Bioy Casares reunió en De jardines abiertos (creo que ahí) un buen puñado de frases ajenas, pifias y anécdotas, a menudo hilarantes. Recuerdo esta. Dos actores acuden al entierro de un colega en un cementerio a las afueras de Londres. Día de perros, fosco y frío. La lluvia percute en los paraguas negros. Al pie de la fosa donde se va a proceder, uno de ellos observa a su compañero. Este es un hombre de aspecto deplorable, catarriento y caduco. «Oye, ¿y tú qué años tienes ya?». «Noventa». «¿Y te compensa volver?».
Me la recordó el semblante de algunos de los ministros (y ministras, también) que acudieron a lo del Reina Sofía con lo de Franco.

A unos pocos metros de donde tuvo lugar el primero de los cien aquelarres de «España en libertad» puede verse una exposición dedicada al esperpento. Y pensé también: ¿les compensará volver a la vida real, a ellos y al titerero que los lleva de un lado para otro en su baúl como maese Pedro? Estaban todos, no había fallado ni uno. Se hubiera asegurado que se celebraba allí un Consejo de Ministros. Sobre esa exposición he escrito algo que se publicará la semana que viene en La Lectura. Queden aplazados hasta entonces los más y los menos (¿es el esperpento cosa española o circula parecida en otras partes?; ¿significa «esperpento» lo mismo que «España negra»?), pero no el recordar algunas de las piezas reunidas. Además de cuadros (solo El ciego de los romances. El cartel del crimen, de Gutiérrez-Solana, justifica un viaje de cinco horas) se exponen títeres, dominguillos, muñecos del pim-pam-pum, máscaras (y qué partido habría sacado el gran Macario, que fabricó algunas de estas para la película Domingo de carnaval, de Edgar Neville, tan picassianas, a las caras de Albares, de los dos Óscar o de Yolanda Díaz para completar el elenco). Ni Valle-Inclán se habría atrevido a diseñar ese acto tal como lo fue, zangolotina incluida gangueando Libertad sin ira y demás fenómenos de feria.
¿Queda algo nuevo por decir de ese plan de celebrar el cincuentenario de la muerte de Franco? Poco o nada. No obstante, lo defendió el propio presidente. Fingió reventar de satisfacción, y dijo: «Nosotros mismos y mismas». Tal cual. No aclaró, sin embargo, por qué ha adelantado tres años la celebración de la libertad en España (recordando a Maduro, que adelantó dos meses las Navidades; caprichos tiene el poder) ni por qué, si tanto le preocupa la dictadura de Franco, «un cadáver nada más», no ha roto con la de Maduro, un socialista nada menos y precisamente hoy, día de la usurpación, más bufo y criminal que nunca.
En fin, otra hilera de ladrillos en el muro que el presidente del Gobierno quiere levantar entre españoles y más humo en la cortina con que tratan de hurtarnos de la vista los casos de corrupción que lo tienen acogotado y bruxista. «Hasta incluso», que diría él, los medios afines han pasado de puntillas en sus crónicas, y el evento ha quedado como una pavesa condenada a deshacerse en el aire antes de emprender el vuelo. Los cien actos se les harán insoportablemente numerosos y les van a dejar sin sangre para regar su ereutofobia, quiero decir que no les va a quedar ni la vergüenza ajena al verse a sí mismos haciendo el ridículo.
Ese mismo día, 8 de enero, 87 ciudadanos convocados por la plataforma Libres e iguales firmaban el manifiesto que titularon Contra Franco. La Constitución es la única celebración posible. No pocos de ellos combatieron a ese «dictador decrépito y sanguinario» en organizaciones antifranquistas, algunos pasaron incluso por sus cárceles. No sé cuántos miembros (y miembras) de este Gobierno ni de los jóvenes historiadores que van a dirigir la cosa esa podrían decir nada parecido. Ni siquiera tienen claro cómo van a hinchar el perro (con la cánula del presupuesto, naturalmente). La página oficial de la Moncloa anuncia que se diseñarán «juegos y aplicaciones», y su directora aseguró que «la programación servirá para conocer, disfrutar y dialogar». ¿Disfrutar con la dictadura, la guerra y las víctimas? ¿Jugar a qué? ¿En qué manos estamos?
Luces de bohemia, el sainete que fijó el esperpento como género literario, lo protagoniza la bohemia madrileña, que Emilio Carrere definió como «la cofradía de la pirueta», malcomidos y a dos velas. Estos tienen ya su «cofradía de la piruleta», el presidente del Gobierno les ha dado ese momio para endulzar sus hieles (no son tan mediocres como para no saberlo).
Terminó el acto de presentación y el titerero los metió en su cajón y se los llevó a otra parte. Menos a su ministra predilecta, María Jesús Montero. A esta la mandó a Sevilla ese mismo día a predicar la mala nueva guerracivilista de aquel acto, tan vieja: «¡No pasarán! ¡No pasarán!». Cómo gritaba, qué corea la suya, qué ímpetus. Y al verla presa de aquel desorden nervioso, quité el sonido. Pensé: «En la exposición del esperpento no hay tarascas tan deslucidas; lo siento por ella, ganar la guerra en su estado le va a resultar difícil. Igual no le compensaba haberse ido tan lejos».
Decía Marguerite Duras que a un político se le descubre la mentira con solo verle hablar en televisión sin el sonido puesto, por la mímica facial. Cuando pasados los años se revisen estos nuestros de ahora, sordos ya el ruido y la furia, sin duda verán lo que muchos no quieren admitir todavía, porque los están oyendo. Si les quitan el sonido, los verán tal como son.
Andrés Trapiello, escritor.