La concordia fue posible

Ando estos últimos días en los que celebramos la Constitución de la concordia atareado en el repaso de algunos discursos de mi padre. Es curiosa la sensación de frescura que transmiten y la enorme nostalgia que despiertan.

Yo fui uno de los que el otro día acudió de buena fe a la concentración por la libertad, para la derrota de ETA en la Puerta de Alcalá. Fue francamente triste, tanto desde el punto de vista de participación, como desde el punto de vista litúrgico. Es cierto que era un acto doloroso, había un guardia civil muerto y otro herido que, desgraciadamente, ha muerto poco después; pero no es menos cierto que no hay mejor consuelo para las víctimas que la esperanza, que la ilusión por alcanzar una meta común y saber que el sacrificio no ha sido inútil.

Desgraciadamente, los políticos -y me meto en un saco en el que no tengo hoy responsabilidad alguna- no fuimos capaces, una vez más, de transmitir esa esperanza, ni de generar esa ilusión. Otro asistente, mejor intencionado que yo -todavía- me dijo que era lo máximo a lo que se podía llegar. Yo creo que sólo es posible aquello que de verdad se quiere.

Entre los discursos de mi padre de los que les hablaba al comienzo, tras la concentración, me vino a la cabeza uno relativamente reciente. El que pronunció al recibir el premio Príncipe de Asturias de la Concordia. En un momento dado, dijo: «La lucha política, la controversia, el debate, el disentimiento, el conflicto, no constituyen una patología social... reflejan la vitalidad de una sociedad». A esto hay que añadir que siempre y cuando no dañen la raíz propia de la convivencia. El artífice del mayor acto de concordia de toda nuestra historia señala que ese consenso que la posibilita se debe ceñir a muy pocas cosas: «Tal vez solamente a una: la voluntad firme y profunda de convivir en libertad. Y eso, más que una idea es, a veces, una creencia... Ortega señalaba que a las ideas las sostenemos nosotros, pero las creencias nos sostienen a nosotros».

Debemos creer firmemente en nuestra convivencia en libertad, y nada afecta más a esa convivencia en libertad que la violencia asesina y chantajista del terrorismo etarra. Por tanto, nada es tan necesario como el consenso en torno a su lucha. Para alcanzarlo -de nuevo- es absolutamente necesario reconocer las culpas de cada uno y estar dispuesto a recomponer la situación.

Es cierto que el Gobierno legítimo de la Nación, el que dirige la política antiterrorista, hizo una arriesgadísima apuesta por una negociación política con los asesinos en la creencia de poder conseguir lo que otros no consiguieron y con la esperanza, nunca disimulada, de desterrar a la oposición. He sido el primero en defender el derecho de todo el mundo a equivocarse -aunque el presidente del Gobierno debiera ser capaz de escarmentar en cabeza ajena-, pero cuando uno se equivoca, tiene la obligación de aceptarlo y rectificar. También debe asumir las responsabilidades derivadas de su equivocación.

La negociación ha sido un absoluto fracaso y, si bien es cierto que hoy no es el momento de exigir responsabilidades políticas, si lo es el de exigir una rectificación profunda. No puede el presidente mantener, como lo hace, la puerta abierta a la negociación. La responsabilidad de la falta de consenso es, en gran medida, suya. Si él echó de menos ser llamado a La Moncloa tras los atentados del 11-M, recibir mejor información y tener una mayor participación en la respuesta que se daba -y estoy de acuerdo con él en esto- hoy somos muchos los que echamos de menos esa misma generosidad y grandeza para superar las heridas del partidismo y enfrentarse a los terroristas desde el acuerdo y la unidad. No puede, ni debe ser, prisionero de sus errores.

Eché de menos también a la AVT y esto no es un reproche, simplemente la constatación de que el hueco que dejan no lo llena nadie. He participado en casi todas sus convocatorias y lo seguiré haciendo. Creo que tiene todo el derecho a sentirse ofendida por las palabras y los hechos de algunos políticos y lo respeto; pero, si han sido capaces -como bien han demostrado- de no aceptar la venganza y mantener la fe en la Justicia, deben ser también capaces de sobreponerse a las descalificaciones oportunistas de políticos desorientados y hacer gala, una vez más, de su generosidad, entereza y altura de miras. Esto es una opinión muy personal que expreso con el mayor respeto, pero es la forma de no dar oportunidad alguna de crítica a ningún político.

Es cierto que el PP ha utilizado el terrorismo para hacer oposición, pero nadie puede exigirle que, cuando se le excluye intencionadamente de una determinada acción política -en este caso la lucha antiterrorista- con la que está en profundo desacuerdo, haga palmas o mire para otro lado. Sería una profunda dejación de funciones que le convertiría en corresponsable de las consecuencias. La generosidad exigible al PP estriba en mantener con sinceridad la mano tendida para retomar el camino que emprendieron los dos grandes partidos a principios de esta década. No deja de ser curioso que quien propuso el pacto fue el mismo que lo rompió al llegar a La Moncloa.

Pero si hubo cosas que eché de menos, también hay que reconocer que sobraron otras: los insultos. Por pocos y aislados que fueran, cada uno de ellos es muestra de una falta de grandeza hacia la que todos debemos orientar nuestros pasos en este asunto.

Me hubiera gustado ver al presidente de mi partido y al presidente del Gobierno -que no quiso acudir a la concentración- darse la mano en el estrado y ser capaces de decirle a una nación, que lo está esperando desde hace mucho, que hay un tiempo para hablar y un tiempo para hacer y que hoy se ha acabado el tiempo de hablar y ha llegado el tiempo de derrotar juntos a los asesinos y hacerles ver que, gobierne quien gobierne, sólo tienen un destino, uno sólo: la cárcel.

Decía mi padre aquel día, ante Su Alteza el Príncipe de Asturias: «En algún momento he llegado a pensar que fui víctima política de la práctica de la Concordia. Pero si así fue, me enorgullezco de ello». Hoy, más que nunca, es necesaria una generosidad de ese tipo que rompa el círculo de la discordia que separa y aprisiona a los demócratas. Entonces la tuvo quien más responsabilidades tenía...

Adolfo Suárez Illana, abogado e hijo del ex presidente del Gobierno Adolfo Suárez.