La comida de Navidad que fundó la Generación del 27

La comida de Navidad que fundó la Generación del 27

Lo dije el otro día, a tenor de Miguel Hernández: que en España somos muy cansinos con los homenajes de los hitos culturales. Hoy me pregunto si esta tara idiosincrásica nuestra, que es como un spin-off en torno al casticismo, no será, simplemente, lo típico de cuando se te va la cosa de las manos, pasando del si no te visto no me acuerdo (que es donde habita el olvido), al extremo contrario. Quiere decirse que, en estas tierras de Huelva a Cadaqués, si no se hace un acto, un evento, un banquete, si no se reparte un premio, algo, lo que sea, se van, oscuras de olvido, las golondrinas de las artes y las letras, pero, cuando nos da por ponernos, nos sale un tres por ciento de más (porque aquí somos muy del tres por ciento para todo), y terminamos celebrando con exceso, de docenas a cientos, de cientos a millar, en una jubilosa repetición sin fin.

Ahí está la generación del 27, que se bautizó en Sevilla, supongo que con mucho fino (o manzanilla), a costa del tricentenario de la muerte de Góngora, entre el 16 y el 17 de diciembre de 1927, en una reunión que fue como una fatigosa comida de Navidad. O sea que este año la lotería se aproxima más gorda que nunca, con una efeméride en eco, doblemente redonda, cuando se cumplen los 90 años de la famosérrima jarana sevillana y los 390 de la muerte cordobesa de Góngora.

Organizar aquello tuvo que ser un cirio, y no, precisamente, por los velones semanasanteros. Nos ha pasado a todos, con saña y reincidencia anual, y, para colmo, entonces no había Doodle, que siempre ayuda mucho en estos casos, como un referéndum chapucero: el rollo del sitio, de la hora, del menú, de si caben los carritos de los niños, y en ese plan. Además, seguro que saltó el enterado de turno, que le pone pegas a todo y todo lo politiza, porque, a ver, si Góngora es de Córdoba, a cuento de qué Sevilla, y ¡meretriz Sevilla, meretriz capital! Por supuesto, esto no está documentado así, porque es la intrahistoria esa que se olvida, o la vidilla/cotilleo que queda sepultada por la épica historiográfica.

Lo que sabemos o creemos saber (porque nunca se sabe, y, más, en literatura, ya que en esto todo es subjetivo, y no ciencia, ¡Garcilaso me libre!), lo que se dice, digo, que se sabe es que el guateque de escritores iba a ser en el Ateneo, pero que, al final, fue en la Sociedad Económica de Amigos del País. Lo cual que vaya timo, tío, entramos en el Ateneo, venga carteles y venga fotos, y resulta que no fue aquí, y, encima, ya no nos da tiempo a llegar al otro lado, porque hemos quedado en la Feria, macho, que no se viene a Sevilla solo de peregrinación filofriki.

Luego está lo de quién viene o quién no viene a la comida. Peor: a quién se lo decimos y a quién no, porque igual no pinta nada fulano, o bien mengano se lleva a matar con zutano. La cuestión no es baladí. Juan Chabás estuvo en el acto, sí, pero, luego, Gerardo Diego lo expulsó de su famosa Antología de la poesía española (1915-1931), que pretendía ser la confirmación del 27, tras el bautizo de Sevilla. Lo siento, Juanito, pero es que tú no escribes versos. Y el otro: is qui ti ni iscribis virsis, mimimimimi, con cara de emoji que resopla, por las narices, humo de indignado. La cosa es que sí escribía versos, con lo que a Chabás lo borraron de la foto, como a Santi Vila, en una pirueta de pre-posverdad, y quedaba exiliado en la Bruselas de la otra generación del 27, que es el limbo/etiqueta inventado por la historiografía, a ver si se logra un poco de justicia poética (¡nunca mejor dicho!).

El problema es que la reunión de Sevilla fue un tinglado para lucimiento de solo unos pocos, como una estrategia de autobombo. Por más que se las dieran de iconoclastas y de mearse (literalmente) en las paredes de la Real Academia, a estos muchachos les gustaba darse brillo y esplendor, y esto sale mejor si no son muchos los zapatos que lustrar. Y les salió, por cierto, de improviso: si no, no se explica que se reunieran por Navidad, toda vez que la elegía gongorina ya se había pasado, meses antes, el 23 de mayo, ¡oh, hombre a una nariz pegado!, ¡oh, nariz superlativa!

Bien mirado, no debe sorprender el cariz improvisado de estos chicos, porque lo de Góngora no lo tenían muy claro, y tuvo que chivárselo, a última hora, Gabriel Miró, como secretario de centenarios del Ministerio de Instrucción Pública, o algo así, es decir, uno de esos puestos tan castizos de la España ad hoc/a dedo. Y, en ese mismo año de 1927, por obra y gracia (y, tal vez, enchufe) de ese mismo Ministerio, Dámaso Alonso ganó el Premio Nacional de Literatura por un estudio sobre Góngora. Era, como el capitalismo en España, la generación de los amiguetes, de Aleixandre a Emilio Prados y de Guillén a Salinas. O la generación de la amistad, que queda más bonito. O, más exactamente, la generación de los amigos, en masculino/masculino.

Y es que estos prendas del 27, mucho ser la generación más europea y más culta y más brillante y más moderna, pero dejaron a las mujeres arrambladas en una Residencia de Señoritas, mientras que ellos se reservaron la Residencia de Estudiantes, que ya por el mismo nombre se ve lo que eran unas y lo que eran otros. Así que, en la foto inmortal de Sevilla, no pusieron a ninguna mujer, y mira que las había, Rosa Chacel, Carmen Conde, Ernestina de Champourcín, y hasta las había novias de algunos de ellos, como María Teresa León, que lo era de Alberti. Para la posteridad, por tanto, la generación del 27 ha quedado una cosa como muy de machos…, incluso a pesar de Lorca, ¡vaya tela!

Total, que esto es un cachondeo. En torno al diciembre gongorino de 1927, acechan las medias verdades, los datos ocultos y hasta se prefiguran las posverdades, incluyendo el borrado de personas en las fotos, como Marty McFly en Regreso al futuro. Todo puede ser que un día venga, de los archivos del pasado, uno de esos catedráticos doctos, en su DeLorean que vuela, y nos chafe la comida de Navidad, como el enterado de turno, diciendo que todo, en Sevilla, fue pájaro.

Pero que no panda el cúnico. A pesar de las deficiencias en la transmisión de la Historia, siempre nos quedará París, que es el bar de copas después del almuerzo, con su Torre Eiffel kitsch en mitad de la barra, para decorar. En efecto, los hombres y mujeres del 27 ofrecieron lo mejor de la cultura en España antes de la Guerra Civil, e incluso después, como Dámaso Alonso, con Hijos de la ira. Y, entre la maraña de historiadores hombres/mayores que han impuesto su baile en la sobremesa, con gintónic de Larios, cada vez se habla más del tequila que se ha ocultado tantas veces, desde el movimiento feminista de Las Sinsombrero, hasta la literatura homoerótica de Lorca y Luis Cernuda. Un grito de reivindicación, con Concha Méndez: “¡Todo, menos venir para acabarse / como se acaba, al fin, nuestra existencia!”. Y un amor oscuro, abiertamente sexualizado, de “un hombre que pudiera decir lo que ama” (Cernuda): “La aurora nos unió sobre la cama, / las bocas puestas sobre el chorro helado / de una sangre sin fin que se derrama” (Lorca).

Guillermo Laín Corona es profesor de Literatura Española en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

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