La Constitución y el futuro del euro

Hacía tiempo que no se veía tanta pasión política como estos últimos días al plantearse la reforma de la Constitución. Y, ciertamente, que sea la primera vez que se modifica de forma sustancial la Carta Magna explica el apasionamiento generado. El procedimiento de urgencia, la decisión del PP de apoyar la propuesta de José Luis Rodríguez Zapatero -sorprendente dada la posición de Mariano Rajoy desde la crisis de mayo del 2010-, la abierta crisis en el PSOE o las negativas de Duran Lleida, el PNV, Coalición Canaria o Izquierda Unida y ERC a apoyar la reforma son señales inequívocas de su importancia. Pero en el debate de estos días se mezclan churras con merinas. Permítanme destacar algunos errores de percepción, falsedades y medias verdades para ayudar a comprender mejor lo que está pasando.

• Desdén hacia los partidos nacionalistas e inicio de una nueva recentralización. Ahí estoy de acuerdo. La urgencia no está reñida con la búsqueda del consenso. Y el Gobierno y el PP han querido, expresamente, dar una imagen que preocupa seriamente por lo que tiene de recentralizadora. Por ello, el Govern de la Generalitat tiene una difícil papeleta: marcar distancias con Madrid cuando los mercados internacionales analizan con lupa los movimientos financieros de las comunidades autónomas. Así, CiU se opone a la reforma pero, al mismo tiempo, pacta con el PP en Catalunya su propia ley de estabilidad presupuestaria. Pero tengo para mí que la prensa, en especial la anglosajona, no va a entender tanta sutileza florentina.

• La urgencia. Miren, si a estas alturas de la película nuestra sociedad no ha entendido que a principios de agosto estuvimos en un tris de estar intervenidos, es que merecemos lo que nos pase. Y que la intervención se ha salvado, por la campana, con la compra por parte del BCE de deuda española e italiana. Pero ello no quiere decir que los problemas estén conjurados. Por ello la urgencia está motivada, porque necesitamos tiempo para solventarlos. Y porque, de no hacerlo, sus efectos indirectos sobre un sistema bancario europeo sometido a fuertes tensiones podrían ser más que relevantes, con el fantasma de la suspensión de pagos de Grecia agrandándose. ¿O es que creen que la señora Lagarde juega a la petanca cuando demanda una rápida recapitalización de la banca europea? ¿O que es una broma la petición de Andrea Enria, responsable de la oficina de supervisión bancaria de la UE, de que el Fondo de Estabilidad Europeo pueda recapitalizar directamente bancos? ¿O que lo es la crítica del organismo que regula las normas de previsión a las valoraciones de deuda pública de parte de la banca europea en los últimos tests de estrés?

• El referendo. Un brindis al sol, al menos por parte de quienes, como Duran Lleida, saben perfectamente que, de plantearse, sus resultados serían más que inciertos. Y no tanto porque no pudiera asegurarse un sí como porque el mero hecho de convocar la consulta se traduciría en una nueva fase de inestabilidad que no estamos en condiciones de soportar. Además, ¿por qué esta reforma sí y la entrada en el euro no? ¿O es que no cedimos algo más sustancial cuando decidimos perder la peseta? Era entonces, y no ahora, cuando se debió consultar a la población.

• El límite del gasto público. Se escucha constantemente que la reforma impone un techo de gasto. Falso. Es un techo de déficit, que, por cierto, no impide elevarlo si la recesión es importante. Impone que el déficit estructural (es decir, corregido de los impactos del ciclo) no pueda superar el 0,40% del PIB. Pero nada impide elevar la presión fiscal -que, por cierto, es de las más bajas de Europa- para financiar el gasto social que convengamos. La reforma implica que, si queremos gastar más, habrá que recaudar más. Algo lógico, ¿no creen? Esta posición no tiene nada de ultraliberal, como he escuchado estos días. Al contrario. Al poner de relieve que todo gasto adicional requiere ingresos, o que para mantener el gasto actual habrá que elevarlos, pone el dedo en la llaga dónde más le duele a esta sociedad: el bolsillo del contribuyente.

• La reforma la imponen los mercados. Hombre, si por mercados quieren decir los contribuyentes alemanes u holandeses, que son los que están avalando con su deuda de triple A el salvamento del sur, pues sí, la imponen los mercados. Pero esta era una discusión que debimos tener allá por los años 2003-2007, cuando el crédito al sector privado explotaba (crecimientos anules en torno al 20%). Ahora, con una deuda privada que equivale al 300% del PIB, un sector público necesitado de financiación y una parte sustancial de los recursos a devolver al resto del mundo (un billón de euros), nuestro margen de maniobra es, simplemente, nulo. Cada debate tiene su momento. Y el nuestro, en relación con lo que hoy nos ocupa, hace años que se cerró, aunque no hayamos querido verlo hasta hace poco. Y aún hoy haya sectores que nieguen la realidad.

Por Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada UAB.

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