La coherencia cultural de Berlusconi

Si hay una palabra que define las reacciones suscitadas fuera de Italia por la actitud de la opinión pública italiana hacia Silvio Berlusconi es la perplejidad. No se entiende que un primer ministro con dos procesos judiciales abiertos, envuelto en escándalos sexuales asociados a la prostitución e incluso a las drogas y con un país en plena recesión goce del respaldo de al menos la mitad de la ciudadanía.

La lógica dicta pensar que la culpa de ello la tiene el control que ejerce sobre la televisión pública y privada, así como su capacidad para obstaculizar la separación de poderes. Sin embargo, aunque ciertos, estos factores no serían tanto la causa como el resultado de otros factores antropológicos, así como de la relación entre el modelo mediático y la cultura política de Italia.

A finales de los años sesenta, el antropólogo holandés Geert Hofstede demostró a través de 100.000 entrevistas realizadas a empleados de IBM en 70 países del mundo que el comportamiento de los individuos en el puesto de trabajo se debía, en su mayor parte, a factores relacionados con la cultura. Con posterioridad, a partir de la extrapolación de los resultados de esta investigación, desarrolló cinco dimensiones culturales que constituyen una explicación técnica de por qué unas culturas difieren de otras. Éstas distinguen entre culturas individualistas o colectivistas, culturas que toleran mejor o peor la ambigüedad o los imprevistos, culturas más masculinas o más femeninas, culturas en las que la distancia frente al poderoso está más o menos marcada y culturas en las que sus individuos son más o menos pacientes a la hora de lograr sus metas. Hoy día, aunque relativamente poco conocidos en España, los textos de Hofstede son estudiados por numerosos ejecutivos que desean familiarizarse con las prácticas de negocio en otros países.

Ciertamente, en el caso de Italia, dos de estas dimensiones culturales cobran relevancia a la hora de explicar el comportamiento de una parte significativa de los italianos hacia Berlusconi. La primera de ellas se refiere a la masculinidad de la sociedad italiana. Masculinidad entendida, no tanto como igualdad entre sexos, sino como por la prevalencia de determinados valores que se entienden como masculinos sobre los femeninos. Valores considerados masculinos serían la seguridad en uno mismo, la confianza, cierta dureza en las actitudes, el éxito o la victoria, por citar algunos de ellos. Sabemos algo de ello los aficionados al fútbol que hemos visto cómo lo más importante para la afición italiana es ganar, casi de cualquier manera. Según el ranking de Hofstede, Italia sería el cuarto país más masculino del mundo a muchadistancia de España que ocuparía la posición número 38.

Puede decirse que la conducta de Berlusconi encarna hasta cierto punto a la sociedad italiana, ya que si por algo se caracteriza su carrera ha sido por ganar a toda costa y conducirse por el mundo con la confianza que exudan los ganadores, un aspecto clave para ser apreciado en una sociedad de apariencias como la italiana.

La segunda dimensión cultural que explica la actitud de los italianos hacia Berlusconi es su actitud hacia el poder (power distance). Este concepto habla fundamentalmente hasta qué punto los italianos estarían de acuerdo en que las diferencias de rango, clase o status deben otorgar privilegios. Italia es uno de los países de Europa donde estas diferencias son más apreciadas, pero no está sola, ya que otros países como Francia o España la superan en este apartado.

Esta actitud deferente hacia el poder de los italianos explicaría la existencia de la recientemente finiquitada ley de inmunidad del primer ministro, inconcebible en los países anglosajones o del norte de Europa, así como otros numerosos privilegios de que disfruta la clase política en Italia.

Por citar dos ejemplos, el país transalpino tiene el mayor número de coches oficiales del mundo en términos absolutos. Asimismo, en Italia no es infrecuente que los políticos continúen y tengan éxito en sus carreras, caso de Berlusconi, aunque hayan estado envueltos en escándalos de corrupción.

No debe, por tanto, chocarnos tanto que la confusión entre lo público y lo privado, característica del régimen berlusconiano, no le pase factura como haría en otras sociedades.

En un libro recientemente publicado en España titulado Sistemas mediáticos comparados (2008), Daniel Hallin y Paolo Mancini establecen una relación entre el modelo mediático de cada país y su cultura política. Italia pertenecería a lo que dan en llamar el modelo pluralístico y polarizado mediterráneo. Este modelo, del que España forma parte, se caracterizaría por lo acusadas que son las diferencias entre los distintos partidos políticos. Según estos autores, en los países del sur de Europa los medios actuarían más como expresión ideológica y como entes de movilización política que en otros países occidentales. Al contrario de lo que sucede en los países anglosajones, en los países del sur de Europa en general los medios no desempeñarían con el mismo nivel de rigor su papel de perros guardianes de la gestión gubernamental, lo que explicaría la escasa tradición de periodismo de investigación en estos países. Esta polarización ideológica provocaría la indiferencia de los políticos hacia lo que dicen los medios no ideológicamente afines.

La ausencia de respuestas de Berlusconi a las acusaciones de la Repubblica, L'Unità o EL PAÍS no sería sino un ejemplo de ello. Il Cavaliere es perfectamente consciente de que en los periódicos de izquierdas no tiene de donde rascar electoralmente y de que la prensa es relativamente un asunto de minorías frente a la televisión.

Por último, otro factor clave que contribuye a explicar el berlusconismo sería la ausencia de una actitud ciudadana de exigencia de responsabilidades al poder. Es sintomático que tanto en italiano como en español no existe un equivalente léxico preciso a la palabra inglesa accountability. En Italia o en España no sería tanto el ciudadano o el contribuyente (taxpayer) el que exige cuentas al poder como los partidos políticos. Por ello no resulta extraño que Berlusconi, con una izquierda debilitada, no haya sentido la necesidad de dirigirse a la ciudadanía por televisión, como hizo Clinton durante el escándalo Lewinsky y para defenderse le haya bastado con atacar a los periodistas y negar las acusaciones.

Si a todo ello le sumamos el control que Berlusconi ejerce sobre la televisión gubernamental y privada, la situación se antoja dramática. Sin embargo, y aunque es evidente que Berlusconi no es Italia, no debería pensarse que el berlusconismo tiene como única variable la personalidad del magnate mediático, sino toda una serie de raíces culturales que hacen posible que puedan producirse situaciones parecidas en el futuro.

En lo que respecta a los españoles, quizás la moraleja sería que deberíamos ser un poco más prudentes a la hora de criticar a unos vecinos cuya cultura política y mediática recuerda tanto a la nuestra.

César García Muñoz, profesor de Comunicación en Central Washington University.