La clave de la clase media

Probablemente, el concepto histórico de clase media sirva más para entendernos que para designar al grupo social de la zona media. ¿Dónde empieza la clase alta? ¿En qué punto la capacidad económica se convierte en poder real, y en qué medida el poder económico se encuentra en manos de los más ricos y no de los gestores que aspiran a sustituirlos (y a menudo lo consiguen)? En los países avanzados, el concepto de proletariado ya se había visto abolido por los sociólogos a partir de la emergencia de los valores posmateriales, los ascensores sociales y el triunfo del Estado del bienestar. De alguna forma podemos decir que, al menos antes de la crisis, la clase media lo era casi todo. El encaje con la exigua pero poderosa clase alta parecía, grosso modo, estable y satisfactorio.

No hay situación histórica que reproduzca una anterior. Sin embargo, si no es abusar de la comparación diría que el presente se parece más, por la división en clases, a la Roma de cien años antes de nuestra era que a la Europa del XIX descrita por Marx. El Senado y el pueblo, los poderosos y todo el resto de ciudadanos (excluidos los esclavos), en una ciudad triunfante y acomodada. El invento de aquella democracia se fue al traste por la avidez del Senado y el subsiguiente desequilibrio, que el pueblo, con razón, se negó a soportar. De ahí el largo periodo de tensiones y guerras civiles que desembocó en el poder supremo y arbitral de los emperadores, muchos de los cuales se convirtieron en déspotas.

Si algo debemos haber aprendido después de tantos siglos y de haber construido el sistema social más benigno y menos injusto de todos los tiempos es que los equilibrios en el poder son imprescindibles. Hoy en día perviven pocas creencias, pero hay que ser muy bobalicón para estar a favor de la democracia y no creer, como si se tratara de un dogma o artículo de fe, en el equilibrio de poderes. A consecuencia de la caída del muro, que significó el final del miedo senatorial a un orden alternativo, la avidez capitalista se desbocó. En lugar de mantener los equilibrios, consiguió romperlos con la batalla contra la regulación de la economía, de la que salió victoriosa. En el fondo, la crisis es el resultado de este desequilibrio. ¿Cómo podemos salir de esta, si es que hay salida?

La izquierda socialdemócrata está entrampada y desprestigiada porque ha contribuido con santa y alegre inocencia a la situación presente. Clinton y Blair claudicaron. Obama pretende poner acentos sociales a un guion anterior a él que no ha variado, pero no se ve con fuerzas para ir más allá. La derecha que representa el poder senatorial no contribuye en nada a rectificar o recomponer. Por el contrario, se ampara en la falta de alternativa al sistema para instalarse en la acumulación sin límites. Ahora bien, en Europa se ha producido una alianza entre políticos, en general de la derecha social, y tecnócratas que constituye, junto con los países emergentes, el principal foco de resistencia y a la vez la alternativa a la avidez senatorial.

Antes de descalificar las anteriores afirmaciones, que pueden estar equivocadas, como el artículo de arriba abajo, convendría hacer una divisoria entre los países donde la clase media crece o se mantiene y los que contemplan cómo segmentos cada vez más significativos pasan a engrosar las filas de los expulsados. En Estados Unidos, en Gran Bretaña, en España (con la excepción del País Vasco), por no hablar de Grecia, la clase media adelgaza, la pobreza crece de manera significativa, aumentan las diferencias entre arriba y abajo, y el miedo a perder aún más atenaza a la ya debilitada capacidad de respuesta. En cambio, en Alemania, y también en Francia, la clase media se ha mantenido. También, o mejor aún, en otros países europeos más pequeños pero menos significativos para la evolución del sistema. Lo mejor que podemos hacer es procurar parecernos a ellos. No nos acercaremos sin producir más, mucho más. Estoy bastante seguro de que esta es la voluntad más compartida por los catalanes, el grueso de sus élites y la opinión expresada, pero es dudoso, muy dudoso, que el conjunto de España comparta la misma aspiración.

La dificultad principal, en este sentido y suponiendo que el poder de Madrid se aviniera a un giro productivo en la orientación de la economía española, se encuentra en las cifras astronómicas de la deuda. Para devolverla, no tenemos más remedio que adelgazar y hacer sufrir a la clase media, es decir, cumplir una parte alícuota del programa senatorial mundial, bajo pena de expulsión del sistema financiero. Hay que hacerlo con el máximo de equidad. Pero sobre todo, sobre todo, es imprescindible señalar el camino, elaborar planes para seguir el modelo germánico, conjurarse para convencer a la clase media de que no hay otra salida, reforzar la alianza entre el escaso poder local y la mesocracia catalana. O nos proponemos defender la clase media con la adopción del modelo germánico, para el que estamos más preparados que cualquier otro en nuestro entorno, o entramos sin remedio en decadencia.

Por Xavier Bru de Sala, escritor.

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