La clave, los Hermanos Musulmanes (y 3)

Al cabo de un mes después de que los militares egipcios derrocaran la presidencia islamista de Mohamed Morsi, los Hermanos Musulmanes, movimiento del que procede Morsi, siguen movilizando a sus seguidores en las calles y exigen la reposición de Morsi en su cargo. Lejos de ceder, la organización islamista ha prometido oponerse a lo que ha calificado de “golpe fascista” y ha rechazado todo tipo de diálogo con el gobierno de transición que no devuelva al poder al expresidente Morsi elegido por el pueblo. Para los militares, la exigencia de Hermanos Musulmanes es de cumplimiento imposible y ambos campos, con sus respectivos seguidores, topan con un punto muerto que únicamente puede despejarse mediante un acuerdo político o una confrontación total.

Se corre el peligro auténtico de una mayor polarización y escalada de tensión, que se ven venir tras la detención de Morsi y la demonización del movimiento islamista por parte de los medios de comunicación egipcios y un sector de la oposición laica. Las autoridades provisionales adoptan fuertes medidas contra el movimiento y acusan a sus líderes principales de incitar a la violencia al tiempo que han detenido a ocho figuras islamistas de relieve, inclusive a la más influyente, Jairat el Shater, y al ex presidente del parlamento. Los fiscales cursaron una orden de detención contra el supremo guía de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Badie, y contra otros cuatro. Las organizaciones defensores de los derechos humanos han criticado la prohibición impuesta al canal de televisión de los Hermanos Musulmanes y a otros solidarios con el movimiento, además de las muertes de decenas de manifestantes en las últimas semanas.

Desde el punto de vista político, los Hermanos Musulmanes no pueden permitirse el lujo de rendirse porque esto equivaldría a reconocer su derrota y, probablemente, provocaría brechas en el seno de su base social. En consecuencia, seguirán resistiendo de forma pacífica, sacarán músculo y presionarán a los gobernantes provisionales del país. El objetivo es obligar a la autoridad apoyada en los militares a lidiar con los Hermanos Musulmanes y a dejar de perseguirles. El vicepresidente del partido Justicia y Libertad, Esam el Erian, dijo: “El objetivo de nuestras manifestaciones y sentadas pacíficas en Egipto es obligar a los conspiradores a dar marcha atrás”.

Si atendemos a la historia como guía, los líderes islamistas antepondrán a corto y a medio plazo la unidad y la solidaridad de la organización. Los Hermanos Musulmanes ya han empezado a movilizar a miles de seguidores, tarea facilitada por una profunda convicción de que los islamistas defienden la legitimidad constitucional contra militares golpistas. Los Hermanos Musulmanes, uno de los movimientos más potentes de la región en el plano social y político, pueden apoyarse en sus bases, que representan entre el 20% y el 30% del electorado, para seguir siendo una fuerza con la que hay que contar tanto en las urnas como en las calles. A ojos de los líderes de los Hermanos Musulmanes, admitir la derrota perjudicaría a la base y la fracturaría. Las ventajas de la resistencia superan cualquier posible desventaja; la organización islamista, de 85 años de existencia, está mejor preparada para resistir la represión ejercida por los militares de la era posterior a Mubarak que para hacer frente a las disensiones y rupturas internas.

Merece la pena recordar que los islamistas de la corriente islamista mayoritaria, variedad Hermanos Musulmanes, han sobrevivido a décadas de persecución, encarcelamiento y exilio por parte de regímenes autoritarios de liderazgo militar. Y lo más probable es que puedan capear el último golpe que ha barrido a Morsi.

Es muy poco probable que los Hermanos Musulmanes se alcen en armas contra los militares como hicieron sus homólogos argelinos a principios de los años noventa. El movimiento islamista más influyente en el mundo árabe renunció al empleo de la fuerza y de la violencia a finales de los años sesenta y finales de los setenta. Una de las lecciones aprendidas por los Hermanos Musulmanes a partir de su experiencia en la clandestinidad en los años cuarenta a finales de los sesenta es que la violencia es contraproducente y pone en peligro la propia supervivencia del movimiento. En especial, la vieja guardia, inclusive Badie, que guarda una viva memoria de los años de la clandestinidad, no caerá en la trampa de enfrentarse militarmente al Estado; no correría ese riesgo. El verdadero peligro potencial es que algunos elementos se unan a los grupos extremistas en el desierto del Sinaí y en otros lugares para vengarse contra las fuerzas de seguridad egipcias. Si el punto muerto en el plano político se prolonga, los Hermanos Musulmanes podrían no ser capaces de controlar a un sector de sus seguidores o no estar dispuestos a ello, una vía segura para derivar en choques armados con el aparato de las fuerzas de seguridad.

Cuanto más prolonguen sus protestas y actos de resistencia los Hermanos Musulmanes, más probable resulta que los militares intensifiquen sus medidas enérgicas contra ellos. A estas alturas, es impensable que los militares repongan a Morsi en su cargo como exigen sus seguidores. Nada más lejos de sus intenciones. En su primer discurso como presidente interino, Adli Mansur, ex presidente del Tribunal Supremo, advirtió contra la tentación de echar gasolina al fuego y prometió combatir a quienes –según afirmó– quieren desestabilizar el Estado. Su advertencia transmitía un mensaje de los militares a los Hermanos Musulmanes.

En una intervención televisada, Mansur dijo: “Atravesamos una etapa crítica y algunos quieren que vayamos hacia el caos, siendo así que nosotros queremos avanzar hacia la estabilidad. Algunos prefieren el camino sangriento mientras que nosotros libraremos una batalla por la seguridad hasta el fin”.

El gobierno interino se dedica a la tarea de formar nuevo gabinete y hoja de ruta para redactar una Constitución y convocar elecciones presidenciales y parlamentarias. Las autoridades provisionales han adquirido, de hecho, legitimidad y reconocimiento tanto en el extranjero como en casa. Los islamistas se enfrentan a una influyente alianza compuesta de un importante sector de la población egipcia junto con los militares, las fuerzas de seguridad y elementos atrincherados del antiguo régimen. El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, telefoneó al nuevo ministro egipcio de Asuntos Exteriores, Nabil Fahmi, y expresó su esperanza de que triunfe el periodo transitorio de gobierno, según declaró el mismo Fahmi. Ni la Administración Obama ni la Unión Europea han llamado la atención a los militares por derrocar a Morsi. Los países del Golfo, en particular Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait ya han prometido 12.000 millones de dólares en concepto de ayuda material y financiera, un balón de oxígeno para que el gobierno provisional enderece su economía.

Está en juego una carrera contra el tiempo entre una escalada y un diálogo político y ni los seguidores de los militares ni los de Morsi son proclives a una componenda. Mientras los militares se sientan envalentonados y sigan al frente de la situación, los Hermanos Musulmanes estarán contra las cuerdas.

Prescindiendo ahora del resultado de la coyuntura, esta lucha titánica y al parecer insoluble socava la frágil experiencia democrática de Egipto porque acecha el peligro real de que, una vez más, los islamistas sean reprimidos y excluidos del panorama político del país.

Esta situación no promete nada bueno para la transición democrática de Egipto, porque no habrá institucionalización de la democracia sin los Hermanos Musulmanes, el más importante y antiguo movimiento islamista mayoritario de Oriente Medio.

Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics.

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