La coalición inaudita

Nunca se ha formado en Europa, en toda su historia, una coalición de Gobierno como la que se plantea entre el PSOE y Podemos. Eso no significa que no pueda o deba llevarse a cabo, habrá opiniones, solo que no hay que hacer aspavientos porque sea difícil. Es muy difícil. Cuando un partido del extremo izquierdo del Parlamento ha entrado en alguna coalición lo ha hecho siempre con al menos un partido de centro o de derecha; casi siempre en alianzas de tres o más partidos en las que los socialdemócratas eran el punto medio, no el flanco derecho, y nunca en minoría. Algo así como aquella impensable alternativa —según nos dijeron— del PSOE, Podemos y Ciudadanos en 2015.

Me refiero a partidos de inspiración socialista, ecosocialista o populistas de izquierda —incluyendo a los descendientes de los comunistas— que, salvo algún caso particular, están afiliados a Izquierda Unida Europea, Izquierda Verde Roja o Ahora el Pueblo, que forman un único grupo parlamentario en Estrasburgo. No deben contarse aquí a los partidos puramente verdes como los de Alemania, Bélgica o Suecia, no más extremistas que los socialdemócratas en cuestiones económicas, a veces menos, y que forman un grupo distinto.

Lo enunciado es casi una ley. Ni ganando han formado los más radicales Gobiernos de sola izquierda. Estos han liderado el Ejecutivo tras una victoria electoral en Chipre en 2008 y en Grecia en 2015, e incluso allí se formaron coaliciones con partidos de derecha. En Islandia, donde han sido frecuentes los tripartitos (izquierda-socialdemócratas-centro), hoy en día tienen una primera ministra de la extrema izquierda, gobernando en coalición de pinza con las derechas. En el resto de los casos, estos partidos han sido minorías dentro de Gobiernos amplios, cuando no han estado en la oposición, que es lo más común.

La segunda regla es que son poco frecuentes. Desde la caída del muro de Berlín, en nueve de los 17 países europeos que no han tenido un régimen comunista este tipo de Gobiernos son desconocidos, incluyendo países con fuertes Estados del bienestar, como Alemania, Bélgica, Holanda y Suecia. En conjunto, han estado presentes menos del 10% del tiempo de gobierno de Europa Occidental.

Las coaliciones más duraderas tras de la Guerra Fría han tenido lugar en Noruega y en Finlandia. En Noruega, durante ocho años ejercieron cinco de los 19 ministerios en una alianza con socialdemócratas y centristas, hasta que las elecciones de 2013 se los devolvieron a la derecha. En Finlandia han ocupado dos ministerios (hoy son los de educación y sanidad) durante 11 años no continuados, en coaliciones plurales en las que se puede encontrar incluso al centro-derecha. De forma más ocasional la izquierda de la izquierda también ha tomado parte en algunos Gobiernos de Dinamarca, Francia e Italia.

A veces los electores lo han impedido —cuando los socialdemócratas suecos plantearon una alianza tripartita con la izquierda en 2010 perdieron las elecciones— y otras veces los partidos han preferido apoyar a un Gobierno en minoría desde fuera, evitando el coste electoral de asumir la gestión de políticas moderadas, como sucede hoy en Portugal y como ha sido común en muchos países del norte. También hay casos de rechazo expreso. Cuando en 2005 el Gobierno alemán de coalición entre socialdemócratas y verdes perdió la mayoría absoluta: la izquierda podría haber gobernado otros cuatro años incorporando al partido La Izquierda, liderado por Oskar Lafontaine, pero aquello fue imposible. Este impuso unas líneas rojas que sabía que los socialdemócratas no podían aceptar (lo sabía de sobra, pues había sido presidente del partido y ministro de finanzas en ese mismo Gobierno) y estos, posiblemente aliviados, pactaron una gran coalición con Merkel. En tres de las cuatro elecciones que ha ganado Merkel “los números daban” para un Gobierno de izquierdas, como se dice aquí, pero nunca se ha producido.

Algo de esto es lo que le podría haber respondido la ministra portavoz a una periodista alemana que fingió asombro en una rueda de prensa reciente ante la dificultad hispana para formar una coalición. La actual dificultad de formar Gobierno nada tiene que ver, en mi opinión, con una supuesta incultura de pactos. Somos muy pesados con eso. No son razones culturales las que harían impensable en Alemania que el partido liberal, u otro cualquiera, le negara el saludo al partido más votado en las elecciones y le mandara a pactar con la izquierda —y, a poder ser, con los independentistas— a ver si se estrella cuanto antes. Como no son razones culturales las que predisponen al líder de Podemos a entrar en el Gobierno y al de La Izquierda alemana a huir de esos trabajos. Intentar explicar las distintas responsabilidades y, no digamos, irresponsabilidades, llevaría un tratadito. Pero que no vengan con que es fácil ni obvio que gobierne una coalición minoritaria de izquierdas, porque es una aventura nunca vista.

Alberto Penadés es profesor de Sociología en la Universidad de Salamanca.

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