La cohesión perdida

Ahora que tenemos una Estrategia de Seguridad Nacional, con un flamante departamento en Presidencia ordenando las diferentes disciplinas, nos damos cuenta de la dificultad que supone hacerlo por la enorme falta de cohesión de los distintos actores de la sociedad española. Las recientes ocasiones electorales -generales, europeas, autonómicas y municipales- han decantado un panorama global difícilmente gobernable, si no es por un complicado damero de pactos en el que prácticamente quedan diluidos los centros de gravedad de los programas de los partidos primigenios. No solo sucede esto, sino que se producen limitaciones en los pactos porque se establecen cordones sanitarios a ciertos extremos de la geometría política del país, como si se pudiera excluir de existencia y representación a millones de ciudadanos votantes.

La extrema izquierda española, comunistas fundamentalmente, tiene planteamientos opuestos a la Transición abierta en 1978, tan opuestos que militan para derribarla; se alían con partidos en su día del complejo de apoyo a ETA, y ahora con los independentistas en su «proceso», accediendo a su pretensión referendaria; además proceden de una opción política, nada democrática, con un pasado tenebroso, el de sus respetados líderes soviéticos, con un servilismo ideológico en la Guerra Fría donde sus prebostes en toda Europa eran ciudadanos de la Unión Soviética, y tenían piso del partido en Moscú. Bien es verdad que gozaban de buen predicamento a corta distancia histórica, pues su legalización en España permitió en gran medida la citada Transición que hoy combaten; quizás un gesto necesario sería abandonar su ostentación de puño en alto, pues algún descendiente de los asesinados por sus ancestros no se sentirá bien al contemplarlos.

Recuerdo, en Francia, en los terribles años ochenta, cuando ETA campaba por sus respetos por territorio galo, cómo la extrema izquierda francesa apoyaba con infraestructura y medios a los terroristas y a su complejo de apoyo, incluso algún político de renombre, de la etapa de Mitterrand, se atrevía a calificar a esos desalmados como «expresión de la violencia política»; quizás un tanto de la resistencia de los socialistas franceses a reconocer en los albores de los ochenta la «calidad política» de los asesinos de la banda terrorista que asolaba España se debiera a la gran influencia que tenía la extrema izquierda en el socialismo francés de la época.

El otro extremo geométrico del espectro político, la extrema derecha, ha irrumpido en España en estas elecciones con poca tradición de partido y con poca historia, dado que surge, a mi juicio, de un incumplimiento de los programas electorales del centro-derecha, también fracturado por su derecha y por su izquierda, por partidos que hacían frente, en Cataluña, al independentismo y que eligieron extender su éxito y escepticismo al conjunto del Estado, así como también procede de las cuencas de las injusticias reiterativas que en este país se han cometido con las víctimas del terrorismo; su credo está cerca de las recetas para «reparar» los desajustes que se han producido durante estos años de alternancia de los dos grandes partidos mayoritarios; por el momento no se aprecia un gran contagio de la extrema derecha que impera en Europa, y mucho menos de la francesa.

Nuestros vecinos del norte, que ahora se empeñan en darnos consejos políticos al respecto, como se los dieron a Fernando VII y Carlos IV, acogiéndoles en Bayona y en el Château de Chambord, en la Loire, respectivamente, tienen un pasado y un reciente con potentes partidos de extrema derecha que se remontan a los movimientos políticos nacientes con la Revolución Francesa, hasta alcanzar una cifra de intención de voto del 24 por ciento para las últimas europeas, lo que le convierte en el primer partido de Francia. Recordemos que la llegada al poder del presidente Emmanuel Macron tuvo que servirse de la segunda vuelta para poder vencer a la extrema derecha, que le disputaba, de cerca, la presidencia de la República.

Es obvio que el proceso subversivo que se vive en Cataluña ha perturbado, y mucho, la cohesión nacional, y que el consenso general sobre la bondad de la aplicación de la Justicia por el Supremo no evita que exista preocupación por la ejecución de las sentencias futuras, ante las llamadas a la moderación de las mismas y los indultos, echándose de menos la actuación del Ejecutivo en otros sectores de su competencia, como la educación, asuntos exteriores, orden público, economía, etcétera; es decir, en todo un plan integral de acción hacia el intento separatista, sobre todo teniendo en cuenta «su voluntad de volverlo a repetir».

Es patente que una reforma electoral, con segunda vuelta para evitar pactos onerosos, reforzaría la cohesión de la política, como lo hizo la V República Francesa sobre la IV, en su momento, y sería una condición imprescindible para la Seguridad Nacional.

Ricardo Martínez Isidoro, General de División (R).

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