Este año se conmemora el quinto centenario del fallecimiento de Elio Antonio de Nebrija (1444-1522), célebre por su Gramática castellana (1492), primera gramática de una lengua vulgar que se imprime en Europa.
En el prólogo de su obra, dedicada a la reina Isabel la Católica, afirma el autor que, ahondando en la antigüedad, "siempre la lengua fue compañera del imperio (en el sentido latino de capacidad de mando); y de tal manera lo siguió, que junta mente començaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caida de entrambos".
Justifica su afirmación sirviéndose del ejemplo remoto de los egipcios o los asirios y, más recientemente, con el caso de los griegos o el de los romanos. Y llega finalmente donde quería, al momento de la lengua castellana. Un reino pujante y sólido va asociado a la fortaleza de una lengua. Uno y otra crecen a la par.
Aludiendo a la situación política coetánea, Nebrija señala que "los miembros y pedaços de España, que estaven por muchas partes derramados, se reduxeron y aiuntaron en un cuerpo y unidad de Reino".
Con su gramática, el humanista pretende darle estabilidad a la lengua castellana. Esa estabilidad, a su vez, contribuirá a la cohesión del reino.
Lo que nos importa destacar es la idea de que la consolidación de un pueblo, bajo la forma de reino o república, va unida al afianzamiento de su lengua.
La Gramática de Nebrija se publicó el 18 de agosto de 1492, unos meses antes de que Cristóbal Colón llegara con sus naves al Nuevo Mundo. Y aquí empezó la gran aventura del español en América. Pero conviene aclarar cuál es el verdadero motivo de que hablen nuestra lengua tantos millones de personas en Hispanoamérica, lejos de la creencia tan extendida de que la metrópoli impuso el idioma desde el principio de la colonización.
Los derechos de la monarquía castellana sobre los territorios de América fueron refrendados por el papa Alejandro VI con la condición de evangelizar a los indígenas.
Esa tarea evangelizadora de los misioneros cristianos se llevó a cabo utilizando los idiomas amerindios. La Iglesia exigió a los suyos que aprendieran las lenguas indígenas para realizar sus prédicas, hasta el extremo de que un tal Alonso de la Peña, obispo de Quito, manifestó que un religioso que no supiera quechua o aimara cometía pecado mortal.
En esta línea, el monarca Felipe II dejó escrito en referencia a los indios: "No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural, mas se podrían poner maestros para los que voluntariamente quisieren aprender la lengua castellana".
Carlos III intentó rectificar esta política impulsando el uso del castellano, no sólo debido a una concepción más centralista de la Administración Pública, sino también para avanzar a mayor ritmo en la evangelización, dado el problema de comunicación generado por la abultada cantidad de lenguas distintas que hablaban los indios. Pero ya los efectos en cuanto a la expansión del idioma fueron poco relevantes.
Así llegamos al comienzo del siglo XIX. De los catorce millones de almas que habitaban el centro y el sur del continente americano, sólo tres millones hablaban castellano (los descendientes de españoles y los mestizos).
En cambio, en 1900, tras el proceso de independencia de las colonias americanas, los castellanohablantes sumaban setenta millones. El idioma fue utilizado como arma política por los criollos para unificar y cohesionar sus respectivos países. Las nuevas naciones, pues, con sentido práctico, acogieron el español como su lengua.
Así pues, la enseñanza de Nebrija se cumple a lo largo de la historia. La unidad de la lengua favorece la cohesión del Estado. Por el contrario, cuando no se cuida la lengua común, se abren profundas grietas en la nación.
Situándonos en la actualidad de nuestro país, vemos que el separatismo catalán ha acometido un proceso sistemático de eliminación de la lengua española de las aulas, las instituciones y los medios de comunicación públicos, para dejarle el camino expedito al catalán. Nada sorprendente desde la lógica de los que promueven la independencia, la república catalana. Lo grave es que el Gobierno de España deje hacer.
Algunos creen erróneamente que la estrategia de la pasividad evita cualquier conflicto, fieles al proverbio chino que dice: "Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo". El riesgo de esto es que puede pasarle a España lo que le ocurrió al Tenorio en el último acto, que vio pasar su propio entierro, en este caso el entierro del Estado.
Jesús Gilabert es catedrático de Lengua Castellana y Literatura.