La Constitución, 40 años después

Celebramos este año el 40 aniversario de la Constitución de 1978. Es buen momento para hablar de la Transición y de la Constitución. Cuando el Rey eligió a Adolfo Suárez (julio, 1976) como presidente del Gobierno se jugaba al tiempo España y la Corona, pero tuvo el acierto de apostar por él y ello le permitió decir a Torcuato Fernández Miranda: «Llevo al Rey lo que me ha pedido». Y fue padre de la fórmula «de la ley a la ley» para pasar desde las leyes del régimen anterior a una monarquía democrática.

Suárez planteó el tránsito de aquel régimen autocrático, del que venía, a la democracia, y convocó de inmediato elecciones el 15-J, tras la ley para la Reforma Política que fue defendida inteligentemente por Fernando Suárez. Aquello se hizo bajo la voluntad de construir una nueva España, con un Rey para todos, como pidió Don Juan, y una monarquía democrática y parlamentaria. Y con enorme generosidad: el Rey renunció a todos los derechos que le otorgaban las leyes anteriores... las Cortes franquistas se hicieron el harakiri y lo sabían... el PSOE renunció al marxismo... PCE abandonó parte de sus señas identitarias... AP moderó sus posiciones... y UCD abrió sus puertas a todas las iniciativas. Generosidad de la que hicieron gala todos los grandes protagonistas de la Transición, Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo y Manuel Fraga, para lograr el consenso constitucional.

La Constitución, 40 años despuésY hubo un pacto del olvido, una amnistía mutua total, fundamental para que todas las partes dejaran fuera de la memoria todo lo concerniente a la Guerra Civil. Como ha recordado Joaquín Leguina: «La ley de Amnistía (1977) y la Constitución (1978) significaron la reconciliación nacional y el olvido de la guerra...» (El Economista). Esta fue la reconciliación y el abrazo fundacional. Y no fueron los «pactos del miedo», fueron «los pactos de la esperanza», de la libertad... «libertad, libertad, sin ira libertad...» se cantaba en las calles. Hubo valor. Alfonso Guerra recientemente decía: «El acto de valentía con el que se aceptaron determinadas renuncias que favorecieron el consenso fue el logro que posibilitó la creación de nuestra Constitución» (Universidad de Verano de San Lorenzo de El Escorial). La generosidad llevó al consenso, éste a los pactos y todo ello a la Constitución.

Fue una Transición modélica para el resto del mundo que nos lanzó a la postmodernidad en pocos años y logró «la concordia», como reza un vítor de la Universidad de Salamanca y como así consta en la lápida de Suárez en su panteón en la catedral de Ávila: «La concordia fue posible». Una concordia que trajo la Constitución española, no el malintencionadamente llamado «régimen del 78».

Cuando Suárez dimite, España cuenta con una Constitución moderna que es un gran pacto de convivencia; disfruta de una Monarquía parlamentaria asentada en la legalidad constitucional y en la legitimidad dinástica; acudir a las urnas se ha convertido en un acto simplemente normal; el sistema de partidos está consolidado; la libertad de asociación empresarial y sindical es total; los españoles han enterrado los fantasmas de la vieja guerra civil, sólo subsiste el hacha amarilla del terror enroscada por una serpiente; no queda ningún preso político en las cárceles; el camino hacia la CEE está expedito, y las autonomías, con estatutos ampliamente consensuados y refrendados, comienzan su caminar.

A partir de aquí hubo que abordar dos escenarios paralelos, el económico, unido a la negociación de los Pactos de la Moncloa y el político, dirigido fundamentalmente al ingreso de España en la entonces Comunidad Económica Europea y en la OTAN.

¿Somos los españoles, la sociedad, de hoy muy diferentes de aquellos del 75. Sin duda sí. Los modelos educativos, la inmigración, la multiculturalidad, las redes sociales, los modos de comunicarnos, la burocratización excesiva... todo hace que esta sociedad no sea aquella. Solo seguimos pareciéndonos a la vieja España, desgraciadamente, en que somos «cainitas y abelianos», como nos definía Ramón Pérez de Ayala, y ese dilema de las dos Españas de Machado resurge en ocasiones. Pero entonces hicimos una Constitución que nos ha aportado cuarenta años de éxitos y logros sin precedentes y, al tiempo, cerramos bajo siete llaves el sepulcro del Cid, como nos pedía Joaquín Costa, para abrirnos a la CEE, UE, y a la economía global.

Gracias a ello disfrutamos de una economía que hoy no recuerda en nada a la de 1975... afortunadamente... Frente a 35 millones de habitantes hoy somos 46. Nuestro PIB/cap. se ha multiplicado por ocho. Teníamos una economía cerrada –comercio de Estado– basada en la agricultura y la industria (ambas el 60%) y lo es hoy de servicios (75%) y estamos en la UE y en el mundo global... Venían unos 25 millones de turistas al año y ahora superamos los 80. La inflación rondaba el 20% y hoy no llegamos al 2%. Nuestra exportación de bienes y servicios era del 10% del PIB y hoy supera el 33%, con casi 400.000 millones de euros exportados al año. Tres sectores, industria agroalimentaria, automóviles y bienes de equipo tiran con fuerza de nuestra economía. Y hemos superado con firmeza la crisis nacida en 2008 con la burbuja inmobiliaria y la crisis bancaria, aunque todavía afrontemos serias dificultades.

¿Tenemos problemas pese a todo ello? Sin duda: alto nivel de déficit, fuerte deuda pública, elevada tasa de paro, problema demográfico grave, alta tasa de población envejecida y un gravoso coste del sistema de pensiones, grandes zonas de España desertizadas, la España vacía… Y la necesidad de modificar algunos puntos muy concretos de nuestra Constitución, especialmente parte del Título VIII. Y sobre todo ello, un gravísimo problema territorial y humano con dos Cataluñas divididas hoy, otra vez Caín y Abel, que caminan hacia el enfrentamiento civil y donde la libertad está amenazada...

Pero en todo caso, los 40 años pasados desde la Constitución nos han llevado al culmen de nuestra historia económica y política. Gozamos de un Estado del Bienestar verdaderamente extraordinario. Bien puede decirse que la monarquía de los Reyes Juan Carlos I y Felipe VI es el mejor periodo de la historia de España en los últimos siglos, sin duda, fruto de aquella Constitución. Sólo una pregunta final me inquieta: ¿dónde están hoy la generosidad que trajo la Transición y el consenso que originó la Constitución...?

Jaime Lamo de Espinosa, ministro con la UCD.

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