“La comedia de los terrores” de los bancos británicos

Los males se encuentran siempre en los pormenores. Y los grandes males de nuestra era económica están ocultos en los detalles de cómo las autoridades perciben el capital –los fondos de capital– de nuestros principales bancos. Autoridades gubernamentales se han identificado muy de cerca con la postura mundial distorsionada y egoísta de los ejecutivos bancarios globales. En consecuencia el riesgo más grande es para todos nosotros.

En este mundo surreal, el Reino Unido tiene una influencia desproporcionada porque Londres sigue siendo el principal centro financiero –y porque los mayores bancos en los Estados Unidos y en Europa han mostrado ser muy efectivos para poner en contra a las instancias de regulación británicas y estadounidenses. Los líderes de opinión en todo el mundo esperan de los británicos un enfoque más brillante y sutil hacia el sector de políticas financieras. Por desgracia, esperan en vano.

Para entender exactamente el problema, tenemos que examinar la información más reciente de la “evaluación de déficits de capital” que llevó a cabo la Autoridad de Regulación Prudencial (PRA, por sus siglas en inglés) con ocho de los principales bancos del Reino Unido. No pretendo decir que el trabajo de la PRA sea fácilmente accesible para los no especialistas, pero cualquiera que dedique un poco de tiempo a los documentos, primero reirá y después llorará.

Con gran alarde (y una cobertura de prensa en general favorable), la PRA anunció que algunos bancos no tienen la capacidad de absorber pérdidas –en relación con objetivos de capital ridículamente bajos. El Comité de Política Financiera del Banco de Inglaterra (FPC, por sus siglas en inglés) señaló que el objetivo debería ser del 7% de los activos ponderados en función del riesgo según las definiciones de las normas de Basilea III. Además, d e acuerdo con la presentación de la PRA esto equivale a un coeficiente de apalancamiento del aproximadamente el 3% en el caso de la mayoría de estos bancos (una vez más, según las definiciones de Basilea III), aunque un par de bancos necesitarán un ajuste adicional para llegar a ese nivel.

En pocas palabras, un banco supuestamente bien capitalizado en el Reino Unido puede tener 97 centavos de deuda por cada dólar de activos (y únicamente tres centavos de capital). Una capacidad tan baja para absorber pérdidas sería insostenible en los Estados Unidos, donde las instancias de regulación establecen un coeficiente de apalancamiento de entre 5% y 6% (el doble de capital sobre una base no ponderada en función del riesgo), y algunos de los funcionarios competentes presionan incluso para llegar al 10% o más.

Hasta ahí las risas. La tragedia de la evaluación de la PRA es que los funcionarios británicos aparentemente creen que están realizando reformas verdaderas en lugar de generar las condiciones para que haya problemas serios. Para ser justos, la PRA tuvo el acierto de incluir las ponderaciones de riesgo y tomar en cuenta pérdidas provocadas por “los costos por las conductas futuras” (es decir, las sanciones por violar la ley serán sustanciales). Asimismo, el trato que dan los bancos a las inversiones en compañías de seguros es sensato en comparación con las alternativas.

Sin embargo, la amenaza de más sufrimiento para los contribuyentes –que aún no se recuperan del costo de rescatar al Royal Bank of Scotland­– es importante. La invitación a los bancos a seguir amañando el sistema de ponderación de riesgo queda claramente expresada: “en conformidad con la recomendación de la FPC, la PRA ha aceptado medidas de reestructuración que, al reducir los activos ponderados en función del riesgo mejorarán de manera creíble la adecuación de capital”. En otras palabras, ahora los bancos pueden cambiar el modo en el que calculan el riesgo –por ejemplo, manipulando sus propios modelos– para que las autoridades reguladoras los vean con mejores ojos.

Las autoridades creen que están construyendo un centro financiero global resistente capaz de tomar grandes riesgos y soportar crisis mayores –ya sea internas o por contagio exterior (es decir, de la eurozona). Sin embargo, HSBC, el mejor capitalizado de todos tiene un coeficiente de apalancamiento de apenas 4.6%, mientras que el de Barclays es inferior al 3%. En un mundo profundamente inestable, estas son defensas muy endebles contra las pérdidas.

El margen de error a nivel macroeconómico, prudencial y de operaciones es igualmente estrecho. Los británicos –y todos nosotros– hemos cometido muchos errores en la última década. Todos los que tienen un empleo en el Reino Unido y todas las instituciones financieras que tienen operaciones significativas en ese país –incluida una enorme proporción de todos los bancos globales– están en riesgo.

El escándalo de la Libor del año pasado echó por tierra la idea de que los británicos habían impuesto cualquier tipo de norma para la conducta bancaria, mientras que el desastre del Royal Bank of Scotland destruyó la percepción de que las autoridades británicas saben cómo manejar un banco en problemas. Ahora, la PRA ha confirmado que las autoridades británicas ni siquiera comprenden a fondo las nociones básicas de la reglamentación del capital –es decir, determinar cuánto capital necesitan las principales instituciones financieras globales complejas para tener seguridad.

Las autoridades británicas –y las de otros lugares– deberían tomarse un día libre para leer el libro de Anat Admati y Martin Hellwig, The Bankers’ New Clothes: What’s Wrong with Banking and What to Do About It (El traje nuevo de los banqueros: lo que está mal en la banca y qué hacer al respecto), una guía para reflexionar sobre por qué necesitamos más capital en nuestro sistema financiero. Después, deberían volver y hacer su trabajo correctamente, introduciendo de manera gradual requisitos de capital mucho más elevados de forma responsable.

Simon Johnson, a former chief economist of the IMF, is a professor at MIT Sloan, a senior fellow at the Peterson Institute for International Economics, and co-founder of a leading economics blog, The Baseline Scenario. He is the co-author, with James Kwak, of White House Burning: The Founding Fathers, Our National Debt, and Why It Matters to You. Traducción de Kena Nequiz.

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