La coherencia ética de Chaves Nogales

En los años ochenta y primeros noventa del siglo pasado, Manuel Chaves Nogales, el periodista de raza que hoy apreciamos por la calidad de su escritura y por sus lúcidas reflexiones sobre la España de su tiempo, era todavía una figura casi desconocida. Al igual que otros valores literarios que aún permanecen ocultos a la estimación pública, al gran periodista sevillano apenas si lo conocían entonces muy contadas personas. Sólo circulaba su nombre en ciertos ambientes universitarios y en algún reducto del periodismo nacional, en el que destacaba casi en solitario la voz de Josefina Carabias, que había trabajado a sus órdenes en la prensa madrileña anterior a la Guerra Civil y lo admiraba como a un auténtico maestro.

Cierto es que los lectores de habla hispana podían leer su magistral biografía de Juan Belmonte, publicada por vez primera en 1935 y difundida después en una edición de Alianza Editorial de 1970 con varias reimpresiones. Pero el conocimiento de este libro, todo un ejemplo de agudeza y brillantez de estilo, no traspasaba los límites de la afición taurina más letrada, que no podía sospechar que más allá de aquel texto tan atractivo hubiera toda una obra periodística y narrativa de altos vuelos, y por ello la fama de Chaves tardaría todavía años en consolidarse dentro de nuestro mundo literario.

Hoy es con toda justicia un escritor admirado y celebrado por todos, exponente de una visión de la vida española de los años treinta significada por su compromiso moral y la lucidez de sus análisis. Fue la sostenida labor de la profesora Maribel Cintas, con su tesis doctoral leída en 1998 en la Universidad de Sevilla y más tarde con varias ediciones de sus textos y una excelente biografía del autor, la que hizo posible el acceso a la obra de Chaves con todas las garantías críticas. A ella debemos la difusión y puesta al día de su valioso legado como escritor y su indiscutible incorporación al canon literario español del siglo XX.

Periodista de vocación forjado desde niño en los talleres de ‘El Liberal’ sevillano de la mano de su padre, el también periodista Manuel Chaves Rey, Chaves Nogales fue un auténtico innovador en la prensa española de su tiempo. Y tanto en las páginas del ‘Heraldo de Madrid’, un diario de orientación republicana, como en otros órganos de prensa de España y del extranjero dejó constancia de una actividad reporteril de vanguardia que le llevaría a viajar a los lugares más remotos, a utilizar el avión para sus desplazamientos y a entrevistar a los personajes más notorios de la vida política de aquellos momentos dentro y fuera de España.

Dueño de un vigoroso estilo y de una penetración mental nada frecuente, cubrió los avatares de la vida política española tras la proclamación de la Segunda República y los primeros compases de nuestra Guerra Civil. Era, al igual que su padre, un hombre de hondas convicciones liberales y afecto a la masonería. Por ello recibió con ilusión la llegada del régimen republicano, pero a comienzos de 1937, impresionado por los excesos que estaba viendo en los dos bandos de la guerra, optó por el exilio a París, desde donde continuaría escribiendo afanado en conseguir para España una paz que nunca lograría. Amenazado por la Gestapo tras la ocupación de Francia por el Ejército alemán, se trasladaría a Londres, ciudad en la que murió en 1944, con 47 años, y en la que hoy reposan sus restos.

Fue en su exilio francés, desde el distrito parisino de Montrouge en el que vivía con su familia, cuando Manuel Chaves envió a ‘La Nación’ de Buenos Aires, entre los meses de enero y mayo de 1937, uno de los relatos más dramáticos que se han escrito sobre la Guerra Civil española; nueve episodios que revelan el incesante cainismo, «la estupidez y la crueldad» que se habían enseñoreado de su patria. La radicalidad de su título -‘A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España’- da fe de la íntima conmoción de un hombre asqueado de lo que había visto y oído en aquella contienda entre hermanos. Son nueve escenas de repulsiva brutalidad entre españoles, un delirante retablo de horrores mutuos que su pluma difunde con la esperanza de atajar aquella terrible carnicería.

El texto que precede a esos nueve relatos expone muy a las claras, sin equívoco ni disimulo alguno, la posición moral de Chaves ante un conflicto que a su juicio había desbordado todos los límites de la razón. Ese prólogo, que debería ser de obligada lectura en nuestras escuelas y universidades, es una de las piezas más lúcidas que se han escrito sobre la cruel desmesura de los dos contendientes, un verdadero antídoto contra la deriva cainita que arrastró a los españoles al desastre. Y ejemplifica la racionalidad de otros muchos compatriotas igualmente alarmados como él ante aquel sinsentido, aquellos que, abundando en el dictamen machadiano, cabría tal vez adscribir, como se ha dicho, a una hipotética ‘tercera España’ moderada y tolerante pero sin virtualidad alguna en aquel trágico lance.

Por eso, con la franqueza que era consustancial a su persona, Chaves nos dejaría para nuestra reflexión una frase que todavía hoy, a tantos años de distancia, no puede leerse sin un punto de desasosiego: «Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y que no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba». Por eso -añade- «cuento lo que he visto y lo que he vivido», luchando «por permanecer distante, ajeno, imparcial». Una imparcialidad que no hay que entender como equidistancia táctica entre los dos bandos en liza sino como desautorización moral de ambos. Chaves no dudaba de la legitimidad del Gobierno republicano, pero era ya una legitimidad perdida con su temprana huida a Valencia y el abandono en que dejó a aquellos que en la periferia madrileña se batían contra las tropas de Franco: «El poder que el Gobierno legítimo dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales de Madrid lo recogieron los hombres que se quedaron defendiendo heroicamente aquellas trincheras. De ellos, si vencen, o de sus vencedores, si sucumben, es el porvenir de España».

Con esta certera profecía sobre el futuro cargada de escepticismo el gran periodista sevillano prestó a su patria uno de sus últimos servicios. La angustiosa denuncia del cainismo que entonces provocó su salida de España es, leída desde hoy, todo un aviso contra los vientos disgregadores y el radicalismo que en estos momentos agitan la vida política española. Bueno sería que los actuales aventadores de aquellos viejos rescoldos supiesen de la ética insobornable de Chaves Nogales.

Rogelio Reyes es catedrático emérito de Literatura Española.

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