La coalición de los vulnerables

El primer lustro del siglo XXI ha transcurrido con inusitada violencia y, de continuar las tendencias prevalecientes, podría ser aún más dramático en el corto y mediano plazos. El siglo XX como antecedente fue brutal: la suma de la primera y la segunda guerras mundiales, la guerra fría y las múltiples guerras civiles internas, masacres masivas, experiencias autoritarias y conflictos regionales provocaron, según algunos cálculos, más de 150 millones de víctimas.

El contexto de proliferación nuclear que lo enmarca es aterrador. Sin contar con Irán y Corea del Norte, que procuran tener armas nucleares, el club de las naciones que ya las poseen (Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Francia, China, India, Pakistán e Israel) tiene un total combinado de unas 20.000 ojivas nucleares. Su potencial destructivo acumulado equivale a un millón de bombas atómicas como la lanzada en Hiroshima que produjo, sólo el primer día, aproximadamente 85.000 muertos.

El auge del terrorismo fundamentalista de base religiosa, el despliegue bélico de las potencias occidentales en Medio Oriente y Asia Central, la persistencia de prolongados conflictos étnicos y confrontaciones armadas, la degradación persistente de las guerras civiles en Asia, África y América Latina, el desplome del Estado en distintos ámbitos geográficos, las secuelas desestabilizadoras globales de la estrategia de primacía puesta en práctica por Estados Unidos, la incertidumbre regional y mundial derivada de la irrupción de potencias emergentes (nuevas y viejas), la acelerada destrucción del medio ambiente en todos los puntos cardinales, el peligroso debilitamiento del multilateralismo y el incremento explosivo de la desigualdad en el centro y en la periferia del sistema internacional constituyen una combinación letal que sin reparar en el tipo de régimen político, la ubicación espacial o las habituales retóricas políticas de los gobiernos puede incrementar el recurso a la fuerza.

En el plano político-sociológico, y en términos histórico-comparativos, es evidente que asistimos a la degradación del humanismo en el mundo. El retorno de un antisemitismo menos disimulado y más agresivo, la creciente provocación contra el islamismo, la tolerancia de prácticas negacionistas de genocidios pasados (como el armenio) y presentes (como el de Darfur), la paulatina legitimación de la xenofobia en especial en las naciones más desarrolladas, la persistente violencia contra las mujeres en los países desarrollados y subdesarrollados por igual, el abandono de estrategias a favor del desarrollo de los pueblos y su reemplazo por intervenciones escasamente humanitarias y el gradual eclipse de la libertad en aras de una presunta mayor seguridad muestran la dimensión de lo que acontece.

En el ámbito latinoamericano, el panorama es grave. El total de homicidios anuales con armas ligeras en Latinoamérica triplica la media mundial, mientras la violencia se ha convertido en la causa fundamental de muerte entre los jóvenes de la región. La violencia política en Colombia no cesa. La del narcotráfico en México alcanzó niveles alarmantes en el último sexenio. La violencia derivada de las acciones de las maras - pandillas juveniles- y de la respuesta estatal asuela a Centroamérica. Los problemas desbordados de violencia ligados al crimen organizado en Río de Janeiro y São Paulo han convertido a Brasil en un país cada vez más inseguro y vulnerable. El aumento significativo de la criminalidad en ciudades como Caracas en los años recientes, junto al espectro de una mayor violencia producto de la notable división social y política, coloca a Venezuela en un escenario peligroso.

La tensión sociopolítica en Bolivia atravesada por tentaciones separatistas puede culminar en una situación crítica de insospechados efectos para los bolivianos y para todos los países vecinos. Los recientes hechos de violencia en Argentina - ligados a temas distintos como la cuestión de los derechos humanos, las pugnas internas del justicialismo y la delincuencia desorganizada- constituyen un elemento adicional de preocupación.

Por otro lado, la región, comparativamente la más pacífica del mundo por la ausencia de guerras internacionales y graves conflictos bilaterales, está viviendo una exacerbación de roces políticos que está conduciendo a la rutinización de una diplomacia de la escaramuza en las relaciones entre distintas capitales del área: entre Caracas y Bogotá (por problemas fronterizos de diversa índole), entre Caracas y Ciudad de México y entre Caracas y Lima (ambos por motivos diplomáticos y personales), entre Brasilia y La Paz (en razón de los asuntos energéticos), entre Santiago y La Paz (por el reclamo boliviano de una salida al mar), entre Buenos Aires y Montevideo (por la instalación de papeleras), entre otros varios ejemplos. Esa forma de diplomacia se caracteriza por la reiterada aparición de malentendidos insignificantes,incidentes circunstanciales,entredichos nimios y discordias manejables que aunque parecen intrascendentes, pueden conducir a disputas efectivas.

Mientras tanto, los países del área se arman con intensidad. Entre el 2005 y el 2006 Rusia cerró acuerdos de provisión de armamento (helicópteros, aviones, rifles, etcétera) a Venezuela por valor de 3.000 millones de dólares. España y Francia, conjuntamente, le vendieron submarinos, Holanda fragatas, Alemania tanques y Estados Unidos aviones y misiles a Chile. Sudáfrica le vendió misiles, Francia aviones, Estados Unidos helicópteros y torpedos y Arabia Saudí aviones a Brasil. Entre el 2000 y el 2005 Washington desembolsó aproximadamente 3.972 millones de dólares (para el 2006 se estima que la ayuda llegará a 770 millones de dólares y para el 2007 se han solicitado 763,5 millones de dólares), destinó 800 militares y 600 contratistas privados de seguridad y convirtió a Colombia en el quinto receptor mundial (después de Iraq, Afganistán, Israel y Egipto) de asistencia. Todo lo anterior está dando la sensación de que Sudamérica está en medio de una silenciosa pero reveladora concatenación de diversas carreras armamentistas.

En suma, el escenario global y el regional exigen una urgente sensibilización y un mayor activismo contra la guerra y la violencia. Frente a la recurrente convocatoria, desde Iraq hasta Haití, para configurar una coalición de voluntarios (coalition of the willing) para combatir el terrorismo e imponer cambios de regímenes, es hora de conformar una coalición de vulnerables entre todos aquellos que han sido, son y potencialmente serán víctimas directas del uso abusivo de la fuerza, de la manipulación del derecho internacional humanitario y de las turbias prácticas de la realpolitik.

Ello implica, a mi entender ir más allá de la diplomacia estatal: muchas veces nuestros precarios estados no pueden, y otras tantas no quieren, elevar el tono de crítica o la introducción de alternativas diferentes a la lógica del poderoso. Por ello es el momento de estimular la diplomacia ciudadana. Entiendo ésta como el hecho de que grupos no gubernamentales, no armados usurpen benignamente un rol tradicional del Estado, asuman una labor de interlocución legítima con distintas contrapartes en el exterior y desplieguen alianzas novedosas con la sociedad civil internacional.

La paz, la resolución negociada de conflictos, el diálogo entre civilizaciones, la preservación ambiental, la profundización de la democracia y la defensa de los derechos humanos son, sin duda, los ejes principales de esa imperiosa diplomacia ciudadana.

Juan Gabriel Tokatlian, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés, Argentina.