La clave es crecer

Hace unas semanas asistimos -nosotros, los ciudadanos-, como meros espectadores, a una batalla en la Unión Europea, a propósito del rescate de Grecia y la solución de los problemas de la deuda soberana de ese país, y de otros, incluido el nuestro. ¿Podemos descansar ya tranquilos, nos preguntamos? No, lo sabemos bien. Como dice la famosa ley de Murphy, si algo puede ir mal, irá mal (por cierto, no sé si me perseguirá la SGAE por copiar a Murphy sin haber abonado los derechos de autor).

No se preocupe el lector: no pretendo aburrirle con la deuda soberana, las primas de riesgo, las agencias de calificación y todo eso. Entiendo que hay que hablar de todo eso, pero a nosotros, los ciudadanos de a pie, nos preocupan otras cosas, incluso cuando hablamos de la crisis económica. Por eso me gustó leer las palabras de Andreas Utermann (no se preocupe el lector si no lo conoce; yo tampoco había oído hablar de él hasta hace unos días), gerente de un fondo de inversión: «El problema con todo esto [la crisis de la deuda y las soluciones diseñadas por la Unión Europea] es que esta crisis no empezará a solucionarse hasta que la zona euro, y en particular sus países periféricos, hayan conseguido unas tasas de crecimiento satisfactorias».

Y aquí es donde, me parece, los expertos financieros se dan la mano con los ciudadanos de a pie. El problema es volver a crecer, y no con las cifras miserables de este año, sino con tasas suficientemente altas. Porque, si no hay crecimiento suficiente, no habrá creación de empleo, ni incentivos para invertir, innovar e introducir nuevas tecnologías (y ¿para qué queremos una juventud más preparada si no le podemos proporcionar puestos de trabajo?). Ni podremos generar ahorro para devolver nuestras deudas, que son muy altas, quizá las de un lector no, pero sí las de sus parientes, vecinos, amigos, conocidos y desconocidos, familias, empresas, ayuntamientos, comunidades locales, gobierno nacional,… (podemos, por supuesto, ahorrar más sin crecer, pero entonces la espiral negativa de destrucción de demanda, empleo y rentas seguirá creciendo).

Y necesitamos crecer para sostener nuestro Estado del bienestar. ¡Eso no se toca!, me grita el lector. ¡Es nuestro derecho! Felicidades, pero ¿cómo lo vamos a ejercer si no hay recursos? ¿Haciendo pagar a los ricos? Dejémonos de promesas ideológicas: de esta crisis no nos sacarán los ricos, ni la Unión Europea, ni los bancos, ni los llamados mercados,…

Hemos de crecer, necesitamos crecer. A corto plazo, porque, si no, los temores financieros se repetirán un mes y otro. ¿Y a mí qué más me da?, me dice el lector Pues mucho. Porque con mercados que desconfían de nosotros no habrá financiación para nuestro Gobierno (recuerde: nuestras pensiones, nuestras escuelas, nuestros bomberos, médicos y enfermeras,…), ni para nuestros bancos (o sea, para nuestras hipotecas, nuestras tarjetas de crédito y nuestros fondos de pensiones). Pero, sobre todo, necesitamos crecer para solucionar nuestros grandes problemas, empezando por el paro. Y no es solo un argumento económico: una sociedad que condena al 40% de sus jóvenes a no tener un puesto de trabajo no es una sociedad justa. Algo falla ahí.

Hemos de crecer, pero… eso está resultando muy difícil. El consumo está casi estancado, porque las familias son más pobres, están demasiado endeudadas, sus rentas no crecen y la amenaza del paro o del desahucio les pesa mucho. La inversión de las empresas tampoco se anima porque también están endeudadas, hay dificultades para obtener crédito, no hay expectativas de una demanda sostenida y la incertidumbre es alta. Los gobiernos tienen que recortar sus gastos porque no hay financiación: por decirlo así, su tarjeta de crédito ha llegado al límite y los que les prestan el dinero dicen que ya es hora de que empiecen a devolverlo,… Solo nos salvan las exportaciones, pero hemos perdido competitividad y nuestros clientes, sobre todo en Europa, no pasan una buena temporada.

Si falla la demanda, solo nos queda la oferta. Y aquí me gustaría llamar la atención al lector sobre cómo han reaccionado muchas empresas (aunque no todas) ante la crisis: han reducido sus gastos, han gestionado más o menos bien sus morosos, han mejorado su eficiencia y ahora están en condiciones de prepararse para dar el salto adelante. Ese ajuste ha agravado, claro, los problemas de las familias, pero la clave está en que ahora hay muchas empresas que están en condiciones de volver a invertir y a crecer.

Pero si la demanda no crece, ¿pueden crecer las empresas? Sí, si encuentran un ambiente de confianza (¡raro producto hoy, en este país!), un entorno mínimamente seguro para sus aventuras y la esperanza razonable de que algunos de sus intentos saldrán bien. No hay que decir amén a todo lo que propongan, pero sí ayudarles en la creación de ese entorno que facilite que volvamos a crecer. Porque de esta crisis nos sacarán ellos. El Estado, al que algunos presentaban como salvador del capitalismo hace unos pocos años, ya ha mostrado que no puede hacerlo.

Antonio Argandoña, profesor del IESE. Universidad de Navarra.

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