La Constitución es el camino

Cuando en diciembre de 1978 los españoles ratificaron la Constitución, dieron el visto bueno a un texto legal, pero, sobre todo, certificaron la llegada de un viejo anhelo. El de una democracia plena, estable, en cuya ley fundamental todos los partidos y territorios hubieran participado, y en la que todos los españoles se sintieran reconocidos. El resultado del referéndum así lo demostraba. Por fin íbamos a poder aspirar a ser como los países más admirados de nuestro entorno, aquellos que nos habían servido de espejo en el que mirarnos durante los oscuros años del franquismo.

Cuarenta años han pasado desde entonces, y la Constitución ha cumplido con creces las expectativas. Hoy somos uno de los países centrales de la Unión Europea, a cuyas instituciones entramos en 1986 con ánimo constructivo, sabiendo que el futuro de España se jugaría también en la construcción política del Viejo Continente. Entre otros progresos, con esta Constitución nuestra renta se ha multiplicado, algo que permitió modernizar el país, dotarlo de un Estado del bienestar que, aunque incompleto aún, parecía inalcanzable poco tiempo atrás.

El contexto general en que se negoció la Constitución era desalentador. La crisis del petróleo del 73 había llegado a España con algo de retraso, pero de forma implacable, y la agitación social se mezclaba con la convulsión generada por el final del régimen de Franco. La inflación, los tipos de interés y el desempleo se dispararon, y obligaron a la firma en 1977 de uno de los grandes acuerdos de la Transición: los pactos de la Moncloa. Un primer ejercicio de pragmatismo y generosidad que engrasaría las relaciones para el posterior gran pacto constitucional de 1978.

A la crisis económica y social se le sumaba una banda terrorista ETA que mató ese año a 64 personas, momento que grupos de nostálgicos del régimen anterior aprovechaban para pedir la intervención del Ejército o la persecución de adversarios políticos favorables a la reconciliación y la democracia. Particularmente sangrienta fue la jornada del 24 de febrero de 1977, cuando murieron asesinados cinco abogados laboralistas en la calle Atocha de Madrid.

La democracia pendía de un hilo, y en cada uno de estos momentos se puso a prueba la determinación de los españoles y las españolas por recuperarla. El empuje desde abajo fue fundamental para que los líderes políticos comprendieran el momento histórico y estuvieran a la altura.

En aquellos años y meses frenéticos hubo muchas presiones de todo tipo, y no faltaron asideros en los que cualquier dirigente podría haberse excusado para salirse del consenso democrático. Pero prevaleció el diálogo y la altura de miras, y hoy disfrutamos de una de las Constituciones democráticas más avanzadas gracias al temperamento decidido y la generosidad de una sociedad hastiada de disensos y divisiones.

Su éxito, por tanto, no era en absoluto evidente, lo que hace aún más meritoria su andadura y su 40 aniversario. Tenemos muchas razones para celebrar la Constitución y para confiar en su vigencia.

El progreso material ha sido inmenso desde la entrada en vigor de la Constitución. También con ella hemos acabado con ETA. Y siendo esto fundamental en nuestra autoestima colectiva y nuestro nuevo lugar en el mundo, la gran contribución de la Constitución de 1978 a nuestra historia fue la recuperación de la convivencia y el diálogo entre españoles. De distintas ideas, de distintos territorios y sentimientos de pertenencia.

Uno de los grandes retos de la modernidad española era dotarse de un marco constitucional estable, asumido por todos y construido por todos y todas. El siglo XIX español, con su sucesión de constituciones de parte que cambiaban con las elecciones y la tradición secular de golpes de Estado, había impedido a España conseguir la estabilidad con la que otros países prosperaron tras las revoluciones industriales. Con la Constitución de 1978 llegamos tarde, pero llegamos, y en cuarenta años hemos construido un país que otros Estados tardaron dos siglos en levantar y consolidar.

La Carta Magna que ahora celebramos es uno de los pocos proyectos de la historia reciente de España realmente compartidos, y ese y no otro es su verdadero espíritu. Con esta Constitución asumimos una verdad evidente: que en la complejidad de nuestro país reside su riqueza, y que, con empatía, diálogo, generosidad y capacidad de acuerdo, somos capaces de superar las adversidades que parecen más infranqueables. Por eso, los españoles debemos cuidarla y reforzarla como marco para la concordia y la convivencia.

El Gobierno es fiel a letra y al espíritu del pacto constitucional. Con la misma visión de Estado que prevaleció entonces, queremos priorizar cinco grandes asuntos para afrontar mejor este cambio de época: la educación, el mercado de trabajo, la financiación del Estado del bienestar, la transición ecológica y una reforma constitucional que amplíe derechos y cohesione España social y territorialmente. Un nuevo impulso que también nos ayude encarar mejor otro de los retos de nuestra generación: la construcción política europea, en un momento en el que el mayor proyecto de paz y convivencia democrática del mundo está amenazado desde diversos frentes.

Siempre insisto en que el Gobierno no buscar cambiar un país por otro, sino dar voz, representar y visibilizar a una España real que ya existe. El pasado mes de septiembre, el CIS mostraba cómo un 69,6% de la ciudadanía española consideraba necesaria una reforma constitucional. Como ocurrió hace 40 años, los ciudadanos van por delante de sus representantes, y nos obligan a estar a la altura de los entonces padres de la Constitución, que supieron entender el momento histórico que vivíamos. Una Carta Magna reformada y plenamente en forma que tendrá también, por justicia, varias madres de la Constitución.

Reformar es reforzar. Y no hay mayor homenaje a estos primeros 40 años de nuestra Constitución que impulsarla a través de un gran acuerdo social y político. Con un nuevo consenso que amplíe su perímetro y nos brinde otra etapa de estabilidad y progreso tan buena, al menos, como la que hemos vivido en estas cuatro últimas décadas, las mejores de la historia reciente de España.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.

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