La consistencia de la derecha

El PP va a ganar las próximas elecciones europeas y, sin mayoría absoluta probablemente, también las generales si de por medio no se produce una reacción vigorosa y creíble del PSOE. La derecha en España se muestra consistente en plena crisis económica e institucional. Según los barómetros del CIS conocidos los pasados martes y jueves, los populares retendrían en las generales el 31,9% del voto tras haber logrado en las del 2011 el 44,62%. No es cosa menor esta afección electoral cuando el PSOE sigue sin tocar suelo en su caída: se sitúa ahora en el 26,2%, es decir, dos puntos y medio menos que el resultado obtenido en las últimas legislativas (28,73%), su registro histórico más bajo. Para las europeas, la previsión demoscópica es la siguiente: 20-21 escaños para el PP y 18-19 para el PSOE.

Aunque ambos partidos pierden muchos sufragios respecto de los logrados en las últimas generales y las europeas del 2009, la derecha social y política española es capaz de mantener la delantera sobre el socialismo porque la ciudadanía se apiña en el conservatismo cuando observa movimientos de desagregación (el proceso soberanista catalán) o de fragilidad de los elementos nucleares del Estado (la monarquía, de nuevo, recibe un suspenso) y al tiempo no percibe que se planteen opciones que, en la prudencia, ofrezcan una audacia calculada. Rajoy, que, según José Luis Álvarez en su libro Los presidentes españoles, es de los seis electos, con González, el que mejor entiende las “dinámicas del poder”, se ha instalado en una posición resistente que, para la derecha española y sus entornos, constituye una opción refugio.

El hecho de que sean la Guardia Civil, la Policía y las fuerzas armadas las únicas instituciones que reciben un aprobado de los ciudadanos consultados por el CIS, resulta freudianamente evocador de la necesidad colectiva de disponer de elementos de garantía y seguridad. Por el contrario, los partidos políticos, sus líderes y el propio Gobierno reciben paupérrimas puntuaciones. Sin embargo, la derecha sociológica discierne muy bien entre su estructura ideológica y su imaginario de valores políticos y los que encarnan a tiempo parcial aquélla y estos en cada momento histórico. En excepcionalidades tan cruciales para la democracia española se percibe que están en juego algunos asuntos que remiten a España a un hamletiano dilema: ser o no ser. Ser o no ser un Estado autonómico; ser o no ser un espacio territorial integrado; ser o no ser una monarquía parlamentaria; ser o no ser una democracia practicable mediante un bipartidismo matizado. Las palabras de Aznar en la presentación el jueves de Arias Cañete sugieren un férreo cierre de filas.

Estas apreciaciones se afianzan con la valoración de otro sondeo publicado en el diario El País el pasado lunes, elaborado con una amplia muestra entre ciudadanos menores de 35 años. La mayoría asume su españolidad con naturalidad; opta por el Estado autonómico actual; cree que los males que nos aquejan no son estructurales sino que admiten arreglo y rectificación; prefiere las reformas a las rupturas y valora altamente al fallecido Adolfo Suárez (7,5), al príncipe de Asturias (6,7), al Rey (6) y a Felipe González (5,4). Aunque republicanos, son pragmáticos, y aunque críticos, nada revolucionarios. Quieren una “segunda transición” porque el espíritu de la primera les sugestiona y se muestran dispuestos en altos porcentajes a volver a votar al PP (21,3%) y al PSOE (28,2%).

El actual bipartidismo tiene trazas de situarse entre el 65% y el 70% de los votos, si la indagación en las entrañas de las encuestas se realiza con criterio de “zorro” y no de “erizo” como aconseja Nate Silver, fundador del afamado blog FiveThirtyEight.com, y autor del libro La señal y el ruido, en el que analiza los métodos predictivos y el porqué de sus fallos. El analista “erizo” es el que actúa con demasiados apriorismos ideológicos, en tanto el “zorro” dispone de cualidades más empáticas y se fija en los matices, relativizando sus propias convicciones.

Desde esta perspectiva indagatoria, y tratando de reconducir la reflexión anterior al marco de Catalunya, está claro que la tensión secesionista ofrece a la derecha un contrafuerte que podría ser decisivo si el curso de los acontecimientos discurre por donde parece: la incomunicación y la ausencia de soluciones. La derecha española, así, se retroalimenta, y el Estado se reconstituye. Y Rajoy –muy minusvalorado en las encuestas– es al que le ha tocado estar al timón, aquí y ahora. Guste más o menos. Que se lo pregunten, si no, al Consejo Empresarial de la Competitividad, que se reunió con él el miércoles pasado. Muy oportunamente.

José Antonio Zarzalejos

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