La coherencia del presunto inocente

La Sección Cuarta de la Audiencia Provincial, al estimar el recurso de la defensa de Jamal Zougam, obliga a la titular del Juzgado número 39 de Madrid a llamar a declarar a su socio Mohamed Bakkali. Es decir, abre la puerta a determinar si Jamal Zougam vendió o no las tarjetas que usaron los terroristas en los móviles para activar las bombas que causaron la masacre del 11-M.

La sentencia dictada por la Audiencia Nacional (31 de octubre de 2007) daba por hecho que Zougam «suministró» la tarjeta que se encontró en la mochila de Vallecas. Ésa era una de las pruebas aportadas por la Fiscalía para sostener que Zougam fue uno de los autores materiales de la masacre.

Siempre he pensado que el hecho de que las tarjetas fueran vendidas en el local de Zougam era más una prueba de su inocencia que de su culpabilidad. De hecho, éste permaneció en la tienda como si tal cosa el día en que se publicó la aparición de la mochila de Vallecas y los medios contaron con todo detalle la relevancia de dicha tarjeta.

Probablemente, la sociedad española ha pasado ya página del horrible atentado. El marroquí Jamal Zougam es el único condenado como autor material y, en marzo de 2014, cuando se cumplan 10 años de la matanza, él estará a punto de cumplir 10 años en prisión, en régimen de aislamiento.

Después de muchos años de investigación, no tengo prácticamente ninguna duda de que sus autores (al menos, parte de ellos) fueron los llamados suicidas de Leganés. Es decir, que el atentado (con colaboración o no) fue obra de un grupo yihadista. Sin embargo, en paralelo, tengo casi la misma seguridad de que Zougam no tuvo nada que ver con ese atentado.

Si admitimos que la sentencia, ratificada por el Tribunal Supremo, establece la verdad judicial sobre los hechos, también hay que admitir que la aparición de hechos nuevos puede, en nuestro sistema penal, hacer variar algunos aspectos sustanciales de la misma. Eso es lo que está ocurriendo ahora. Si respetamos la sentencia, con la misma lógica, deberíamos admitir que esos hechos nuevos podrían llevar a establecer la inocencia de Jamal Zougam.

Durante su estancia en prisión (en la práctica, su condena es de cadena perpetua), Zougam ha estado sometido a un estrecho control por parte de Instituciones Penitenciarias. Todas sus comunicaciones (en locutorio, telefónicas o postales) han sido supervisadas por la Policía.

Pues bien, durante casi 10 años, Zougam ha mantenido en todas sus conversaciones con abogados, familiares y amigos su versión sobre los hechos. Es decir, que no tuvo nada que ver ni con el atentado ni con los terroristas que lo cometieron.

Citaré algunos ejemplos: en una charla en el locutorio con su madre y sus hermanos, mantenida el 19 marzo de 2006, Zougam afirma: «Nos han detenido para demostrar [los policías] que han hecho su trabajo...». Posteriormente, en otra conversación telefónica con su madre, fechada el 18 de mayo de 2007, dice, cuando ésta le comenta que un funcionario le ha dicho que no es musulmán: «Claro que soy musulmán. Se refiere a que no soy de aquella gente. Son tonterías. Lo he hecho [se refiere a una huelga de hambre] porque soy inocente. Llevo tres años en la cárcel por la cara. No he hecho nada. Estuve trabajando cuando me detuvieron. Cuando los abogados les preguntan por qué me han detenido, no saben qué contestar».

El 8 de mayo de 2009, en una encuentro mantenido en la cárcel con Hamid Hamdi (representante de OMAP, Organización Marroquí de Ayuda a Presos), Zougam manifiesta: «Quien trajo a los auténticos terroristas fue Kamal Ahbar [un islamista que testificó en el juicio]. Los marroquíes que vivían en Santa Coloma, esos se sabía que eran los que hicieron el 11-M...».

Después, en una carta dirigida el 24 de agosto de 2010 a Umar Abdullah (un marroquí que vive en Londres y se dedica a ayudar a los presos), Zougam se queja de no haber tenido «ayuda por parte de asociaciones o individuos, excepto los familiares», e insiste en que a él se le ha utilizado «como un barato chivo expiatorio de la forma más vil, cobarde e inhumana para mantener las mentiras del 11-M».

En una carta al también preso por el 11-M Rafa Zouhier, enviada el 1 de enero de 2013, Zougam reitera: «El 13 de marzo de 2004 irrumpieron en la tienda y nos echaron en la cárcel con mi hermano y dos socios míos en la venta, con la acusación de utilizar las tarjetas en las operaciones del 11-M en Madrid y después que mis socios hayan admitido que son ellos los que vendieron las tarjetas a personas desconocidas en aquel momento, y después de pasar tres meses en la cárcel se les liberó y me quedé yo prisionero hasta ahora por culpa de lo que dijeron las falsas testigos rumanas».

En estos casi 10 años de encarcelamiento en condiciones durísimas (que le han llevado a hacer cinco huelgas de hambre), Zougam nunca ha admitido su participación directa o indirecta en los atentados del 11-M.

Hasta cierto punto, habría sido lógico que un terrorista –en caso de que lo fuera– condenado a cadena perpetua hubiera reconocido al menos a sus amigos o correligionarios su participación en los hechos, o incluso, ante éstos, haber presumido de ello.

Pero la Policía no ha podido constatar ningún contacto con ningún grupo o individuo ligado a grupos yihadistas durante estos casi 10 años.

¿Es lógica esta coherencia en el mantenimiento de su inocencia? Expertos como Fernando Reinares sostienen que «no hay un comportamiento tipo en los presos yihadistas». Por su parte, Rocío Gómez Hermoso (psicólogo forense de los juzgados de Vigilancia Penitenciaria de Madrid) señala que la coherencia «depende de la estructura psicológica de la persona; es un dato que hay que tener en cuenta, pero que no nos debe llevar a conclusiones».

No podemos deducir que Zougam sea inocente por el hecho de que haya mantenido su versión. Sin embargo, lo que sí se puede afirmar es que, durante 10 años, la Policía no ha encontrado ningún indicio que corrobore la culpabilidad del preso.

Casimiro García-Abadillo

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