasate, Julián Gayarre, y nuevos valores locales como Carles Vidiella, Enric Granados, Isaac Albéniz, Pau Casals, Joaquim Malats, Adrià Gual, Joan Manen y entidades como el Orfeó Català, la Societat Catalana de Concerts, la Societat Filharmònica, etcétera.

El análisis de todo este panorama denota la calidad de los grupos más cultos y más progresistas de la burguesía de la época, que supieron alternar el Liceu y el Líric en la vanguardia de la actualidad. Pero también señala el principio de su decadencia cuando en 1900 se vio incapaz de salvar el teatro. Se conjugaron muchos factores: el peso económico del mantenimiento y las expectativas de las plusvalías en el sector más caro del Eixample, el trazado de la calle de Pau Claris, que se co- mía una parte de la fachada del teatro, las dificultades burocráticas --y económicas-- del Ayuntamiento cuando Lluís Arnús propuso convertirlo en servicio público, la sucesiva desgana de otra generación de burgueses menos interesados por la cultura e, incluso, por el prestigio social de la propia clase.

El derribo del Teatre Líric fue el acontecimiento póstumo de la desaparición progresiva de los Camps Elisis, un espacio estratégico en el corazón de la Dreta de l'Eixample, cuyo mantenimiento le habría dado un carácter muy distinto del que tiene ahora, no solo como espectáculo urbano, sino como generador de nueva sociabilidad. Este parque ocupaba más de seis hectáreas, aproximadamente el terreno comprendido entre el paseo de Gràcia y la calle de Llúria --en realidad, la prolongación del Torrent de l'Olla--, y la calle de Aragón hasta más arriba de la de Provença. Desde el año 1853 había sido el lugar de recreo más importante de Barcelona (jardines, lagos, atracciones, música, teatro), hasta que desapareció a mediados de la década de 1870, víctima de la fuerte actividad edificadora de aquellos años, que solo salvó el solar en el que Evarist Arnús tenía que construir su teatro, en la esquina de Mallorca con Pau Claris.

Todo empezó en 1864, cuando los propietarios de los Camps Elisis vendieron el frente que daba al paseo de Gràcia, aislando el parque del eje que lo relacionaba con la ciudad. Fue una gran pérdida que debe achacarse a la falta de previsión y de generosidad de los políticos de la época y la sociedad que les apoyaba, una muy escasa visión de futuro y una ausencia de responsabilidad urbanística, una bajada de tensión colectiva a la hora de proyectar una capitalidad. Sin embargo, también hay que apuntarlo en la lista de errores del Pla d'Eixample, consecuencia, como casi todos los que se le pueden atribuir, de la mentalidad radicalmente transformadora de Cerdà, algo irrespetuosa en la implantación demasiado ingenua de la utopía.

Parece extraño que los Camps Elisis no se aprovecharan en la planificación de la nueva Barcelona como algo existente y muy consolidado. Claro está que Cerdà tampoco tuvo en cuenta el espacio de la Ciutadella que quedaría libre y sería cedido a la ciudad, o el de la plaza de Catalunya, que solo y en contra de la planificación, se estaba conformando como el nuevo centro, pese a no estar previsto. La Ciutadella y la plaza de Catalunya se recuperaron casi por simple presión popular, pero los Camps Elisis --y más tarde el Teatre Líric-- estaban condenados porque las plusvalías del terreno eran demasiado tentadoras, y el entorno del paseo de Gràcia ya había adquirido un altísimo estatus. Ni el pueblo ni la burguesía les prestó el suficiente apoyo. Ni nadie supo adivinar las decisiones adecuadas para el futuro. Hoy, Barcelona tendría una especie de mini parque central que compensaría la endémica periferia de nuestros espacios libres.

No siempre la planificación radical y la racionalidad funcional aciertan el mejor futuro para una ciudad. Seguramente, si el Pla Cerdà hubiera sido más flexible y quizá más aleatorio, los Camps Elisis aún existirían y no habrían sido descuartizados por las calles de València, Mallorca, Provença y Pau Claris y completamente edificados. Pero también era necesario el empuje y la generosidad de lo que ahora se llama sociedad civil y la firme responsabilidad política para apoyarlo. A favor de esta sociedad hay que reconocer, no obstante, que fue una constructora especuladora de alto nivel. Devoró los Camps Elisis pero construyó, por ejemplo, La Pedrera de Gaudí. Ahora, me temo que la sociedad civil no es capaz ni siquiera de compensar las pérdidas urbanas con una buena arquitectura. Y sino, ya veremos qué será de Can Ricart.

Oriol Bohigas, arquitecto.